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"CUANDO YO SEA GRANDE"

Una serie de ensayos escritos por un Stevenson que se despoja de su máscara de adulto.

9 de abril de 1984

Con frecuencia los niños, en sus conversaciones privadas -y los jóvenes en sus sueños- se dicen a si mismos: "cuando yo sea grande", y cifran en esa expresión sus más recónditas aspiraciones. Sobre todo cuando -para la óptica que les otorga la edad- de desproporcionados empeños se trata. La frase, es innegable, tiene un encanto que los solemnes adultos se niegan a reconocer y optan, entonces, por la burla y el escarnio. Y en esta última actitud radica, precisamente, la prueba irrefutable de que ellos, los adultos, han alcanzado la tediosa, precavida y refractaria madurez.
Pero es esa expresión y todo lo que conlleva, lo que más se asemeja a uno de los libros más hermosos de R.L. Stevenson: "Virginibus Puerisque", ("para muchachas y muchachos").
"Virginibus Puerisque" y otros ensayos" (Madrid: Taurus, 1979), es el alegato brillante y audaz de Stevenson por ser siempre, aunque constantemente se repita la soñadora frase del comienzo, un muchacho: "Me aferré con todas mis fuerzas -dice en la dedicatoria a William Ernest Henley- a aquella época de transición: pero, aun con la mejor voluntad, nadie puede tener para siempre veinticinco años". Por eso mismo el título inicial era "La vida a los veinticinco años" pero como sus amigos se encargaron de hacerle ver que el "juego había terminado", una buena parte del volumen ya no responde a ese esfuerzo voluntarioso: "Las sombras de la prisión -nos dice, recordando a Wordsworth- comienzan a cerrarse sobre el muchacho que crece".
La primera parte, la que da título al libro, está conformada por cuatro reflexiones, ingeniosas y divertidas pero no por eso menos ciertas, sobre el matrimonio, el amor y la verdad en las relaciones que establecen las personas. Para Stevenson, el matrimonio transforma a los hombres "...empaña y vuelve mezquino el espíritu de hombres generosos". Y no logra explicarse en ningún momento, por qué el hombre opta por ese extraño vínculo. Stevenson no encuentra respuesta alguna: ¿cómo es que si uno es para sí mismo su peor enemigo, no se contenta con eso sino que tiene que ser también el de su esposa, testigo y espía que anula definitivamente la posibilidad de la reserva:? "casarse, dice al final, es domesticar al Angel de la Guarda".
Pero contrario a lo señalado hasta el momento, como muy bien lo anota Fernando Savater en su prólogo: "No hay dogma ni severidad monocorde y, sin contradicción, se aboga por la pereza y por el heroismo, por la juventud y por los faroles de gas, por el amor y contra el amor... Stevenson es escéptico en lo tocante a las justificaciones y prestigios rimbombantes de la vida, pero nunca respecto a la vida misma;...". Esto es lo maravilloso de este libro, aquí radica todo su encanto. En ese hálito refrescante lejos de los dogmatismos y que parece inclinarse mas bien hacia la herejía. A ello se debe, con sobrada razón, que Savater afirme sin ningún titubeo que Stevenson es "...el espíritu más sano que conozco"..
Los otros temas que aborda Stevenson abarcan los más dispares y
disímiles campos. En uno de ellos nos habla sobre los almirantes ingleses y no deja ir la oportunidad para decirnos, casi ladinamente, que para él (en el fondo como él) "El mejor artista no es el hombre que fija su mirada en la posteridad, sino el que ama la práctica de su arte".
Unas páginas más adelante el tema será "El Dorado" y luego una lúcida y descomplicada "Apología de los ociosos". Casi al final, cuando el lector empieza a preguntarse en qué abismo de desamparo se va a precipitar cuando termine y no encuentre una lectura equiparable que le permita seguir soñando o viviendo, Stevenson se sumerge con brillantez en el tema relamido pero aquí renovado por completo: "Juego de niños". Y en estas páginas finales, el autor de "La isla del tesoro", "Las nuevas noches de Arabia", "El Dr. Jekill y Mr. Hyde", "La isla de las voces" y otros más, retoma todo el ímpetu inicial para hacer de esta reflexión sobre los niños y su mundo de fantasía una verdadera revelación: "Si no fuera, señala en uno de sus apartes, por esa perpetua imitación, nos sentiríamos tentados de imaginar que nos desprecian sinceramente, o que sólo nos consideran como criaturas brutal mente fuertes y brutalmente estúpidas; entre las cuales ellos condescienden a vivir en obediencia, como un filósofo en una corte bárbara".
"Virginibus Puerisque", entonces, como sus cuentos y novelas, le permite al lector deleitarse, pues el libro está realizado bajo la firme convicción de trabajar en "...un oficio ejercitado con la estoica ingenuidad de un muchacho que cree con toda naturalidad en la vida y en la fantasía".