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Iván Benavides

MÚSICA

¿Colombia, le suena?

Este 20 de julio, antes que desfiles militares, habrá diversidad. Iván Benavides, el hombre detrás del Gran Concierto Nacional, que involucrará a 667 municipios, da su ácido diagnóstico sobre la música nacional.

14 de junio de 2008

Iván Benavides es un todoterreno de la música y la persona elegida para producir y armar el Gran Concierto Nacional, en el que el 20 de julio, en 667 municipios, se representarán todos los ritmos del país, desde lo sinfónico y el rock hasta lo tradicional y olvidado.

Benavides ha estado presente en varios proyectos fundamentales en la historia reciente de la música nacional: como cantautor, con el dueto Iván y Lucía; participó como músico y coautor en varios de los temas del álbum La tierra del olvido, de Carlos Vives; ha sido integrante del grupo Bloque de Búsqueda y de Sidestepper. Benavides, además, es un puente entre la tradición y lo contemporáneo, el purismo y la llamada fusión, lo rural y lo urbano. Por ese motivo, SEMANA conversó con él acerca de las ideas que se mueven detrás de esta celebración y de su diagnóstico de la música colombiana en un momento para él muy productivo, pero también de confusión.

El Gran Concierto busca poner a dialogar a las distintas generaciones y regiones de manera tal que no sea un concierto tipo 'Los 40 Principales' o 'El Show de las Estrellas', como tampoco un festival folclórico. Pero Benavides no sabe si se logre el objetivo. "Tenemos tendencia a la fiesta, a la celebración eufórica, al ruido por encima de la escucha. La gente no sabe comportarse ante algo que no sea 'uepajé' y 'echemos p' arriba'".

Con el Gran Concierto se pretende mostrar el trabajo de músicos y manifestaciones que no aparecen en los medios masivos. "Ellos visibilizan únicamente las estrellas, es decir, a los artistas que ganan mucho dinero". Y esto no permite ver el real consumo cultural en Colombia, que sigue las tendencias mundiales: pasar de los mercados masivos a mercados de nichos.

El acceso a la tecnología en Colombia comienza a democratizar la información y son cada vez más frecuentes las comunidades que consumen su música por fuera de los canales tradicionales de las disqueras y las tiendas de CD. Pone el ejemplo de la música llanera. Muchas agrupaciones viven de competir en festivales y tocar en estaderos. No necesitan vender discos ni sonar en la radio. Pero a ellos los califican como folclor, por un lado, y como consumo en restaurantes. Sus ganancias no entran en las estadísticas de las industrias culturales. "Nielsen no registra el submercado de la champeta en Cartagena y estoy seguro de que algunos de ellos venden más que varias estrellas que a diario consagran en la sección de entretenimiento de los noticieros de los canales privados".

Según las cifras que presenta Chris Anderson, autor del libro The long tail (La larga cola), sólo el 20 por ciento del consumo cultural en el mundo corresponde a los artistas que promueven y divulgan los medios masivos. "Más del 80 por ciento del consumo en el mundo no son los éxitos que vemos en 'MTV' o que rotan en las emisoras comerciales", señala Benavides. "ChocQuibTown no suena en la radio comercial, pero llena conciertos. Ahora tienden a ser más importantes las comunidades. Ellos son famosos entre su nicho y nunca van a aparecer en 'MTV' porque no es la idea".

El Gran Concierto, promovido por el Ministerio de Cultura, también pretende mostrar que "en Colombia conviven al mismo tiempo lo premoderno, lo pos y lo moderno". En vez de ofrecer diversidades aisladas, quiere que el concierto presente una mirada transversal del país alrededor de sus manifestaciones musicales.

Y es que Benavides no está muy de acuerdo con la manera como Colombia interpreta la fusión. "La mezcla es cotidiana en nuestras pantallas y nuestras calles, pero no la entendemos". Según él, en la Colombia que reflejan los medios se vive un "mestizaje 'light'", que compara con los avisos de Benetton. Considera que es muy peligroso caer en la trampa de que todo lo que suene a colombiano es válido y toca apoyarlo. "Creo que el chucuchucu fue un empobrecimiento. El 90 por ciento del tropipop es una banalización de ritmos colombianos a cargo de muchachitos bogotanos de estrato 6. Es como la quinta copia en papel carbón de lo que hizo Carlos Vives. Un original muy interesante, pero que en la copia pierde su esencia y su valor".

