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DETRAS DEL SILENCIO

Quizás el mejor antídoto contra la frustración de ser sordo es aprender a escuchar con el alma.

21 de junio de 1999

En la película Maestro de ilusiones (Mr. Holland's Opus es su título en inglés), del director
Stephen Herek y por la cual Richard Dreyfuss recibió una nominación al Oscar en la categoría de mejor actor
en 1996, la historia central se desarrollaba alrededor de un compositor que debía enfrentar la paradoja de
tener un hijo sordo. Ahora la directora Caroline Link, en la cinta Detrás del silencio (nominada al Oscar a la
mejor película de habla no inglesa en 1997), propone el caso contrario: el conflicto entre una pareja de sordos
que ve cómo su hija quiere convertirse en música. La niña, interpretada por Tatjana Trieb en la niñez y por
Sylvie Testud en la juventud, se llama Lara y además de poseer un talento innato para interpretar el clarinete
ha crecido sirviendo de puente comunicativo entre sus padres y el mundo de los oyentes, al cual ella
pertenece. Más que aceptar su vocación musical a expensas de dejar su hogar Lara deberá lidiar con la
frustración y el resentimiento de su padre, Martin, quien por un lado aún no ha podido superar la
sensación de rechazo que, cree, ha producido en su familia, y por el otro llega incluso a lamentar que su
hija no sea sorda en aras de conservarla siempre en su silencioso mundo. Dedicado durante toda su
paternidad a intentar que su hija comprenda su universo, ahora Martin tendrá que hacer el esfuerzo de
entender el de ella a pesar de no poder escuchar una sola nota. La película no sólo demuestra solvencia
temática sino que sus recuerdos son más contundentes de lo que el espectador puede percibir en pantalla,
comenzando por el hecho de que sus protagonistas (Howie Seago y Emmanuelle Laborit) son sordos en
la vida real. Esta sola circunstancia hace que la cinta se desarrolle lejos de ser una simple ficción
amanerada por el histrionismo de la actuación. Aunque un poco descuidada en la edición _factor que de
pronto se debe a la copia_ la película tiene la hermosa virtud de aproximar al público a la historia apoyada
en una simbología _la nieve, el agua, la tormenta_ que cobra vida por sí sola en relación con el mundo
silencioso que intenta describir. Y lo mejor, en contraste con la música, el mundo opuesto que, sin
embargo, sólo unos pocos oyentes pueden percibir en toda su dimensión.
Enredos de oficina
Hasta los más exigentes cinéfilos, aquellos que andan buscando trascendentales inquietudes ontológicas
y filosóficas en cada filme, tienen sus debilidades. En otras palabras, nadie escapa a ese momento en el
que uno quisiera pasar de largo por una película con el simple propósito de matar el tiempo o abandonarse
al letargo luego de agotadoras jornadas de trabajo. Es una especie de terapia mental que las grandes
productoras de Hollywood están dispuestas a ofrecer en forma de chiste flojo, ese del que todo el mundo
se ríe de lo malo que es pero que sirve para relajar el espíritu. Enredos de oficina pertenece a esta categoría.
Su director, Mike Judge, es todo un experto en la materia. Sin ir más lejos, es el creador de la serie de
televisión Beavis and Butt-Head. Sólo que en esta ocasión ha dejado a un lado los dibujos animados para
componer una película con personajes de carne y hueso. Protagonizada por Ron Livingston y Jennifer
Aniston, la cinta narra las aventuras de Peter Gibbons, un programador de sistemas que odia su trabajo y
quien, luego de quedar hipnotizado de por vida durante una terapia sicológica, decide tomar las cosas con la
suficiente frescura como para hacer todo tipo de irreverencias ante sus superiores e intentar cometer un
millonario fraude electrónico en su empresa con tal de jubilarse pronto de sus angustias laborales. La
comedia es tan patética que no necesita de mayor explicación. Tan mala que provoca risa, algo que
coincide, precisamente, con los propósitos del director. Enredos de oficina no resiste mayor análisis,
salvo el de que se trata de una cinta destinada al ocio en su sentido puro y de la cual se puede disfrutar a
cabalidad si se toman las debidas precauciones intelectuales.