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CUENTOS DE NAVIDAD

18 de enero de 1999

El pequeño pino
de Hans Christian AndersenI

Ana se colocó las botas con rabia y salió de la casa pisando con fuerza, casi zapateando."
¡No quiero ir a la escuela mañana! _pensó con enojo_. Quiero que sea Navidad nuevamente. ¡No es justo!... Pasó tan rápido, ¡y ahora hay que esperar otra vez durante un año entero!". Miró a su alrededor el jardín húmedo. Todo estaba muerto allí. Su mamá le había dicho que tal vez podría ver el primer copo de nieve cayendo si se fijaba bien, y ella quería verlo.
Súbitamente algo brillante y dorado atrajo su atención. En un rincón del jardín estaba el árbol de Navidad, donde alguien lo había abandonado el día de reyes. Aún lucía en la punta su estrella dorada."
¡Qué bien, puedo quedármela para usarla de adorno!", se dijo Ana mientras quitaba la estrella de las ramitas puntiagudas del arbolito. Luego pensó: "Pobre árbol, todo desnudo y frío".
"Mmm...", suspiró el árbol que apenas tenía suficiente vida para poder hablar. "Soy un pobre árbol desnudo, desechado, y ahora hasta me han quitado mi estrella, como todo cuanto tenía".
"¡Oh! No te pongas triste", dijo Ana dulcemente. "Piensa en lo hermoso que te veías en Navidad, todo verde y resplandeciente".
"Sí", respondió el árbol con voz nostálgica, "Estaba muy bien ¿no? ¡Completamente iluminado día y noche, con mis bombillos de colores, mis diminutos juguetes, los dulces y los adornos dorados! Los niños me amaban, tal como lo dijeron los gorriones".
"¿Cuáles gorriones?", preguntó Ana, curiosa por conocer la historia del árbol.
"Los gorriones del bosque me hablaron cuando tenía un año. Yo estaba creciendo, verde y lleno de vida en ese entonces, y no me daba cuenta de lo feliz que era en casa en medio de mi familia. Los gorriones habían estado en la granja cercana por la época de Navidad y habían curioseado por las ventanas. ¡Hay un pino allí dentro!, trinaban emocionados; pero uno casi no podría reconocerlo: está cubierto con festones brillantes, luces y regalitos, y en su cúspide hay una estrella dorada. Los niños piensan que es el árbol más hermoso del mundo. A partir de ese momento, lo único que yo quise fue ser un árbol navideño. No podía esperar a crecer lo suficiente. ¡No le puse atención a lo que me dijo el Sol!", murmuró finalmente el árbol.
"¿El Sol? ¿Qué te dijo el Sol?", preguntó Ana.
"Calma pequeño, me dijo con su cálida y risueña voz. Aún estás joven; disfruta lo que tienes mientras puedas. Siente mi calor en tus ramas; deja correr la lluvia por tus costados; despliégate y recógete en el viento. Pero todo eso sólo logró enojarme .... ¿A quién le interesa quedarse relegado en medio del bosque cuando podría estar decorado y ser admirado como aquél pino que vieron los gorriones?".
"Siempre he querido ir a conocer un bosque de verdad", dijo Ana. "¿No te gustaba el tuyo?".
"No, porque yo era el más pequeño de todos. Lo seguí siendo, inclusive después de haber crecido. Los niños me señalaban y decían que era un arbolito muy tierno, y yo me sentía más humillado aún cuando la liebre me saltaba por encima". La voz del árbol se sentía llena de enojo, a pesar de que lo narrado había ocurrido tanto tiempo atrás.
"¡Pero qué suerte tienes!", exclamó Ana, tratando de contentar un poco al arbolito. "¡Yo nunca he visto una liebre de verdad!".
"En ese entonces yo nunca consideré lo afortunado que era", dijo suavemente el árbol. "Me desesperaba por crecer como los otros. Al año siguiente vino un leñador y taló los árboles más grandes para fabricar mástiles de barco. ¡Qué maravilloso!", pensé, verán el mundo. "¿Cuándo creceré lo suficiente para que me transformen en mástil y pueda ver el mundo?".
"Pero nunca recorriste el mundo, ¿verdad?", dijo Ana."No", murmuró el árbol abandonado con voz reseca y quebradiza, "sólo esperé con impaciencia, con tanta ansiedad que me cegué a todo lo que ocurría entretanto: la suave nieve se depositó sobre mis ramas, la lluvia me refrescó y el Sol me calentó. Pero yo sólo pensaba en el momento en que llegaría el leñador a escogerme para convertirme en un árbol de Navidad hermoso y admirado". El pino suspiró nuevamente y recordó otra cosa "¿Sabes que el zorzal me eligió para que sostuviera y abrigara su nido y sus pequeños una primavera? ¡Se movía tan ágilmente rozando mis ramas mientras lo construía!".
"Tuviste mucha suerte", dijo Ana."Sí, la tuve; pero no podía apreciarla por la impaciencia de que el leñador llegara y me llevara para ser árbol navideño, tal como me lo habían descrito los gorriones".
"¿Qué pasó luego?", preguntó Ana, que ya tenía que oprimir la mejilla contra el arbolito para poder escuchar su voz que se apagaba cada vez más.
"Entonces", suspiró el pobre árbol, "llegó finalmente el leñador blandiendo su hacha. Al verme exclamó '¡Allí veo uno bueno!' Qué orgulloso me puse. Cuánto me emocioné: ¡al fin mis sueños se estaban convirtiendo en realidad! Pero en ese momento sentí el hachazo. ¡Qué súbito fue ese impacto del cruel metal helado! Sacudí mis ramas; pero fue inútil y caí herido y mareado". El árbol permaneció callado un momento, y luego continuó su relato con una voz más alegre.
"Cuando recobré el sentido me hallaba en un cuarto tibio y agradable. Mi tronco estaba plantado en un balde, y tu mamá estaba diciendo que era un arbolito adorable. Me colgó bolitas de colores brillantes que cosquillearon agradablemente mis ramas. También me puso luces, que estaban un poquito calientes ¡pero lucían tan bellas! Luego entraste con tus amigos. ¡Te veías tan complacida! Me henchí de orgullo al ver la manera en que ustedes me amaban. Ustedes bailaron y cantaron y abrieron regalos. Para quitármelos les tocó hacer esfuerzos y arrancarme a veces algunos festones: ¡con qué fuerza abrazaba yo esos regalos!".
Ana abrazó al arbolito que alguna vez había sido tan orgulloso y lleno de vida.
"¡Entonces disfrutaste la Navidad, después de todo!", dijo la niña.
"Sí, sí. Sin embargo, ¡se fue tan rápido! ¡Cómo me sentí de débil luego, y cuánto extrañé mi bosque! ...". La vocecita del árbol se apagó.
En ese mismo momento sopló un viento cortante, le arrebató a la niña la estrella de la mano y la hizo tiritar. Y cuando Ana volteó a mirar de nuevo el arbolito, todas sus agujitas resecas habían caído ya.