También señala que las culturas vistas como identidades monolíticas sólo logra separar a la minoría, en vez de unirla al país. "Es el mito del origen, del indígena y del negro impoluto, que quedan atrapados en un gueto donde no fluye el tiempo ni la historia, cuando eso nunca ha sido así".

De hecho, Benavides señala que la pureza africana del afrodescendiente es un mito que se debe revaluar. "Ellos bailan contradanza a la manera española del siglo XVII y cantan villancicos españoles". Lo han adaptado a su realidad, pero es un legado cultural que recibieron de Europa.

También pone el ejemplo de Goyo, cantante de la agrupación ChocQuibTown. Ella es de Condoto, Chocó. Ahora vive en Bogotá y no busca su identidad en la colombianidad, sino en lo afrodescendiente. Sus referentes son la música tradicional del Pacífico colombiano, Bob Marley, el raagamuffin y el hip hop. "Ella traiciona la tradición monolítica, pero genera algo muy importante para la cultura colombiana: crear el nuevo lenguaje de los jóvenes afrodescendientes". Con la champeta ocurre algo similar. Son músicos cartageneros mucho más cercanos al África occidental que a Bocagrande o a la ciudad amurallada. "En el nivel político, sus referentes son Malcolm X y Benkos Biojó, y no Santander o Nariño".

Esas redes mundiales lo llevan a cuestionar 'lo nacional', una idea propia del siglo XIX. Y sigue con ejemplos. Lucho Bermúdez incorporó el sonido de las big bands de jazz a los ritmos del Caribe colombiano. Qué bonita es la vida, el tema más importante de Jorge Celedón, es un guapango mexicano reelaborado en forma de vallenato. "La música es dinámica, no es una pieza de museo".

De la fusión destaca el encuentro de las estructuras circulares de la música arcaica que también son propias del funk, el hip hop y la electrónica. "Es interesante ese encuentro entre lo más arcaico y lo contemporáneo. Eso ha facilitado la experimentación, más a partir del concepto del 'groove' (la repetición casi a manera de letanía de una pequeña estructura musical) de la canción". Pero reitera que no hace falta buscar las raíces para hablarle a Colombia. "Grupos con cero fusión, como la banda de rock Odio a Botero, tienen más qué decirle a Colombia que muchos proyectos de fusión porque hablan de lo que ocurre en el país y en el mundo". Y esa es una de las falencias que le ve a buena parte de los nuevos músicos que hacen fusión: los textos. "No entiendo esas canciones musicalmente muy modernas que hablan de venados cuando acá no hay". Señala que hablar de la cotidianidad es la gran fortaleza del hip hop. Esto lo encuentra en la banda de fusión Malalma, y en algunas canciones de la Mojarra Eléctrica: Calle 19, El hueco y Bandeja con pollo. "Pero la mayoría de las veces estos grupos le cantan al venado".

Capítulo aparte le merece el nuevo jazz, que muestra apuestas irreverentes como las de los grupos Puerto Candelaria, Asdrúbal, el baterista Jorge Sepúlveda con el grupo Primero mi Tía, así como en su álbum Caída libre. "Ya no buscan raíces, sino que utilizan el material sonoro para realizar con él algo personal".

Para redondear la idea, Benavides se refiere a Nueva York. "La idea del Nueva York de 'Friends' es falsa. Nueva York es un laboratorio étnico y de tolerancia. Sólo el 30 por ciento de sus habitantes son blancos. Londres es igual. La selección de fútbol de Francia muestra para dónde va el mundo. Puede ser que los medios masivos quieran imponer pensamientos únicos. Pero Colombia y el mundo están cada vez más contaminados de diversidad".

Volviendo al Gran Concierto, Benavides concluye: "No sé qué tan exitoso pueda ser. Pero la idea es que si aprendemos a escucharnos, aprenderemos a dialogar. Si aprendemos a mezclarnos, quizá seamos menos excluyentes y clasistas".