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Cuando salí de Cuba

Las tribulaciones de los inmigrantes cubanos en EE.UU., en "La vida real", la novela de Miguel Barnet.

20 de marzo de 1989

Con las manos y los pies hinchados por la artritis, el pelo blanco y soñando con regresar a Cuba con su mujer y su hija, este hombre llamado Julián Mesa reconstruye su vida, mezclando su dialecto nativo con palabras en inglés, echando mano de los fantasmas religiosos de su niñez, mientras sigue trabajando como portero de un edificio de 40 apartamentos en la zona de Chelsea cerca del Village, en Nueva York. Son sus propias palabras, su forma de mirar todo cuanto le ha ocurrido en esos largos años desde 1951, cuando con una mano adelante y otra atrás llegó con un paisano a ponerle fin al hambre y las necesidades que hasta entonces lo habían carcomido en el campo y La Habana.
Julián Mesa es el protagonista de una novela llamada "La vida real" escrita por el cubano Miguel Barnet y publicada por Alfaguara. Barnet es uno de los escritores más destacados de esa generación que creció, se desarrolló y maduró al lado de la revolución. Antropólogo y sociólogo, autor de libros tan importantes como "Biografía de un cimarrón", "La sagrada familia", "La canción de Rachel" y "Gallego" (convertida en espléndida película por el desaparecido Manuel Octavio Gómez), Barnet siempre ha vivido obsesionado con las corrientes migratorias, con los cubanos que se han marchado a otros países y con los extranjeros, especialmente los españoles que han llegado a Cuba. "La vida real", se nutre con extensas grabaciones que el escritor logró con los cubanos que salieron de la isla en los años cincuenta. Será entre esos hombres y mujeres que ya pasan los 60 años y quienes en la mayoría de los casos jamás regresaron a Cuba, donde Barnet encuentre la materia de este relato.
A pesar de toda la miseria retratada, a pesar del hambre y el dolor que el protagonista recuerda de su niñez, el libro no destila rencor. Al contrario, Julián reconstruye sus años en el campo, La Habana y Nueva York con una sabiduría doméstica y simple que lo deja en paz con él mismo, con esos fantasmas que todos los días evoca mientras se esconde en el sótano, escapando de los inquilinos que lo buscan para que tape una gotera, coloque una tira de papel en una ventana rota o simplemente para que demuestre que sigue vivo, en medio del invierno, temblando de frío, recordando el calor, el sudor y las mujeres que dejó atrás, en Cuba.
El sueño americano, todo ese aparato bien aceitado y atractivo es desmontado pieza a pieza por la nostalgia, la soledad, la supervivencia de este hombre quien, a diferencia de otros latinoamericanos en Estados Unidos, nunca dejará de ser cubano, jamás renunciará a sus creencias. Julián siempre buscará los recuerdos que le sirvan para anclar su memoria y su conciencia en esos paisajes que están más allá de la Florida.
El lenguaje utilizado por Barnet, es decir, por su personaje que es una suma de muchos hombres y mujeres exiliados voluntariamente, está alimentado con los giros y variaciones del habla popular cubana. Julián es un campesino que sólo tuvo zapatos cuando estaba grande y eso, durante unos minutos porque no soportaba la presión del cuero y los cordones. Comía cuando podía y el personaje más importante de su niñez es la abuela, Juana la Callá, bruja y rezandera, que hablaba muy poco y tenía el remedio para todos los males. Con ella aprenderá a no temerle a nada y por eso, cuando se marcha a La Habana, cansado de soportar tantas necesidades, ella será la única que entienda ese gesto de rebeldía. Después decidirá marcharse a Nueva York, porque la vida se le ha convertido un infierno, al lado de los peores elementos del bajo mundo. Aprenderá muchos oficios, trabajará en los sitios más detestables, conocerá hombres y mujeres que intentarán aprovecharse de su ingenuidad y sus ganas de sobresalir. A través de los paisanos y los periódicos seguirá la marcha de los acontecimientos cubanos. Recogerá fondos para enviárselos a Castro, comenzará a ascender en ese infierno cotidiano donde la muerte, el sexo, las drogas y la incomunicación acaban con cualquiera.
Lo curioso de todo este proceso sicológico es que un cubano como Julián, como miles de exiliados de los años cincuenta, nunca se sentirá fuera de Cuba, aunque camine por la Quinta Avenida o las playas de Coney Island. Sentimentalmente estará en un atardecer de camaguey o matanzas, como si sólo el cuerpo hubiera tomado el avión y el alma permaneciera ahí, en medio de los huracanes, la zafra y los discursos de Fidel. Es la vida real, la del otro lado, no ésta que ahora reconstruye un anciano que tiene las manos hinchadas por el frío y la artritis, mientras goza leyendo su colección de la revista "Bohemia", con esas mujeres morenas y apabullantes.