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Una comunidad católica de la Orden Cisterciense convive en paz con el mundo musulmán en las montañas de Argelia.

CINE

De dioses y hombres

Ocho monjes trapenses protagonizan una de las películas más bellas que han llegado este año a Colombia. ****

Ricardo Silva Romero
17 de septiembre de 2011

Título original: Des hommes et des dieux

Año de estreno: 2010

Género: Drama

Dirección: Xavier Beauvois

Guion: Xavier Beauvois y Etienne Comar

Actores: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Philippe Laudenbach

Es, advierto, una bellísima película sobre ocho viejos monjes que se resisten a dejar su monasterio. No es más ni es menos. Sucede en las montañas de Argelia, en la guerra civil de los años noventa, en un pequeño rincón del mundo musulmán arrinconado por un ejército islámico que no está dispuesto a olvidar el sangriento legado del imperialismo francés. Todos los habitantes de aquella región en suspenso, como en cualquier lugar de la Tierra, tratan de poner en escena una vida que sea reconocida (cada cual monta, sobre la base de sus intuiciones, la persona que quiere ser hasta que lo sorprenda la muerte), pero a los ocho viejos monjes que seguimos se les va el día en el ejercicio de hacer parte de Dios: cantan sus plegarias, recorren los paisajes, conviven en paz, dispuestos a ayudar y sin imponer sus certezas, con un pueblo que tiene sus propias maneras de rozar la trascendencia.

Y entonces ocurre una masacre. Y los ocho monjes trapenses, habituados a una fe que desde fuera parece simple terquedad, toman la valiente decisión de quedarse quietos: no aceptan la protección que "las autoridades corruptas" le ofrecen al monasterio ni se atreven a dejar un lugar que es su destino.

Y lo mejor, para comprender semejante elección, es sentarse frente a De dioses y hombres. Que parte de una historia que terminó, de la peor manera, el 21 de mayo de 1996. Que ganó, con toda justicia, el gran Premio del Jurado del Festival de Cannes de 2010. Que avanza, con la austeridad con la que sucede un monasterio, entre las hondas actuaciones de su elenco de viejos, la cuidadosa composición de sus imágenes y el drama cargado de suspenso que va envolviendo poco a poco a los espectadores. Si una gran película es sobre todo una antología de cuadros humanos, una suma de ejemplos memorables de cómo enfrenta un hombre el hecho de estar vivo, no cabe duda entonces de que De dioses y hombres es uno de los mejores largometrajes que han llegado este año a las carteleras colombianas: es una película bellísima, advertía, pero debo aclarar que no solo contempla la realidad, sino que la espera como un monstruo.

Vean a los ocho monjes trapenses cantándole a Dios para que llegue el día siguiente. Vean a Luc, el viejo, explicándole a una joven de la región qué es estar enamorado: "Descubrir a alguien viviendo dentro de uno". Vean la cara desencajada pero digna de Christian, el líder de la pequeña comunidad de la Orden Cisterciense, cuando se entera de que acaba de ocurrir una matanza. Sean testigos de aquella emotiva cena en la que los religiosos, bajo la melodía de El lago de los cisnes, celebran con los ojos aguados el sorprendente hecho de la vida. No se pierdan la secuencia en la que una fila de los protagonistas se va entre la bruma invernal a un lugar que solo podemos imaginar. Quizás lleguen, como yo, a la conclusión de que el cine es para eso.