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Con el sello Debolsillo, Mondadori reedita la novela con la que León Valencia incursiona en la ficción. También es autor de varios libros sobre el conflicto, entre ellos 'Mis años de guerra'.

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Con una daga en el pecho

Una novela con historias de suicidas que se entrecruzan en un bar de salsa de Medellín, en los años setenta.

Luis Fernando Afanador
6 de agosto de 2011

León Valencia
Con el pucho de la vida
Mondadori, 2011
227 páginas

 
Los suicidas siempre dejan dolorosas preguntas. E historias inconclusas. Por eso son un apasionante tema literario. “Morir es un arte. Yo lo hago extremadamente bien”, dijo la poeta Silvia Plath, una famosa suicida. “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”, es el punto final de Pavese en sus diarios. Bueno, y tenemos al inefable joven Werther, de Goethe, que hizo del suicidio una moda romántica, un gesto heroico para despreciar el insípido mundo burgués. Sin embargo, el suicidio no siempre ha sido bien visto a través de la historia. De la tolerancia griega (Platón lo justifica en casos extremos, Sócrates bebe la cicuta con alegría) y latina (Séneca lo ve como un camino hacia la libertad) pasamos a la fuerte condena que hacen los padres de la Iglesia. Para ellos, se trata de un acto “de una vileza detestable y condenable”. San Agustín creía que la vida es un don de Dios y que nuestras acciones no deben acortarnos los sufrimientos, que han sido divinamente ordenados. Los modernos lo aceptan como un “hecho social”, un dato estadístico que cuando se incrementa preocupa porque implica un malestar de la sociedad. Aunque sigue sin entenderse, sigue siendo un tema que desafía toda lógica. En El dios salvaje, un extraordinario ensayo sobre el suicidio, A. Álvarez dice lo siguiente: “En cuanto alguien decide matarse entra en un mundo hermético, impermeable pero totalmente convincente donde todos los detalles encajan y cualquier incidente refuerza la decisión”.

El suicidio es el tema central de Con el pucho de la vida, la novela de León Valencia que se había publicado hace algunos años y que ahora se reedita con el sello Debolsillo de la editorial Mondadori. La Mona Echavarría, una muchacha de clase alta de Medellín, se suicida en París; el Negro y Manuelita, dos guerrilleros del ELN, prefieren morir por mano propia antes que ser atrapados por el ejército; Fernando, un brillante estudiante de Medicina, no resiste la intensidad ni la vida rumbera de la Chiqui, su novia, y decide ahorcarse. La hermosa Olga, enredada y confundida con tres amores, se mata después de conocer la noticia de la muerte de uno de ellos y en su caída arrastra a otro del trío, el profesor Gerardo Martínez, por cierto un defensor del suicidio como acto de libertad, a la manera de Séneca.

Los suicidas, además de dolorosas preguntas e historias inconclusas, dejan cartas: le añaden literatura a la literatura. Sergio Baldini, argentino errante (vale la redundancia), hijo de una paisa y un músico argentino que tocó en la gira de Gardel y se escapó del accidente (vale el homenaje), regresa a Medellín, la ciudad en la que nació, para cumplir un encargo: llevar una carta de la Mona a sus amigos del bar de salsa El Suave, donde trata de explicarles su decisión. El periodista Baldini será un mensajero gustoso: le interesa escribir y profundizar en el tema de los suicidas y, de paso, revisitar la ciudad anhelada a través de los recuerdos de su madre. Sin embargo, no cumplirá a cabalidad su misión. Terminará sucumbiendo a los encantos peligrosos de El Suave e involucrado con sus personajes. Se enamora de la Chiqui y se hace amigo de Ramiro, un policía que colecciona cartas de suicidas y que lo involucra en otras historias. Todo pasa por El Suave, el punto centrífugo de estas vidas y de esta narración. “Se lo robó el furor de ese sitio. Él me decía que cuando entró aquí sintió como mil caballos galopando, como si un ventarrón lo sacudiera”.

La novela empieza cuando la Chiqui abandona a Baldini luego de descubrir las cartas ocultas o no entregadas de los suicidas de las cuales era parte interesada. Una trama, un tema y un lugar precisos. Sin embargo, la narración a veces parece compartimentarse por culpa de un narrador algo inexperto y demasiado omnisciente, que no les permite hablar a los personajes con su propia voz: todos hablan líricos, floridos y existenciales, como él. Lo increíble es que al final logran imponerse y conmovernos con sus dramas verdaderos. Ellos salvan la novela. Y también ese bar donde la música es bálsamo de la violencia, de las diferencias sociales y de la vida sin respuestas.