Home

Cultura

Artículo

DETRAS DE LAS MASCARAS

LA TELENOVELA DE JES MEZCLA TANTOS INGREDIENTES QUE HA TERMINADO POR NO SABER NADA, 29046

10 de junio de 1996

La experimentación es quizá la carta más importante que ha tenido la telenovela colombiana para hacerse respetar adentro y afuera del país. Por todo esto las anunciadas innovaciones de Mascarada provocaron muchas expectativas. Por un lado, el público tradicional estaba cansado de la lluvia de estereotipos de El manantial con sus madres solteras, máscaras de oro y amnésicos arrepentidos. Estos televidentes, valga la verdad, tampoco ha-bían encontrado la gran alternativa en el desabrido enfrentado con las poses de Amparo Grisales y los seseos amexicanados de Omar Fierro en una historia débil y acartonada. Y por el otro lado, el público no tradicional de los dramatizados, ese que sólo aterriza su zapping en las cadenas nacionales cuando se trata de propuestas diferentes (no necesariamente intelectuales) del tipo Café, también estaba a la espera. Mascarada prometía servir la actualidad nacional, la frivolidad y la belleza en la misma mesa y con una receta diferente. Sin embargo la sensación hasta el momento es que a los cocineros se les fue la mano y olvidaron la regla de oro de la alta cocina que, aunque admite la creatividad, sabe que todo no se puede revolver con todo, a riesgo de provocar molestas indigestiones. Y es que Mascarada no tiene la apariencia de haber sido concebida originalmente como una historia con su dinámica y coherencia propias. Más bien parece haber surgido de una olla en la que se echaron elementos separados esperando que con el movimiento de la cuchara, o el de la cámara, se asimilaran milagrosamente. Moda y modelos, políticos y chivas noticiosas, lágrimas venezolanas y decorados estridentes han desfilado durante varias semanas a través de planos ladeados y barridos desconcertantes. Lo que más se echa de menos es una estructura dramática mínima, en la cual se puedan apoyar tantos rostros bonitos y tantos avances de noticieros, de los que sin duda puede prescindir un buen melodrama. Los otros grandes ausentes son los personajes. No hay uno solo que resista detrás de los sombreros o los pobres parlamentos. No se ve al político sino sus ademanes, no aparece el gay sino su mueca, no está la mujer enamorada sino sus 500 vestidos. A una telenovela le puede faltar todo, incluso decorados, estrellas, diálogos, pero nunca su historia medular. Aquí no aparece por ningún lado. Y el intento de mezclar una forma novedosa con los sentimientos ancestrales del despecho y la emoción ha dado como resultado un híbrido que no sabe ni a lo uno ni a lo otro. Para jugar a informar en medio de la frivolidad ya están todos los demás noticieros.