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CON EL CORAZON EN LA MANO

LUEGO DE UNA CARRERA BRILLANTE, MIKHAIL BARYSHNIKOV CELEBRA SUS 50 AÑOS BAILANDO LITERALMENTE AL RITMO DE SU CORAZON

14 de diciembre de 1998

Hace poco, cuando se preparaba la iniciación de temporada de la compañía White Oak Dance Project en el Manhattan's City Center de Nueva York, una periodista del Observer's formuló a su director, MikhailBaryshnikov, la siguiente pregunta: ¿Contempla la posibilidad de retirarse? Este la miró fija y fríamente a los ojos y le respondió: "Ese no es su problema, ¿okay?".La pregunta era inevitable. En el mundo del ballet traspasar la barrera de los 40 es sinónimo de retiro inminente porque las condiciones se resienten, el salto pierde esplendor, los giros no ienen control y las extensiones disminuyen. Baryshnikov cumplió 50 el pasado mes de marzo. Un par de semanas después la crítica especializada registró cómo, luego de la breve temporada, había que rendirse ante el hecho de que el mundo del ballet no estaba ya más ante un bailarín sino ante un fenómeno de la danza a quien los años no hacen mella.Baryshnikov asume ahora el reto más comprometido de toda su carrera con una propuesta que no tiene precedentes en la historia: un espectáculo en el cual él es el único bailarín sobre el escenario. La crítica lo ha recibido con un entusiasmo absoluto: "Parece un adolescente en lo que respecta a su silueta, pero en su arte están inmersos siglos de sabiduría. Ha superado todas las fronteras, está más allá de cualquier actitud que busque el entusiasmo fácil". Aunque en principio la idea podría tener cierto tufo de egolatría las cosas son a otro precio. Se trata de un paso más dentro de una carrera que ha estado marcada siempre por el ejercicio refinado de la inteligencia. Baryshnikov no es, ni ha sido, un bailarín fácil de encasillar, entre otras cosas por su baja estatura, que en su juventud lo hacía inepto para el gran repertorio clásico y romántico del siglo XIX. Pero paradójicamente tenía las condiciones técnicas y expresivas para enfrentarlo. Esto lo captó muy bien desde sus años de estudiante en Leningrado Alexander Pushkin, también maestro de Makarova y Nurejev, quien supo guiarlo y encauzarlo. En 1974 Baryshnikov resolvió desertar en medio de una gira en el Canadá. Era una estrella en su país. El motivo fue artístico y no político. Quería buscar nuevos horizontes, acordes con sus condiciones. Esa ha sido siempre su lucha. Legendario en su interpretación de los clásicos desde su llegada a Estados Unidos, ha sido siempre un inconforme, pues hasta abandonó su condición de estrella del American Ballet Theatre (ABT) para ocupar una plaza en el Corps de Ballet del New York City Ballet, con un sueldo irrisorio, solo para aprender la técnica neoclásica de Georges Balanchine. Cuando regresó al ABT lo hizo como director, con un dólar de sueldo, para contar con libertad de movimiento y la posibilidad de poder pasearse libremente por todos los estadios y tendencias del ballet y la danza moderna. Por eso, cuando a los 40 años abandonó el ballet clásico, el mundo no lo resintió. Al fin y al cabo ya había construido su nuevo espacio artístico con un repertorio que cubría desde las propuestas de Paul Taylor y Martha Graham hasta las nada convencionales de José Limón y Mark Morris: era un bailarín moderno. Su inteligencia, su bagaje de gran virtuoso, mantenerse siempre en forma y una especie de sexto sentido para no prodigarse jamás en exceso han hecho que cada una de sus apariciones constituya un acontecimiento. Solo que ahora, con su propuesta de un espectáculo solista, con coreografías en su gran mayoría creadas para él, sobre medidas, el mundo ve asombrado la máxima depuración de su arte.Así acaba de conquistar el Festival de Wuppertal, en Alemania, que organiza Pina Baush, y tuvo a sus pies la semana pasada a uno de los públicos más exigentes del mundo: el del Teatro Colón de Buenos Aires.En su propuesta no tiene temor de plantear una mezcla de creaciones de figuras consagradas, como Merce Cunningham y Jerome Robbins, a quien rinde un homenaje póstumo, con nombres menos reconocidos, pero que para él tienen todas las condiciones, como Kraig Patterson y Tamasaburo Bando. El punto culminante es HeartBeat: MB. Es una concepción coreográfica de Sara Rudner sobre el diseño sonoro de Christopher Janney. Vestido con discreto pantalón rojo, el torso desnudo deja ver la serie de electrodos instalados sobre el cuerpo, los cuales transmiten por altavoces los latidos de su corazón. Sobre el diseño coreográfico Baryshnikov, en medio de un magistral juego de luces, da rienda suelta a su propia capacidad de improvisación, se escucha a sí mismo; su propio corazón marca el ritmo de la danza, que alcanza momentos de sorpresa, de juegos de sombras, de caídas, giros y reposo. Es serio, humorístico, agresivo, hasta irreverente. Para algunos críticos esta es la quintaesencia de su arte y personalidad, pues parece no seguir el estilo de nadie sino su propio instinto, que genera cada noche un espectáculo nuevo. También es la quintaesencia de una carrera marcada por la disciplina y el buen juicio, que aún tiene mucho qué decir al mundo. Porque al fin y al cabo Baryshnikov alcanzó en la plena madurez de su vida lo que hasta la fecha ninguno de sus colegas había logrado: mantenerse vigente en la escena sin convertirse en la sombra y la mala imitación de sí mismo.