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DE ESPIA A ESCRITOR

John Le Carré cuenta sus gustos y disgustos en literatura

23 de junio de 1986

Millones de lectores en todo el mundo, en todos los idiomas de todas las edades, lo tienen como uno de sus favoritos y sus libros ("Llamada para un muerto", "El espía que llegó del frío", "El espejo de los espías", "Un amante ingenuo y sentimental", "El topo", "La gente de Smiley", "La chica del tambor", entre otras novelas, y la última "Un espía perfecto"), llevados al cine y la televisión han convertido su nombre en un elemento doméstico, muy conocido, con personajes que han trascendido la simple creación literaria para adquirir un cuerpo y un espíritu como cualquier ciudadano.
Su nombre de oficio, John Le Carré porque en verdad se llama David Cornwell, tiene 55 años, es un inglés de una exquisita urbanidad, que se toma todo el tiempo para responder las preguntas que le hacen los periodistas, que casi nunca concede entrevistas, que es un observador crítico de las debilidades y caídas ajenas, que es cínico y tiene un profundo humor negro, que es un hombre cultísimo que adora la buena mesa y para quien los mejores lectores de sus novelas de espías y contraespías se hallan en Francia, Latinoamérica y Estados Unidos ya que en su país, los críticos ingleses comenzando por el burlón Anthony Burgess, consideran sus libros como inferiores, obras de simple entretenimiento para matar un fin de semana.
Aunque se conocen pocos datos sobre su vida que guarda celosamente, se sabe que al comenzar a escribir y trabajando en el Foreign Office en Londres (esa dependencia británica que conoce todos los secretos militares y políticos de los amigos y los enemigos de la corona), no podía utilizar su verdadero nombre, se inventó ese seudónimo afrancesado mientras desempeñaba funciones de espía que en otras circunstancias también fueron desempeñadas por dos ilustres colegas, Somerset Maugham y Graham Greene.
Venciendo su resistencia a dar declaraciones y con ocasión de la salida de "Un espía perfecto" (ha sido editada en castellano por Plaza & Janés para España y Planeta para Colombia), Le Carré ha descubierto algunos de los mecanismos secretos de su oficio:
REALIDAD Y FICCION
"Nunca me ha preocupado deslindar la literatura, la ficción de la realidad, eso lo dejo para los burócratas que critican. El escritor sólo tiene que preocuparse por observar, entender, escuchar, registrar lo que ve. Cuenta una historia, echando mano de su experiencia, de su imaginación, las cuales en ocasiones dejan ver las cicatrices de su alma. Un buen escritor debe tener la capacidad de describir cualquier escena, cualquier circunstancia aunque no tenga la experiencia suficiente. Por ejemplo, ser capaz de escribir sobre una larga operación dental de cinco horas aunque en su vida sólo haya sido sometido a una simple cura de un diente. Hay que tener esa experiencia mínima para transformar un pequeño deseo en una verdadera pasión".
LOS ESPIAS EN LA URSS
"Hasta hace poco los novelistas soviéticos no podían escribir libros de espionaje, y ahora cuando se ha producido una especie de apertura surgen nombres como el de Julian Semionov que es interesante, libros que obviamente están dirigidos contra la CIA y hacen de los agentes de la KGB verdaderos héroes. Si algún día permiten a los soviéticos que escriban con libertad sobre temas de espionaje, se produciría la apertura de una caja de Pandora, imagínese todo lo que tendrían, la cantidad de sorpresas, serían obras subversivas por todo cuanto denunciarían. Serían libros realistas, un poco como los que escribió Somerset Maugham cuando se interesaba en los casos de espionaje que eran auténticos, no ficción. Maugham logró historias llenas de brutalidad moral que en ocasiones es peor que la física, era un cuadro sobre la deshumanización sobre bajezas espirituales. Nadie olvida cómo Churchill se sintió ofendido y dijo que era un ataque personal".
LOS LIBROS DE LOS OTROS
"Casi nunca leo novelas de espías escritas por otros. Me gusta Joseph Conrad pero por otros motivos. He releído recientemente "Nuestro hombre en La Habana" de Greene que es una obra fantástica, la verdad es que me gusta releer sus libros, como "El americano tranquilo". Pero no es por esnobismo que no leo las novelas de espionaje de los otros: es que tengo mi propio mundo, mi universo secreto, no necesito de libros sino de las cosas de la vida, lo que ocurre cotidianamente, eso es lo que me interesa. Claro, cuando tengo tiempo leo novelas que no tengan relación alguna con el espionaje, como "El amante" de la Duras, leo a Francoise Sagan, a García Márquez, o los reportajes sobre Cambodia. Ahora en cuanto a los llamados clásicos, me interesa mucho Dickens porque tiene una habilidad genial, una técnica sorprendente para pasar de la infancia a la madurez sin cambios perceptibles.
Uno nunca sabe dónde termina una y finaliza la otra. Es que los filósofos y los burócratas siempre sostienen que la infancia es un período en la vida del hombre y es una categoría muy distinta a la madurez, y se olvidan que todos estos elementos forman parte de la corriente misma de la vida.
Creo que la afirmación de algunos críticos sobre cómo he sufrido la influencia de Dickens, es cierta, es verídica... Y si seguimos hablando de influencias, no puedo dejar de lado a Balzac, quien me parece extraordinario sobre todo por esa forma de comenzar sus novelas usando un detalle indirecto, insignificante en apariencia, sin consecuencias, como arrancar una historia con la descripción de las pantuflas del cura de Tours... eran un buen narrador, supo describir su época, las contradicciones de la Iglesia, los curas, los monarcas, los funcionarios, la clase media, los burgueses, la hipocresia de esa época, envidio cómo Balzac cuando escribe parece que lo hiciera desde el centro mismo de la vida, escribe como si lo supiera todo sobre la especie humana, es sorprendente..." .
ESCRITOR DE UN SOLO GENERO
"Me divierte cuando algunos críticos me señalan como un simple escritor de novelas de espías. Siempre he detestado las divisiones, las categorías, las subdivisiones en literatura, no comparto ese sentido de formar categorías, departamentos, secciones. Pienso que colocarlo a uno y sus libros en cierta categoría es un prejuicio contra ciertos generos. Esa estructura funciona bien para los editores, va bien con sus negocios. Es una tentación a la cual los escritores debemos resistirnos, que no nos pongan etiquetas. Lo peor es caer en manos de los burócratas literarios...".
UN METODO ATLETICO
"Como un buen atleta, dedico a escribir las mejores horas de la mañana. Toda la mañana. Casi siempre entre cuatro y diez. Es una costumbre que tengo desde hace mucho, porque las embajadas y oficinas consulares las abren a las diez. Hay todo ese tiempo libre. Salgo por la tarde después de una buena siesta. Escribo a mano. Nunca usaré un computador, porque ya es tarde para aprender. Adoro el ritmo de la escritura manuscrita, corrijo, tacho, vuelvo a comenzar".-