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Defensa de la literatura absoluta

Un polémico ensayo que trata de definir la literatura a partir de su relación con la divinidad.

Luis Fernando Afanador
18 de mayo de 2002

Roberto Calasso
La literatura y los dioses
Anagrama, 2002
211 paginas

Para Roberto Calasso, la literatura nace hablando de los dioses. No sólo los grandes poemas épicos, la Iliada y la Odisea, hablan de héroes y de dioses: los himnos homéricos, primeros textos escritos conocidos, celebran a un dios distinto cada vez y ese es el origen de nuestra literatura.

Pero, con frecuencia, también la abandonan: los dioses son los huéspedes huidizos de la literatura. "Cada vez que el escritor apunta una palabra debe reconquistarlos". La mercurialidad, anuncio de los dioses, es también la señal de su carácter evanescente.

Se puede hacer una larga lista de las ocasiones en que los dioses griegos se dejaron ver en la poesía moderna y en buena parte de la literatura del siglo XX. Casi todos los poetas del siglo XIX, "de los más mediocres a los sublimes", escribieron algún poema en el que se nombra a los dioses. Hay períodos en los que esta presencia no se da, como el siglo XVIII francés, y hay épocas en las que reaparece: el siglo XIX alemán. "El ejemplo más notable es Hölderlin, en cuya literatura reaparecen los dioses de Grecia". Es una historia de oscilación continua. Por eso, uno de los capítulos del libro se encuentra dedicado a Lautrémont, quien no sólo no habla de los dioses sino que, al contrario, utiliza el tema de lo divino como parodia.

Para probar su tesis, Calasso toma en cuenta en su estudio únicamente a los autores y a los momentos que él considera más ilustrativos de este fenómeno. Es decir, de Hölderlin y el primer Nietzche a la decadencia francesa, de Baudelaire a Mallarmé. Incluyendo, desde luego, a los orígenes griegos y, también, a los Vedas indios, porque considera que sólo en la mitología védica, los metros de la poesía son seres divinos: "Son pájaros que permiten llegar al cielo. Ni siquiera en Platón se encuentra un mito tan radical de la forma. Sólo existe en la India más antigua".

Entonces, de esa relación entre la literatura y lo divino se nutre lo que Calasso llama "literatura absoluta". Literatura, porque se trata de un saber que se declara y se quiere inaccesible por otra vía que no sea la composición literaria; absoluta, porque es un saber que se asimila a la búsqueda de un absoluto, escindido de todo vínculo de obediencia o pertenencia, de toda funcionalidad con respecto al cuerpo social. "Cuando leemos los ensayos de Baudelaire o de Proust, de Hofmansthal o de Benn, de Valery o de Auden, de Brodsky o de Mandelstam, de Marina Tsvietáieva o de Karl Krauss, de Yeats o de Montale, de Borges o de Nabokov, de Manganelli o de Calvino, de Canetti o de Kundera, advertimos en seguida

-aunque cada uno de estos poetas pudiera detestar al otro, o ignorarlo o incluso combatirlo- 'que todos hablan de lo mismo', aunque no por ello se muestren ansiosos por nombrarlo. Amparados en múltiples máscaras, saben que la literatura a la que se refieren se reconoce, más que por la fidelidad a una teoría, por una cierta vibración o luminosidad de la frase (o del párrafo, la página, el capítulo, el libro entero). Esa especie de literatura es un ser que se basta a sí mismo".

"La literatura absoluta" es la única capaz de escapar al influjo de una sociedad que lo utiliza todo a su servicio. Y no porque sus exponentes sean incapaces de ver lo que ocurre a su alrededor -Proust entendió como nadie la Francia de su tiempo- sino porque son obras que funcionan antes que nada como referencia a sí mismas. Los gobiernos se suceden unos a otros; la prosodia siempre permanece intacta. Al igual que en la figura de un vaso griego del siglo V, Apolo, con una mano extendida en dirección a un joven que escribe, sigue sosteniendo toda la literatura.

La literatura y los dioses es quizá un texto erudito, difícil, polémico. Pero, sin duda, se encuentra a la misma altura de Notas para una definición de la cultura de T.S. Eliot, El castillo de Barbazul de George Steiner y Los hijos del limo de Octavio Paz, libros que han dejado una huella perdurable y han abierto nuevos caminos para la comprensión de la literatura.