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Crímenes y pecados intelectuales

Una novela que parodia el género policial y hace una dura crítica a la sociedad colombiana.

Luis Fernando Afanador
25 de noviembre de 2006

Pedro Badrán
Un cadáver en la mesa es mala educación
Ediciones B, 2006
169 páginas

La primera página ya nos indica qué terreno estamos pisando: el titular del periódico El correo, "diario conservador, patriota y combativo", anuncia el asesinato del senador Santiago Eljach y el de su esposa, Margoth Abuchaibe de Eljach. Tanto el titular como la noticia, se encuentran diagramados imitando la primera página de un tabloide. Entonces, tenemos un crimen, un periódico y la clara intención de parodiar y hacer pastiches. Es decir, una novela policíaca atípica o, desde otro punto de vista, una típica novela policíaca intelectual.

Las siguientes páginas del primer capítulo hablan de otro crimen y presentan a los protagonistas de la historia. Molano, el fotógrafo de El correo, le avisa a Federico Laínez, redactor cultural del mismo diario -y narrador principal de esta historia- de la aparición de un cadáver "lujoso" que resultará ser nadie menos que el excéntrico maestro de periodistas Alcibíades Salazar, subdirector de El correo. Dos meses atrás, éste le había insinuado a Laínez que estaba a punto de descubrir a los autores del crimen del senador Eljach y su esposa. Como a Felipe Holguín-Pombo, flamante director de El correo, poco le interesa profundizar en el caso de Salazar debido a las "circunstancias escolafriantes" que rodearon su muerte -para eso están la Fiscalía y los sabuesos Avendaño y Mantilla-, Laínez asume la investigación casi por descarte y sin mucha convicción: está más interesado en las fantasías sexuales y en seducir a la pelirroja Valeria Fidalgo, recién llegada de Europa y crítica de arte del periódico.

Una trama bien planteada y bastante atractiva que, sin embargo, parece no avanzar con la rapidez esperada por tanta "puesta en abismo": Salazar estaba escribiendo una novela policíaca sobre el asesinato de los Eljach con explicaciones fantásticas, y Fidalgo -al parecer amante secreta de Salazar- hacía lo propio con una escritura altamente "poética" (ambos relatos, junto con los pastiches periodísticos, se van intercalando en la narración). Como si lo anterior no fuera suficiente, abundan las discusiones sobre arte y las burlas a la crítica pelirroja y a su impostado mundo, que amenazan convertirla en una total caricatura. Por fortuna, el deseo de Laínez por ella es muy fuerte y la salva como personaje. Aunque se le vaya la mano en las descripciones sexuales, recargadas de lirismo erótico: "Entonces, merodeé nuca, huesos y pezones, la rajita inicial de sus nalgas, el agujero mismo, su motivo central, y ya me parecía que en el instante de penetrar sus húmedos recovecos aquellos párpados que aleteaban incesantes se detendrían, súbitos, como pájaros abatidos en mitad de su vuelo".

Por supuesto, el erotismo es válido en el género policial -la prueba es Rubem Fonseca- que admite la parodia y hasta la utilización de sus estructuras clásicas con otros fines -la prueba es Jorge Luis Borges-. Aunque el exceso de parodia y de 'metaficción' tiene sus peligros. Si el investigador, como ocurre aquí, llega a decir que no está en una novela policíaca y que prefiere conversar porque no tiene "estado físico para una persecución", necesariamente afecta el interés por la trama. ¿Será esto lo que pretende esta obra? No lo creo: una novela policíaca sin una trama apasionante es mala educación. Y, además, después de que el perezoso, lúbrico y especulativo Laínez le cede la iniciativa al reportero Gilberto Manzi, vuelve la acción y revive el poder persuasivo de esta historia que al final se resuelve muy bien y no decepciona. Pese a las peligrosas tormentas, a los cantos de sirena y a "los abismos", el barco consigue arribar sin problemas a feliz puerto.
La trama se resuelve pero deja planteada una dura crítica a la sociedad: la corrupción ha llegado hasta la conciencia de los que menos esperábamos. Estamos -qué bueno- en la tradición de la escuela policíaca norteamericana, retomada con acierto por muchos autores latinoamericanos. No hay duda: la originalidad más interesante es la que vuelve a los orígenes.