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COLOMBIANA JONES

Un periodista británico inventa una novela de aventuras con personajes semirreales, sobre el narcotráfico en Colombia

1 de septiembre de 1986

Como un campo de aventuras donde la imaginación no conoce freno, donde en cada esquina salta una sorpresa y en cada cuadra un peligro, Colombia es de nuevo el escenario escogido, esta vez por el escritor y periodista inglés Charles Nicholl, para construir una historia fantástica con todos los elementos para el éxito inmediato: muerte, guerrillas, corrupción, sexo, clima caliente, mujeres hermosas, selvas peligrosas y droga. Sobre todo droga.
El libro, convertido en uno de los más leídos por quienes en Estados Unidos buscan literatura que contenga episodios y riesgos al estilo "Indiana Jones", se llama The Fruit Palace ("El palacio de las frutas"), como homenaje a una tienda donde vendían jugos, comidas, esmeraldas y marihuana en Santa Marta, a pocos pasos de los muelles, uno de los sitios favoritos de los turistas norteamericanos que buscan emociones prohibidas en la costa colombiana y donde se ubica el comienzo de esta aventura doce años atrás. De allí el autor (un calificado reportero que ha escrito numerosos y premiados artículos en la revista Rolling Stone), va desenredando la historia que es un minucioso y agotador recorrido por sitios geográficos, chismes, nombres e instituciones de lo que presuntamente es el comienzo, el desarrollo y la actualidad del tráfico de droga en Colombia.
En medio de los numerosos libros que cada mes se publican en Estados Unidos y Europa sobre el narcotráfico en y desde Colombia, este se distingue por el buen humor, por las descripciones vívidas que logra y sobre todo por la forma irresponsable, alegre y despreocupada como el autor va soltando hechos y nombres, animado por su deseo de contar lo que en el fondo no es sino una simple aventura en varias ciudades de este país.
La crónica comenzó doce años atrás cuando frecuentaba el llamado "Palacio de las frutas", conoció a Julio y a su mujer Myriam, los dueños de la tienda, a un norteamericano llamado Harvey, quien en Cartagena había fracasado al intentar negociar medio kilo de cocaína y más tarde a un periodista escocés, Augusto McGregor, que publicaba un semanario en inglés, Andean Echo y que buscaba droga en las calles oscuras de la Perseverancia, en Bogotá, y compraba algunos gramos a supuestos muchachos del M-19 en los patios de la Universidad Nacional.
Alentado por un editor a quien le parece que un libro sobre Colombia, la droga y los guerrilleros se puede vender bien, Nicholl regresó doce años después a Colombia, buscó al escocés, se sometió a una serie de contactos y rituales en cantinas peligrosas de la Avenida Caracas, hasta cuando se reencontró con el amigo, que agonizaba en un apartamento pobre de Soacha, herido a machete en una pierna porque intentó burlar a los narcotraficantes.
El escocés, qúien consumía y traficaba con la droga, había seguido muy de cerca todas las conexiones desde un sábado de julio de 1977 cuando presenció la muerte violenta de uno de los "capos", Mario Gil Ramírez. Había seguido la rivalidad de las bandas Gil-Espinoza y Vargas-Rivera, conoció a Verónica Rivera, Marta Cardona, Marlene Orjuela y otras mujeres hasta contactar a una española llamada Rosalita, la mejor "mula" entre Colombia y Estados Unidos, quien utilizaba todos los orificios del cuerpo para llevar la droga y había impuesto la marca de 43 entradas con cocaína en ciudades norteamericanas.
El escocés le contó al amigo sobre las plantas procesadoras en los Llanos y la selva, los ejércitos privados, la alianza de los narcotraficantes con los guerrilleros del M-19 y las FARC, la corrupción de las autoridades policiales y aduaneras en la Florida, la adquisición de bancos norteamericanos por parte de los mafiosos, cómo ese dinero regresa a Colombia y compra jueces, aduaneros, policías, investigadores, cómo el general Ordóñez Valderrama, jefe del DAS, es acusado, mientras centenares de agentes en todo el país son destituidos. El escocés le relató a Nicholl otras cosas aún más descabelladas, como que entre los implicados se hallaban los ministros Abraham Varón Valencia, Oscar Montoya y el canciller Liévano Aguirre y le señaló que el día de la posesión del presidente José Turbay Ayala (sic), la CIA distribuyó un documento en el cual acusaba al ex Mandatario de tener conexiones con el llamado sindicato "costeño" del contrabando.
Nicholl destaca los esfuerzos de Belisario Betancur contra los narcotraficantes, a pesar, dice, de los cargos formulados contra su hermano Juvenal y el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara. Menciona las actividades de Carlos Lehder, Pablo Escobar, Benjamín Herrera, Gonzalo Rodríguez, el clan de los Ochoa, los Valdeblánquez y los Cárdenas.
Tras una serie de historias apretadas, torpes e inverosímiles que incluyen además de la droga, esmeraldas y oro, un recorrrido por San Agustín, la Sierra Nevada, Aracataca y hasta un testimonio del terremoto de Popayán, Nicholl, convertido en una especie de Indiana Jones en el trópico, aparece en busca de guerrilleros y narcotraficantes. Esa es la imagen que deja el reportero de Rolling Stone con un relato lleno de imprecisiones, mentiras, suposiciones, acusaciones sin fundamento y, sobre todo, una gran carga de fantasía, para que el libro se pueda vender bien. Quizás las páginas dedicadas a la descripción del terremoto de Popayán justifiquen la lectura de una obra que sobrepasa las 300 páginas y cuesta 17 dólares, cerca de tres mil pesos.--