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CRITICA A LA CRITICA

Mientras en el mundo artístico la incidencia de la critica es cada vez menor, sigue sin existir un puente entre obra y el público. Hace falta una actitud pedagógica.

28 de marzo de 1994

POCO DESPUES DE QUE MARTA TRAba murió en el trágico accidente de avión de Mejorada del Campo, en MadRid, a comienzos de los años 80, los trabajadores de la cultura, en general, y el gremio de los artistas, en particular, comenzaron a sentir -para mal o para bien- el vacío que había dejado. En efecto, la crítica de arte argentina se había instalado en Colombia antes de mitad de siglo, y desde su llegada se había convertido en la más polémica, pero también en una respetada y exigente guía de las artes plásticas colombianas. Irreemplazable para unos, transformada en mito para otros, nadie niega que Marta Traba logró llamar la atención sobre un oficio que hoy se encuentra en crisis: la crítica de arte.
Tal vez por el violento giro que tomó el arte con el advenimiento del posmodernismo, una época que dejó a un lado los paradigmas, la sensación general es que los artistas de hoy van por un camino y el espectador por otro, sin que nadie sitúe un punto de encuentro entre los dos. Para completar, no son pocos los que opinan que los escasos criticos que escriben en los medios también tienen su propio camino, sin que ni siquiera los mismos artistas logren comprender lo que aquellos intentan comunicar. De esta manera, el público común ha quedado de alguna manera des amp arado en mitad de las múltiples formas de manifestación artística que ofrece el final del siglo XX, sin una guía para descifrarlo.
No obstante, si en primera instancia este aparente desamparo parece el síntoma de la grave situación por la que atraviesa la crítica en Colombia, algunos especialistas opinan lo contrario, apoyados en la idea de que hoy el espectador debe abordar la obra de arte de la manera más desprevenida posible. Para ellos, más que un problema, es una consecuencia de la época. "La crítica, tal y como se concebía hace 20 años, está en crisis no sólo en Colombia sino en todo el mundo - asegura Eduardo Serrano, curador del Museo de Arte Moderno, de Bogotá-. Pero no porque ya no haya expertos en arte, sino porque los intereses han cambiado en la medida en que hoy no importa si una obra es bonita o fea, buena o mala en comparación con el movimiento al que pertenece; simplemente porque los movimientos -ya no existen, y, por tanto, no h ay p a tron es de ca lifica ción a los que el público está acostumbrado". En pocas palabras, mucha gente sigue implorando un guía en una época en que las guías y los patrones cada vez importan menos.
Por su parte, el crítico de arte José Hernán Aguilar, director del Museo de Arte de la Universidad Nacional, ve el problema desde otra perspectiva. Para él, que durante varios años estuvo al frente de una columna especializada en el diario El Tiempo, muchos comentaristas se han dedicado a mirar el arte con pasión personal, lo cual ha hecho perder credibilidad a la crítica. "Creen que la crítica de arte consiste en hacer poesía y le dan rienda suelta a la subjetividad y a sus sentimientos personales, antes de analizar de verdad la obra, su estructura interna", dice.
En lo que todos coinciden es en el poco espacio que tiene la crítica para desarrollarse. "Cada medio de comunicación, comenta Aguilar, debería tener una columna especializada permanente. Si hubiera columnistas de arte como los hay de fútbol, con seguridad el arte se desarrollaría más".
Sin embargo, independientemente de todo esto es evidente que a la crítica -mala, buena o indiferente- le ha faltado asumir una responsabilidad que muchos niegan pero que es cada día más necesaria: en Colombia hace falta una crítica pedagógica que se aparte de los estigmas intelectuales y se proponga madurar el criterio del público: que lo entusiasme, en lugar de alejarlo de las galerías. De alguna forma, así lo describe el artista Edgar Negret, uno de los más reconocidos en el exterior: "De hecho no hay crítica de arte en Colombia. Y los que la hacen se refieren a las obras en un lenguaje de eruditos que asusta de plano al espectador común".
A pesar de que hay quienes sostienen que la crítica es ante todo un diálogo entre el crítico y la comunidad de artistas, cuya función no es la pedagogía, mientras más oportunidad haya para el público de acceder a esos territorios casi prohibidos del arte, el desarrollo será cada vez mayor.
Con todo, al parecer la crítica está sometida, así como las artes en general, a los designios de la posmodernidad. En este período de finales de siglo en el que las reglas han sido reducidas a su mínima expresión, en el que para los artistas todo vale, en el que los parámetros han dejado de existir y cada obra es un parámetro en sí misma, son pocos -empezando por los artistas -los que están dispuestos a ponerle atención a la crítica. Pero todavía queda el público común, que observa tímido desde la puerta de las galerías, sin atreverse a entrar porque, para él, el arte sigue siendo exclusividad de los expertos. Un mito que a las puertas del siglo XXI todavía se niega a caer.