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Como el gato y el ratón

La primera película del colombiano Rodrigo Triana es una buena historia que afecta y divierte.

Ricardo Silva Romero
10 de noviembre de 2002

Director: Rodrigo Triana
Protagonistas: Jairo Camargo, Gilberto Ramirez, Alina Lozano, Paola Rey, Manuel Jose Chavez, Gilberto Ramirez, Marbelle

No es facil hablar sobre las películas colombianas. Yo, por lo menos, ruego a Dios para que me gusten. Porque ¿quién quiere acabar, en 2.900 caracteres, con semejante esfuerzo? Y, peor aún, ¿quién es capaz de decir que un largometraje es bueno para no herir los sentimientos de los productores, los actores, los distribuidores? Es, de nuevo, el caso del profesor que corrige un examen: está solo, solo con el trabajo de otro, y tiene que reducirlo a una cifra sin sentido y a un comentario en la libreta. Y no importan las buenas intenciones, los largos meses de trabajo, las neveras empeñadas. Porque si importaran, claro, la mayoría de los exámenes merecerían la más alta de las calificaciones, y todas las películas serían las mejores que habríamos visto en la vida.

En fin. Vale la pena ver Como el gato y el ratón, la primera película de Rodrigo Triana, en una sala vacía del Centro Comercial Andino. Uno entra con el temblor de siempre y se sienta, sin el menor asomo de culpa, en aquellas cómodas sillas de avión. Y entonces comienza una historia terrible, plagada de traiciones, mezquindades y miserias, y dejamos en el piso las crispetas. Porque ahí, frente a nosotros, aparecen las casas a medio hacer de un pequeño barrio de Ciudad Bolívar: el lugar se llama La Estrella y, desde que fue fundado por familias desplazadas por los innumerables agentes de la violencia colombiana, ha esperado la llegada de la luz eléctrica.

Y un día llega. Y los Cristancho y los Brochero, compadres y comadres desde siempre, familias prestantes en aquella tierra de nadie, entran en una increíble disputa por el territorio que al principio recuerda las peleas sangrientas entre Don Camilo y Pepone, las bromas pesadas entre los viejos gruñones de Walter Matthau y Jack Lemmon, y las batallas desleales entre los dos políticos de La gran zanja, uno de los más divertidos cómics de Astérix, pero más adelante, cuando el combate se convierte en un problema de vida o muerte, trae a la memoria las imágenes de los noticieros y la estructura trágica de las historias de Colombia.

Y, cuando la proyección termina, uno se siente tranquilo. Sí, Como el gato y el ratón cae en simbolismos innecesarios y declaraciones de principios que quedarían mejor en informes de la Defensoría del Pueblo, y sí, resuelve complejas secuencias dramáticas a punta de madrazos (la frase "¿no ve que el albino se vomitó y se fue de jeta entre el ponqué?", al final de uno de los peores momentos de la guerra entre clanes, resulta ejemplar al respecto), pero se empeña en narrar una historia, consigue involucrarnos en los hechos y cita con gracia secuencias del cine de Sergio Leone para recordarnos que aquella Colombia en los márgenes es idéntica al lejano Oeste.

Sí, es incómodo hablar de las películas colombianas. Que sean buenas, que afecten, que diviertan, me hace la vida más fácil.