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‘Tierra acústica’ es el tercer disco del guitarrista bogotano Jaime Andrés Castillo

MÚSICA

Cuando el músico está solo

Aparecen simultáneamente dos discos de música para un solo instrumento: Jaime Andrés Castillo medita con la guitarra, Holman Álvarez con el piano.

Juan Carlos Garay
8 de septiembre de 2012

Hay un verso del poeta italiano Cesare Pavese que afirma: "He encontrado compañeros encontrándome a mí mismo". No habla del abandono, claro está, sino de una soledad buscada: antes que tener que oír conversaciones que poco o nada le interesan, prefiere explorar la voz interior. Y en esa voz salen a relucir los antepasados, la tierra, los sueños. No siempre es necesario escuchar a otros, parece concluir el poeta. En nosotros mismos está acumulado todo el material necesario para saber algo.

El poema, por si quieren buscarlo, se titula Antepasados. Lo recordé porque aparecieron, simultáneamente, dos discos que ilustran esos momentos de ensimismamiento. El uno es un álbum de guitarra un poco alejado de la tradición. El otro es una inmersión en el piano como tal vez no se había grabado antes en nuestro medio (lo cual habla a la vez bien del pianista y mal de nuestro medio). Son discos que, al mostrar un solo instrumento, requieren mayor concentración y generan algunos interrogantes: si la música en grupo es una comunión, ¿de dónde viene el sonido cuando el músico está solo?

Tierra acústica es el tercer disco del guitarrista bogotano Jaime Andrés Castillo, publicado dos años después de ese profuso ejercicio de jazz llamado La última canción. El salto es grande: a un disco de guitarra eléctrica con acompañamiento rítmico le sigue hoy un álbum acústico, donde las cuerdas conviven con ecos y silencios. Es como salir de una fiesta para ir a una misa. O, como lo explica el propio Castillo: "Luego de tocar 'free jazz', de experimentar, sentí que necesitaba volver a algo más meditativo".

Le pregunto a Castillo cuál es la gran diferencia entre la guitarra eléctrica y la acústica y contesta, con una sonrisa sarcástica: "Cuerdas de nylon". Pero pasado el silencio incómodo, profundiza: "Hay algo muy interno, algo orgánico cuando no se toca con plectro sino que el sonido sale de las yemas de los dedos". Precisamente el punto de quiebre, lo que diferencia este de otros discos de guitarra solista (casi siempre de repertorio clásico) está en una mezcla de influencias y raíces. En Tierra acústica se pueden oír alusiones al cubano Leo Brouwer o al brasileño Baden Powell, pero también hay algo propio, como las huellas en las yemas de los dedos.

Una aventura similar, sólo que a partir del piano, es Yegua de la noche, del músico caleño Holman Álvarez. Esta vez no es el punto de llegada de una carrera sino el debut: Álvarez dice haber escuchado en su adolescencia los discos solistas del norteamericano Paul Bley, y a partir de allí creó una obra donde la composición y la improvisación tienen un mismo origen. Todavía se recuerdan sus conciertos de piano solo en Proartes en 2009, recibidos con un silencio total, no se sabe si por concentración o por desconcierto. Pero solo después de su llegada a Bogotá decidió plasmar todo eso en un disco.

"Tocar solo es algo más que tocar bien", me dice, defendiendo su disco como algo que no busca necesariamente el virtuosismo. De hecho, Yegua de la noche es un paseo pausado, no exento de disonancias o altibajos, donde a veces se cuelan trozos melódicos del Bunde Tolimense o del clásico Loverman, como si viajáramos al cerebro del músico y su mescolanza de sueños y recuerdos. "Al tocar solo, uno se da cuenta de dónde sale la música", analiza Álvarez. "Lo que uno piensa, lo que le gusta, las imágenes que tiene en la cabeza. El inconsciente es una inteligencia artística".