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Más de 100 maniquíes como este están expuestos en los salones del Met. | Foto: AP

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Dios salve al ‘punk’

Los expertos en provocación se han dejado provocar. Una exhibición en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York presenta al ‘punk’ como alta costura y moda. Muchos están indignados.

8 de junio de 2013

La tarde del 12 de mayo de 1994, una glamorosa pareja británica se bajó de una limusina frente al cinema Odeon, en Leicester Square, en pleno centro de Londres. Los actores Liz Hurley y su entonces esposo Hugh Grant asistían al estreno de Cuatro bodas y un funeral, una comedia que él protagoniza.

Grant estaba vestido adecuadamente para la gala, pero algo extraño pasaba con la ropa de su mujer: un costado del atuendo –negro, largo y elaborado con seda y licra por la prestigiosa casa Versace– dejaba al descubierto la piel de la diva. Solo un manojo de enormes y brillantes ganchos dorados lo mantenía ajustado a su cuerpo.

Ese día a ningún crítico de moda se le ocurrió que, gracias a esos ganchos, el punk acababa de entrar a la alta costura. Por lo menos así reza la tesis central de la exposición ‘Punk - Chaos to Couture’ (Punk, del caos a la costura), que desde el 9 de mayo ocupa las galerías del Metropolitan Museum of Art de Nueva York (Met) y estará abierta al público hasta el 14 de agosto. 

Esta muestra cerca de 100 diferentes diseños para hombres y mujeres, entre otros, de diseñadores de la talla de Gianni Versace y Karl Lagerfeld, enfrentados a una selección de pintas clásicas de los años setenta. El objetivo: mostrar que la moda “ha tomado prestados los símbolos visuales del ‘punk’”. Según Anna Wintour, directora de la revista Vogue y de acuerdo con conocedores el cerebro de la exhibición, los finos ganchos de Liz Hurley cambiaron un paradigma: los accesorios del punk son hoy ornamentos de la moda.

Esta versión de la historia ha desatado un airado debate y se ha convertido en una provocación para quienes, otrora, eran los reyes de la provocación: los punks. Ofendidos, pero sobre todo nostálgicos, muchos adeptos recriminan al Met haber olvidado lo que el punk significó antes de colmar las pasarelas de Milán y París. 

Y no soportan la idea de que lo único rescatable sea su apariencia explosiva, y no su espíritu político, ecléctico, rebelde, liberal y, sobre todo, auténtico. Les duele que la ropa del museo sea tan pulcra y termine ocultando lo más oscuro: la cercanía a la calle, la suciedad, el desenfreno, el sexo y la droga que a muchos les costó la vida.

El público lleva semanas atiborrando el Met y el debate sube de volumen, pues ha tocado puntos neurálgicos. Resulta curioso que los defensores de lo ‘auténticamente punk’ sean quienes en otras épocas evocaban una libertad sin condiciones, más allá de las tradiciones. ¿Han puesto por encima de su legendaria actitud un conservadurismo nostálgico? Los tradicionalistas aducen que los maniquíes del Met no representan al punk, mientras que sus nuevos intérpretes transforman la moda y lanzan una pregunta decisiva: ¿A quién le pertenece el punk?

La historia opuesta está consignada en un acervo de obras artísticas, de momentos e hitos, que sería imposible resumir en pocos caracteres. Pero desde hace meses un grupo de viejos punks y famosos críticos ha venido haciéndolo. Y su objetivo –con el que se convierten en la contrapropuesta a Wintour y los curadores neoyorquinos– es armar la historia del punk, el cual no existiría en la moda actual porque ya murió.

Patti Smith, una artista clave para el punk rock de los setenta, publicó en 2010 sus memorias Just Kids. Richard Hell, un viejo cantante y bajista, hizo lo mismo a comienzos de 2013 en I Dreamed I Was a Very Clean Tramp. Legs McNeil, que fundó la revista Punk en 1975, publicó Please Kill Me, la “historia oral no censurada del punk”. Hace pocos meses, el experto John Savage, biógrafo de los Sex Pistols, recopiló mediante afiches y carátulas el “arte” del punk.

Pero incluso entre los íconos del punk hay diferencias respecto a la exposición. McNeil la llamó “sin pepa” y “sin sangre”. Y Patti Smith extrañó durante su visita no solo algunas piezas de ropa, sino el caos. Además, las críticas llovieron sobre la decisión, calificada de extravagante, de reconstruir el destartalado baño del legendario club CBCG.

En cambio, Savage escribió la introducción del catálogo y Richard Hell y Johnny Rotten, el cantante de los famosos Sex Pistols, se encargaron de los prólogos. Mientras que los primeros no entienden cómo el punk puede ser desligado de su historia (que según ellos proviene del dadaísmo y el situacionismo francés), los segundos desdeñan ese problema pues, sin conocer la prehistoria del movimiento, hace 40 años ellos mismos lo reencaucharon. 

Y no temen una nueva metamorfosis: les da lo mismo que el futbolista brasileño Neymar hoy use una cresta o que Madonna haya ido al estreno de la exhibición del Met en mayo ataviada al mejor estilo de la época.

Que Hell y Rotten participen de la discusión es importante. Ellos marcaron el movimiento: no solo en la música, sino también en la moda. Según escriben, la moda surgió el día en que decidieron colgarse ganchos en la ropa rota y escribir sobre esta última todo lo malo que se les ocurría. 

Rotten tomó un gancho porque era lo que su madre usaba para cerrarle los pañales. Hell escribió en una camiseta suya simplemente ‘Please Kill Me’ y salió a caminar por Nueva York en 1975. El fallecido diseñador Malcolm McLaren –junto con Vivienne Westwood, el precursor de la moda punk– dijo una vez que ver a Hell con esa camiseta le había cambiado la vida.

God Save the Queen es el título de una de las canciones más famosas de la banda de Johnny Rotten, quien en medio de guitarras estridentes y colgado como un demente de su micrófono cantaba esa frase con una desfachatez y una ironía que le pusieron un sello al punk. Su fin definitivo, sin embargo, podría llegar cuando sus abanderados pierdan esa capacidad de burla y autocrítica y exijan, con toda seriedad, que la gente cante: ¡Dios salve al punk!