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COLOMBIA EN SAO PAULO

Alcantara, Góngora, Loochkart y Hoyos, los elegidos para la Bienal brasilera.

4 de noviembre de 1985

En su edición de este año, el evento artístico paulista, uno de los más importantes del mundo y de los pocos que ha logrado sobrevivir, contará con una participación colombiana de significación. Ella cónstituye un conjunto heterogéneo que indica que Colombia no trató de enviar un equipo, sino personajes bien individualizados, cuyas obras en los últimos tiempos han venido proyectándose con certeza en el panorama de las artes plásticas nacionales.
Tal afirmación con respecto a tiempos recientes es especialmente cierta en el caso de Angel Loochkart, quien ha desarrollado una obra que causó muchas dudas, pero que han comenzado a aceptar como válidos los esfuerzos de este figurador por convertir sus imágenes en presencias visualmente coherentes que anoten aspectos significativos, más allá de su aparente decisión de impresionar al espectador con su tremendismo. En efecto, Angel Loochkart ha venido desarrollando un lenguaje expresionista de pintura suelta, libre, que se refiere a figuras humanas vistas como por sorpresa; encontradas súbitamente en situaciones nocturnas en las que son como apariciones fantasmales, llenas de sugestividad y pictóricamente consistentes. Pero, sobre todo, estas figuras halladas de pronto, se prestan para revelarnos aspectos recónditos de sus constituciones psíquicas, y para hacernos caer en cuenta de la existencia de facetas importantes en nuestra personalidad, pues difícilmente nos revelamos a nosotros mismos tan francamerite como cuando confrontados por seres, que como éstos, no conocemos en absoluto hasta tenerlos delante.
Leonel Góngora, ampliamente conocido entre nosotros y con una notable trayectoria en Nueva York, ha hecho carrera con sus grandes cuadros de figuras humanas. En ellos se percibe una especial preferencia por el predominio de lo femenino como fuerza perversa e inescapable a partir de la cual se puede entender el conjunto de las relaciones humanas que se dan en la cultura. Esta figura femenina desnuda, sensual, intensamente sexualizada, domina a los otros factores humanos con los cuales puede estar en contacto y se convierte en paradigma totalizador como presencia reproductiva y originatoria de todo lo vital, que a su vez controla de modo indiscutible. La evolución reciente de la obra de Góngora lo ha llevado del trabajo con los óleos manejados de acuerdo con procedimientos tradicionales, a una preferencia cada vez más marcada por los crayones, también de óleos, pero utilizados con mayor libertad, a colores rotos, rayoneados y aparentemente accidentados, sobre la súperficie, pero fundamentalmente integrados para crear efectos de gran intensidad cromática que el artista ha referido en varias ocasiones a la condición lumínica del norte del Valle del Cauca, de donde es oriundo. Góngora logra transformar la referencia universalizada, en afinidad regional, con su cultura local, para luego proyectarla nuevamente al gran escenario internacional, con todos los recursos de una técnica descriptiva e interpretativa absolutamente personal y madura.
Pedro Alcántara también es figura claramente establecida dentro de las categorías de significación en el arte actual colombiano lleva consigo a la Bienal de Sao Paulo el grandísimo talento indicado desde muy temprano en su carrera y que ha ido desarrollando de manera constante y consecuente a través del manejo de una temática que se preocupa por asuntos sociales y, por lo tanto, políticos. Ha logrado dar a luz una imaginería altamente personalizada, con la cual se ha referido poéticamente a los héroes, caudillos y personajes que van saliendo de la lucha popular y que casi inevitablemente caen en el fragor de la batalla. Su trabajo es uno de los pocos que en nuestro medio hace referencia a las eventualidades por las que atravesamos en este difícil período del país, y a pesar del reconocimiento tanto nacional como internacional que ha recibido, no ha querido quedarse quieto en la producción seriada de una sola imagen para que ella se vuelva ampliamente reconocible y por ende comercialmente rentable, como ha sucedido con tantos otros de nuestros artistas, viejos y jóvenes, consagrados o recién iniciados por igual. Por el contrario, la de Alcántara es una obra en que se puede notar la búsqueda constante de nuevos horizontes expresivos y plásticos, literarios e ideológicos, con los cuales argumentar ampliamente y enriquecer su creación.
Su más reciente producción, precisamente de la cual ha sacado obra para mandar a la Bienal, ha agrandado considerablemente sus formatos para escaparse de las implicaciones de lo gráfico o dibujístico, y entrar de lleno a lo pictórico. Ha ampliado la gama de colores para admitir ocres y otros tonos intermedios, y también los recursos de ejecución, tales como el brochazo suelto con chorreones, el collage que integra elementos fotográficos que después son sensiblemente intervenidos, y la presentación de figuras tanto femeninas como masculinas que ante nosotros ejecutan una casi macabra danza. Tanto por alusión como por inferencia, ese rito tiene que ver con la tremenda realidad que el país vive y que nuestros artistas, en su inmensa mayoría, han preferido evitar.
La única mujer que aparece en el grupo es Ana Mercedes Hoyos, pintora, quien además se distingue de sus compañeros de delegación por no trabajar con la figura humana y por el más moderado expresionismo de su obra. Así como Loochkart, Góngora y Alcántara, al menos implícitamente, aparecen afiliados al violento discurrir de la Transvanguardia, tan en boga hoy en día en los escenarios internacionales, la Hoyos, por el contrario, concurre a este evento con referencias a pinturas anteriores. Un cuadro o telón que alude a una naturaleza muerta de Caravaggio, otro a un bodegón de Lichtenstein, y un tercero a un bodegón de Van Gogh. Su asunto es la reunión de objetos que pueden ser tratados expresiva e interpretativamente para, a partir de ese planteamiento, llegar a ciertas conclusiones personales. Pero también se refiere a la historia y a los iconos sacralizados de la pintura, más antigua o reciente, para volver a cuestionarlos y averiguar de qué se tratan realmente, por lo menos para una pintora colombiana de finales del Siglo XX. Por medio de esta pesquisa, parece afiliarse a la corriente actual de la Pintura Culta. El espíritu referenciado de su obra existe desde hace varios años cuando pintó atmósferas que replanteaban las preocupaciones del gran impresionista Claude Monet. Después trabajó con los girasoles de Van Gogh y ahora ha abierto francamente las esclusas para discutir pictóricamente cualquier pintura anterior. Esto lo hace con el fin de traer a colación asuntos que tienen que ver, por supuesto, con la labor del artista, su situación en el medio social, y con respecto a la historia especializada de la pintura, siempre con la pregunta sobre la consistencia de la creatividad.
Es entonces esta presencia colombiana en Sao Paulo una visión múltiple de varias de las tendencias que tienen significación actual en nuestro medio, y ello ocurre a través de muy considerables niveles de calidad, con los cuales estaremos dignamente representados.