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Los estudiantes del colegio Salim Bechara, en Mamonal, abarrotaron los pasillos y las escaleras del centro educativo

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Cine sin murallas

El Festival de Cine de Cartagena llegó este año a 220 barrios y lugares donde nunca se había exhibido una película. Con 596 funciones fuera del programa oficial, la reacción fue conmovedora: muchos vieron por primera vez al séptimo arte. La pantalla unió a una ciudad dividida.

8 de marzo de 2008

Una reclusa se retiró de la función que presentaban en la cárcel de mujeres de San Diego, en el centro histórico de Cartagena de Indias. Lloraba cuando abandonó la habitación con ventiladores y cortinas amarradas a las rejas que había servido de sala de cine. Apoyó los brazos en los barrotes que la separaban del patio y dejó salir las lágrimas.

Destrás de ella salió la directora del documental Próxima estación, Estela Ilárraz, una española que acompañaba su pelicula en su periplo por colegios y sitios inusuales de la ciudad, programado en un intento por democratizar el cine.

Le preguntó qué pasaba. Y supo que su historia era dramática, con muertes, paramilitares y una defensa vehemente de su inocencia. Pero lo realmente significativo es que esa cinta, en apariencia distante, sobre los emigrantes ecuatorianos en España y su soledad lejos de sus familias, había causado su reacción.

"Yo también estoy sola", dijo la reclusa. El cine había logrado su cometido gracias a su universalidad. Y servía de exorcismo a varias presas en un recinto donde nunca antes había llegado el cine. Un par de mujeres decidió salirse porque quería una película romántica. Pero la mayoría siguió atenta a las imágenes y a las del siguiente documental, La isla, sobre los nativos de Islas del Rosario.

No era la primera reacción sorpresiva en menos de una semana de haberse estrenado el proyecto Cine en los Barrios, en el Festival de Cine de Cartagena. En Loma Fresca, en las faldas del cerro de La Popa, Marcela Nossa, directora del Fondo Mixto de Cartagena, encontró una zona dividida por el pandillismo, donde cruzar una calle significaba cambiar de zona y de bando. La ilusión de ver una película unió por una noche a la comunidad y sus razones eran poderosas: ir a cine les implica moverse hasta las zonas turísticas y pagar boletas de más de 8.000 pesos, un lujo que pocos pueden permitirse. Lo mismo ocurrió en Manzanillo del Mar, en Loma de Pete, San Francisco, en el barrio Nelson Mandela y en Playas de Acapulco, donde los niños salieron a conocer un cine por primera vez en su vida y se quedaron boquiabiertos ante la sorpresa de ver las imágenes gigantescas de un animal marino en la cinta Mi mascota es un monstruo. Fue tal su impresión, que se quedaron quietos, dos horas, sin hablar ni comentar nada, para no perderse un segundo de la primera película que veían en su vida. En Puerto de Pescadores la rivalidad entre los habitantes ya había alcanzado extremos violentos, pero también las pandillas se conciliaron una tarde para poder ver una exhibición en su comunidad.

Ana Cecilia Arnedo, directora de la cartera de cultura en la Secretaría de Educación, era consciente de lo que se estaba gestando. "Para un docente, una buena película es mejor que ir al sicólogo. En Cartagena hay muchos problemas sociales, casi todos los eventos excluyen a la gente, y ese rechazo produce resentimiento. Abrir el Festival de Cine hace que la gente se apropie del evento y que lo sienta propio. Pero sobre todo, logra transmitir en una o dos horas lo que se aprende en un año de clase. El cine ayuda a memorizar, a formar personalidad, a perfeccionarse".

Y es cultura, recalca Ángela Bueno, la coordinadora de este proyecto que se expandió a 220 lugares, con 596 proyecciones, que cubrió el 75 por ciento de los colegios de la ciudad y que la tuvo recorriendo la ciudad para coordinar video beams, parlantes y las copias de 120 cintas. Un proyecto que desbordó las fronteras de la ciudad y llegó a municipios de Bolívar e incluso a Sucre y San Andrés Islas. En el colegio Fe y Alegría de las Américas, en el barrio Olaya, luego de que ella acompañó al director del documental Todos los ríos van al mar, los alumnos casi le suplicaron que les enseñaran también a hacer un documental. "Seño, acá hay mucho por contar", le dijeron. Y es cierto.

Precisamente por eso, 14 años atrás el poeta y periodista Jorge García Usta tuvo la idea de llevar el cine a los barrios, pero sólo este año se materializó. Para ello Lina Rodríguez, la cartagenera gerente del Festival de Cine, logró unir en dos meses a todos en favor de la idea.

Pero ninguna esperaba que el impacto fuera tal que los asistentes reaccionaran activamente. Como Yuri, una estudiante del colegio Salim Bechara, cerca de Mamonal, que antes de iniciar la proyección de una cinta accidentada en la que sólo se veía la mitad de la imagen, dijo, con sobradez y coquetería de diva: "Ojalá nos enseñen a ser actrices, que acá lo que tienen es talento".

Con errores y dificultades, en espacios acomodados a la fuerza para las proyecciones, con equipos propios de los colegios o alquilados de emergencia, todos tuvieron cine. La selección fue hecha por un grupo de 42 cineclubistas, que clasificaron las películas y los documentales según su contenido y la edad de la audiencia. Ángela Bueno dice que los contenidos importan, y mucho, pero que lo más relevante es que el público reciba un cine diferente al comercial o al que ven en televisión. "Ver algo distinto es abrir la mente, entender otros mundos, volverse más creativo. Ahora tenemos que formar a la gente para que no se frene el impulso y ellos mismos puedan crear su propio material. Pero lo importante fue que Cartagena abrió sus murallas y el cine se salió del centro".