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Metallica, Guns n’ Roses, Aerosmith y Coldplay son algunos de los grupos que por estos días han estado en Bogotá. Axl Rose se presentará en el Parque Jaime Duque el próximo 30 de marzo; el concierto de Aerosmith será el 20 de mayo en el Parque Simón Bolívar

MÚSICA

Conciertos del desconcierto

La temporada de megaconciertos acaba de empezar en Bogotá. Coldplay, Metallica, Aerosmith y Guns n' Roses son algunos de los programados. Vienen más artistas internacionales, pero es evidente que aún es muy difícil traerlos.

20 de marzo de 2010

Parece que Colombia entró en el mapa de giras suramericanas de artistas que hace 10 años nadie imaginaba que pudieran venir al país. Alanis Morissette, Gwen Stefani, Il Divo, REM, Depeche Mode, The Killers, Coldplay y la lista sigue. Franz Ferdinand se presentará el próximo 27 de marzo en Bogotá, Guns n'Roses el 30 y Aerosmith, a finales de mayo.

La industria musical está cambiando y los artistas, en vez de vender discos, hacen ganancias al presentarse en vivo; alargan sus itinerarios y programan conciertos en febrero y noviembre -meses malos en Europa y Estados Unidos-. Eso, y que 3.500 personas de fuera del país vinieran al concierto de Metallica el 10 de marzo y 9.000 al de Coldplay días antes, hace pensar que Bogotá es una plaza a la altura de Ciudad de México y Buenos Aires. La realidad de los empresarios, sin embargo, es muy distinta. Con los conciertos, vienen las quejas: del público, porque las boletas están muy caras y porque las fechas se cruzan; los medios no se ilusionan, acostumbrados como están a las cancelaciones de última hora; y, mientras tanto, ellos hacen maromas para encontrar escenarios y financiar un negocio de riesgo que pocos patrocinan.

"Este negocio es como ir a un casino. De 10 conciertos le pegamos a uno", dice Alfredo Villaveces, director de Evenpro en Colombia (la empresa que trajo a The Killers, Bjork, Iron Maiden y Jamiroquoai). "Como dice Phil: hacer conciertos en Colombia es como andar en arenas movedizas". Arenas movedizas porque nunca se sabe qué va a pasar en materia de orden público, cómo se van a comportar los medios o qué van a decir los vecinos. Las dos fechas en las que se presentó Manu Chau en el Palacio de los Deportes hace cuatro años por poco se pierden: como las boletas del primer concierto se agotaron en tres semanas, el segundo se organizó rápidamente y los requerimientos estatales por poco lo frustran. Poco antes del primer concierto de Iron Maiden algunos medios dijeron que lo que hacían "esos muchachos era música satánica", por poco acaba con el espectáculo; un comentario que se repitió años después con el de Marilyn Manson y que finalmente frustró su presentación. Y una tutela de los vecinos de El Campín hizo que el concierto de Eros Ramazzotti en 1994 se cancelara, horas antes del show.

Más allá de los azares -la poca cultura de ir a conciertos que hay en el país, como la llama Villaveces-, lo cierto es que traer un concierto de este tipo a Colombia no es fácil. Para que el distrito apruebe un espectáculo es necesario comprar hasta siete pólizas (de seguros médicos, de cumplimiento, de responsabilidad civil, de pago de impuestos); cerrar contratos (con el artista, de alquiler de escenario), radicar comprobantes de pago y constancias de servicios médicos y de seguridad, además de tener la aprobación de los bomberos y de la Policía, y garantizar el pago de los impuestos. En total, unos 19 trámites, que hacen difícil programar dos fechas para un mismo artista -una de las maneras de cómo se reducen costos en otros países-, pues en esos casos, el paquete de trámites se debe radicar dos veces, aunque sea el mismo.

Según Juan Pablo Ospina, el empresario que trajo a Coldplay: "Es un sistema acartonado, que debería actualizarse, que sólo sirve para poner trabas, que ofrece pocas garantías y no es equitativo", porque en el caso de que un concierto no tenga la asistencia esperada, como ocurrió con REM, los mismos 6.000 policías y las mismas seis ambulancias se quedan estacionadas viendo llover, si es el caso, por la dificultad de cambiar los formularios.

La mayor dificultad del negocio, sin embargo, está en la cantidad de impuestos que deben pagar los empresarios por traer un artista extranjero. Organizar un megaconcierto en Bogotá -la principal plaza para este tipo de espectáculos- implica pagar 10 por ciento en impuestos nacionales, 10 por ciento en municipales, otro 10 por ciento en impuesto de pobres, además de 33 por ciento de retención sobre los honorarios de los artistas: en total, cerca de un 70 por ciento sobre el costo del espectáculo. Es decir, que si un artista cobra 10.000 dólares, un empresario le termina pagando 13.000 dólares; y si alguien paga 300.000 pesos para entrar a un concierto, unos 210.000 van para el Estado. Una cifra escandalosa, en palabras de Juan Pablo Ospina, "que no se compara con Argentina, Chile, Brasil y México, donde un empresario paga entre el 5 y el 7 por ciento en impuestos para traer un artista extranjero". Por eso, mientras la boleta más cara para ver el último concierto de Metallica costaba 68 dólares en Monterrey y 97 en Buenos Aires, en Bogotá el precio casi los doblaba: 180 dólares (350.000 pesos). Algo similar a lo que ocurrió con la boletería del tour Viva la Vida de Coldplay. La localidad más costosa en México era de 95 dólares, en Argentina de 150 y en Colombia un poco más de 200 (395.000 pesos en tercera etapa).

La situación es preocupante. Tanto, que ya es tema de debate público. Desde hace más de un año, Simón Gaviria ha liderado el proyecto de la Ley de Espectáculos en el Congreso: una ley que simplificaría los trámites, derogaría algunos de los impuestos y crearía un fondo para subsidiar los conciertos; una ley que, según los cálculos de Villaveces, reduciría automáticamente el costo de las boletas en un 15 por ciento. Pero después de pasar el primer debate en el Congreso, hace más de un año, está estancada. El Ministerio de Cultura se desentendió del asunto a principios de octubre, le pasó la responsabilidad al Ministerio de Hacienda y, por los mismos días, empezaron las campañas para las elecciones legislativas. En este momento, la ley está en la larga lista de espera para pasar en la plenaria (la próxima sesión, precisamente, se realizará este martes). Pero, tal como están las cosas, dadas las divisiones internas, la falta de apoyo, las recientes elecciones, existe una muy buena posibilidad de que Gaviria tenga que revivir la ley en estado de coma en su próximo período en la Cámara.

Que pase la norma, sin embargo, es sólo el primer paso."La ley nos aliviana algunos costos, pero no soluciona el problema. Bogotá necesita escenarios", dice Villaveces. Artistas como Madonna, cuyo show necesita gigantescas tarimas y pantallas, y U2, que incluye plataformas y puentes giratorios en su espectáculo, simplemente no se pueden presentar en Colombia, aunque quisieran. A mediados del año pasado, quedó claro que el estadio, en este momento el único lugar capaz de sostener semejantes estructuras y de albergar más de 40.000 personas, número que justificaría los costos de producción, no está ni estará disponible. "Y si mañana resulta la plata para construir un escenario -continúa Villaveces-, este no quedaría listo en menos de cinco años". El diagnóstico es claro: aunque es cierto que Colombia es cada vez más cosmopolita, algunos caminos siguen cerrados. Bogotá aún está lejos de ser la tercera o cuarta parada obligatoria de los artistas de proyección internacional en Suramérica.