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Crímenes y pecados

Salma Hayek hizo realidad su sueño de interpretar en el cine a la famosa pintora mexicana Frida Kahlo. SEMANA habló con la actriz sobre la película que se estrenará el 29 de noviembre.

Luis Fernando Afanador
10 de noviembre de 2002

Eça de Queiroz
El crimen del Padre Amaro
Plaza y Janes, 2002
488 paginas

Cualquier excusa es buena para leer a los clásicos. Por esta razón, quizás, hace algunos años a una editorial francesa, preocupada por el bajo índice de ventas de sus autores inmortales, se le ocurrió la peregrina idea de reeditarlos con prólogos de actores y actrices famosos: Las flores del mal por Jean Paul Belmondo, A la busca del tiempo perdido por Catherine Deneuve y Una temporada en el infierno por Brigitte Bardot. Como para algunos audaces e imaginativos editores no existen barreras cuando de vender sus libros se trata, esperemos que esté lejano el día en que nos encontremos a María presentada por Shakira o La vorágine por Juanes o Santiago Botero.

Teniendo en cuenta que todavía, por fortuna, no hemos llegado a aquel enrarecido panorama, mi excusa para leer El crimen del Padre Amaro, del escritor portugués Eça de Queiroz (el preferido de la madre de Borges y del cual siempre había querido leer algo), fue simple y manida: su reciente versión cinematográfica y el gran escándalo nacional que provocó en México hasta tal punto que el estreno previsto para junio tuvo que posponerse para agosto de este año. Y tremendo escándalo: la ultraderechista organización Pro Vida demandó penalmente al Secretario de Gobernación -el equivalente de nuestro Ministro del Interior- y a la directora de Conaculta por considerar que la cinta, financiada con fondos oficiales, atentaba contra las creencias católicas. Ha habido de todo: declaraciones contradictorias del clero y el episcopado, vehementes defensas de la libertad de expresión y, como era de esperarse, una popularidad desmedida que la han hecho la película con más espectadores en la historia del cine mexicano.

Tal es el sospechoso cartel con que llega a nuestro país y nada mejor que recibirla como pide su director, simplemente como la película que es. Y desde luego, con el beneficio de inventario de la obra original.

Las relaciones amorosas y sexuales del Padre Amaro con la joven Amélia y la tragedia que provoca esta unión prohibida constituye el eje de la trama en la película, que resulta idéntico al de la novela. Es decir, el conflictivo celibato sacerdotal tema de gran vigencia y tristemente célebre en los últimos meses-, la mentirosa aspiración de los sacerdotes católicos de vivir en contra de "los más justos requerimientos de la naturaleza" y toda la hipocresía que genera la verdadera vida que llevan con el ideal que proclaman. Una trama precisa y clara que la obra de Eça de Queiroz desarrolla impecablemente -logra mantener en vilo al lector a pesar de sus casi 500 páginas- y que la película tiende a enredar con las alusiones, bastante gratuitas y oportunistas al narcotráfico, a la guerrilla y al aborto, para darle un toque de actualidad. Como si no fuera suficiente "contexto" lo hecho recientemente por los sacerdotes norteamericanos.

Hay, no obstante, una diferencia todavía más importante. Mientras la película maneja el estereotipo de los sacerdotes libidinosos y corruptos (que por supuesto provoca las delicias y las risas fáciles del público) la novela se adentra en la mente de los personajes, los muestra conflictuados, complejos, explicables a la luz de su medio social y de su pasado. Incluso, si se quiere, más cínicos y maquinadores, pero también más dignos de compasión. Son seres humanos actuando, no marionetas. Eça de Queiroz es un narrador moderno que ha leído a Flaubert. Sabe que los artistas no proponen tesis sino muestran realidades ambiguas y contradictorias. El, como individuo, puede tener sus preferencias y sus prejuicios -de hecho es profundamente anticlerical- pero como artista no puede traicionar la coherencia y la autonomía de sus personajes. Cuando ellos hablan, él no opina. Por eso, a pesar de sí mismo, puede darle vida en el mismo espacio novelístico a seres tan disímiles y convincentes como el abad Ferrao, un cura auténtico y lleno de fe y al doctor Gouveia, un médico ateo y volteriano. En fin, una película regular que nos abre las puertas de una muy buena novela.