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COLCHA DE RETAZOS

Se impone otra vez el arte de combinar fragmentos de melodías famosas.

26 de noviembre de 1990


EL "pasticcio" o"budìn", tan en boga a finales del siglo XVII y principios del XVIII en Europa, cuando la ópera aún no habìa encauzado ni consolidado su rumbo definitivo, murió, o se creyò que habìa muerto, por razones obvias: era un salpicón de estilos. Sin embargo, cuando el mundo ya se habìa olvidado de estos juegos musicales y escénicos, de las cenizas hoy renace con nuevos adeptos.

En su dìa fue un subgénero que, valga mencionarlo, gozó de notable popularidad por su absoluta anarquìa. Los espectáculos se organizaban con base en fragmentos orquestales, arias de diversas óperas y hasta tal cual danza. Y los cantantes, dueños y señores del pastiche, interpretaban lo más selecto del repertorio que más dominaban, eso sì, acomodando, trasponiendo y variando el contenido de un supuesto libreto según su antojo y conveniencias.

El pueblo enloquecìa en Italia y poco le importaba si la historia o el cuento que se representaba guardaba cohesión alguna. El hilo generalmente se perdìa y muchos compositores ayudaron a hacer más compleja la maraña. Era una especie de desfile de voces y estilos, y ciertos autores que comprendieron el éxito de estas representaciones ayudaron con su ingenio a enredar más la pita. Unas veces se entresacaban fragmentos de composiciones con las cuales formaban aparentemente una obra, no de un compositor sino de varios, y en otros casos los mismos autores se juntaban para escribir en conjunto un pastiche. Un buen ejemplo se encuentra en "Muzio Scevola", pastiche escrito por encargo de la Royal Academy of Music, de Londres, para el cual se pidiò la complicidad de Georg F. Handel, Bononcini y un tercer autor. Cada uno escribiò un acto y dadas las circunstancias del momento la obra acabò convirtiéndose en un acto polìtico musical, entre los "Whigs" que apoyaban a Jorge I y por ende a Handel que habìa sido músico de su corte, y los "Tories" que al odiar a Jorge I odiaban de paso a Handel y tomaron partido por Bononcini. Los músicos en realidad nada tenìan que ver en el asunto, pero acabaron convirtiéndose en carne de cañón de una contienda de la cual no deseaban tomar parte. Fue un pastiche con historia y más animado que ninguno.
Hoy las cosas son diferentes y Francia figura en el momento como la abanderada del renacimiento del pasticcio.

Los primeros en lanzarse al espacio escénico fueron unos músicos independientes que para la ocasión conformaron un grupo y tomaron "La oca del Cairo" y "Lo Sposo desueso", de Mozart, asì como algunas arias de concierto sueltas y fragmentos orquestales que el compositor de Salzburgo no ubicò en ninguna obra, para hacer un pastiche bajo la coordinaciòn de un libretista encargado de unir piezas sueltas y de darle forma a una "nueva" òpera. No todo saliò a pedir de boca pero el público enloqueciò y aplaudiò a rabiar, al punto que surgiò un empresario espontáneo que al ver el delirio que habìa provocado la representaciòn, se ofreciò como intermediario para conseguir un libretista que podara ciertas escenas, "ya que la música tiene la suficiente factura como para ser interpretada". No en vano el espìritu de Mozart estaba allì como en "Le Bosquet", otro pastiche organizado recientemente en Parìs, que también se organizò con obras inconclusas del genio de Salzburgo, que definitivamente da para todo.

Y como el renacer de este subgénero está a la orden del dìa, Antoine Bouseiller resolviò echar mano exclusivamente de corales operáticos y armò un colage de voces femeninas quizás con la velada intenciòn de darle protagonismo escénico y musical a los coros que, aunque son indispensables en las obras lìricas del repertorio nunca alcanzan la verdadera celebridad. Intitulò su obra "Donna Imprigionata" y los temas fueron obviamente de mujeres prisioneras. Para lograr el objetivo extrajo fragmentos corales de òperas como "La Favorita", de Donizetti, "Macbeth", de Verdi, "Diálogo de Carmelitas", de Poulenc, entre otras, y consiguiò a Suzanne Flor para que hiciera un libreto que diera hilaciòn a un nuevo relato.

Las reacciones han sido tan variadas como los fragmentos que componen una de estas piezas. En todo caso se ha mostrado que aunque hay un público irreconciliable con el pastiche, otro disfruta a rabiar con el salpicòn. Lo único cierto del asunto es que aquì se vale la tradicional imagen de "el pasticcio ha muerto. Viva el pasticcio".