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En 1991 Solzhenitsin recibió un doctorado honoris causa del Dartmouth College, en Hanover, Nueva Hampshire, Estados Unidos

obituario

De ‘gusano’ a héroe

Los intelectuales de los 70 despreciaban a Aleksandr Solzhenitsin por venderse al capitalismo. Pero a la hora de su muerte, el mundo lo admira por su valor al enfrentar el horror estalinista.

9 de agosto de 2008

Es muy probable que a cualquier persona menor de 30 años que viva fuera de Rusia el nombre de Aleksandr Solzhenitsin no le diga gran cosa. En cambio, para los mayores de 40, este nombre evoca a un escritor ruso, barbado y desaliñado, que desafió al régimen soviético con la publicación de un libro titulado El archipiélago Gulag, un alegato que echaba por tierra los ideales de la utopía comunista y que revelaba que la dictadura del proletariado estaba cimentada en un régimen de terror y muerte.

El escritor falleció el pasado domingo 3 de agosto, a causa de una complicación cardíaca, a los 89 años de edad. Por este motivo, privó a Rusia de la posibilidad de rendirle un homenaje el próximo 11 de diciembre, día en que cumpliría 90 años de vida.

Polémico, excéntrico y de tendencias conservadoras a veces fuera de época, nadie puede negarle a Solzhenitsin los riesgos y sacrificios que enfrentó por su inquebrantable y valiente lucha contra el totalitarismo.

Liudmila Saráskina, la biógrafa más cercana al escritor, señala que Solzhenitsin es tan importante para la literatura como para Rusia. “Él se planteó y cumplió la tarea de devolver la memoria a Rusia. Por eso es imposible separar sus facetas de escritor y activista social. En eso reside su grandeza”.

Por ese motivo, grandes personalidades han expresado su pesar por su muerte y admiración por su legado literario y político. Líderes internacionales, como el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, han enviado sus condolencias. “La muerte de Solzhenitsin es una pesada pérdida para toda Rusia”, afirmó el primer ministro ruso, Vladimir Putin. Mijaíl Gorbachov señaló que Solzhenitsin “fue una de las primeras personas que alzaron la voz contra la inhumanidad del régimen de Stalin, y que habló sobre las gentes que lo sufrieron y que aun así, no fueron doblegadas”.

Solzhenitsin nació el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk, ciudad en el Cáucaso Norte, se crió en Rostov, donde comenzó a escribir de manera obsesiva los 10 años y, más adelante, estudió matemáticas y física. Se graduó en 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética. Se alistó en el Ejército Rojo y luchó en el terrible frente de Leningrado como oficial de artillería. Por su valor recibió dos medallas que de nada le sirvieron puesto que, en 1945, lo condenaron a ocho años de trabajos forzados en un campo de Kazajistán por haber criticado a Stalin en una carta que le escribió a un amigo. En marzo de 1953 recobró la libertad, pero vivió varios años más desterrado en Siberia. Allí comenzó en forma su carrera literaria y padeció un cáncer que le pudieron curar. De esa experiencia nació su libro Pabellón de Cancerosos. Al morir Stalin, la Unión Soviética entró en una etapa de reblandecimiento y así, en 1957, Solzhenitsin consiguió empleo como profesor de matemáticas en la ciudad de Riazán. En 1962 terminó su segunda novela, Un día en la vida de Iván Denisovich, una pieza autobiográfica que narra la historia de un preso en un campo de trabajo. Con El primer círculo (1968) continuó sus denuncias al régimen de terror de Stalin y, al ganar el Premio Nobel de Literatura en 1970, se convirtió en una verdadera amenaza para el régimen soviético. Solzhenitsin se había convertido en una figura mediática.

Al publicar en Francia El archipiélago Gulag, en 1973, le reveló al mundo los secretos de esta red de campos de prisioneros en la que millones de soviéticos fueros masacrados durante las purgas que realizó Stalin en la década de los 30. Fue declarado traidor a la patria y en 1974, durante el régimen de Leonid Brezhnev, le quitaron la ciudadanía soviética. El ex premier soviético Yuri Andropov, entonces director de la KGB, se opuso a que lo enviaran a Verjoiansk, una gélida localidad siberiana. Andropov, que despreciaba a Solzhenitsin, tomó esa determinación para que no lo vieran como un alumno adelantado de Laurenti Beria, el jefe de la policía política de Stalin. Un general de la KGB contactó a Willy Brandt, canciller de Alemania, para que recibiera al escritor deportado y por ese motivo Solzhenitsin pudo sobrevivir a una muerte segura.

El escritor disidente se radicó en Estados Unidos en 1974, una mala elección para su imagen entre los intelectuales de izquierda, ya que en aquellos años sumar los términos disidencia y Estados Unidos significaba venderle el alma al diablo del capitalismo.

Por ese motivo los enemigos de la Unión Soviética lo veneraban casi como a un santo mientras que los simpatizantes de la izquierda lo despreciaban por su oportunismo. Amplios sectores de la cultura occidental consideraban que su narración del drama del Gulag no era más que las diatribas de un resentido dentro de la Unión Soviética.

Sin embargo, con el paso de los años, y en especial a partir de la Perestroika y la caída del Muro de Berlín, su imagen de ‘gusano’ se fue desvaneciendo y comenzó a primar el aura del visionario que le abrió al mundo las negras entrañas del comunismo, el héroe disidente que nunca calló sus verdades.

En 1990, durante la perestroika de Mijail Gorbachov (a quien calificaba de ingenuo), recuperó la ciudadanías, pero no volvió a Rusia sino cuatro años más tarde, cuando la Unión Soviética ya no existía. Pero su semblante seguía triste al volver a pisar su tierra tras 20 años de destierro. “En Rusia no hay democracia”, dijo al llegar a Moscú, donde acusó al presidente ruso, Boris Yeltsin, de permitir la depredación de la sociedad rusa. Pero la rapacidad de los nuevos oligarcas no lo llevó a pensar en la necesidad de una nueva revolución para expropiarlos. Además, consideraba que equiparar la Rusia de hoy con la Unión Soviética de Stalin y el Gulag era “traicionar la memoria de todos los que perecieron”.

El año pasado, el presidente Vladimir Putin, con quien tenía buenas relaciones, le entregó el Premio Estatal de Rusia, una de las más importantes distinciones de su país. Una paradoja, si se considera que Putin había sido agente de la KGB, institución sucesora del Nkvd, instrumentos de la represión que había perseguido con tanta saña a Solzhenitsin.

A pesar de la gloria y el reconocimiento, Solzhenitsin jamás recuperó la sonrisa. Él, un físico y matemático que habría querido ser poeta, terminó de historiador de una de las mayores vergüenzas de Rusia. Ni el Premio Estatal de Rusia ni el Nobel le sirvieron para cicatrizar las heridas que recibió de un régimen que le negó el derecho a la libertad y a la alegría, y cuya degradación moral convirtió en sinónimos los términos patria y cárcel.