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DOMINGO EN SUDADERA

Las ciclovías, organizadas en varias ciudades del país, han revolucionado las costumbres urbanas.

12 de marzo de 1984

Antes de su presente auge, en épocas que ahora nos parecen remotas pero que ocurrieron hace apenas una o dos administraciones públicas, se presentaron, debatieron y aceptaron proyectos serios para realizar ciclovías tanto en la ciudad de Bogotá como en sectores aledaños de la Sabana. Algunos intentaban optimizar el desplazamiento de personas ofreciendo la seguridad de la vía especializada, y su propósito era eminentemente económico. También existieron proyectos para ciclovías deportivas que se orientaban al entrenamiento de aquellos que con más o menos razón aspiran a campeonizarse. Y aun el actual tipo de ciclovía recreacional tuvo antecesores que no lograron cuajar por razones que todavía no han sido aclaradas del todo.
Lo cierto, es que el presente sistema que peatonaliza vías importantes es uno de los hechos más asombrosos de los que haya jamás enfrentado ciudad colombiana alguna, lo cual es mucho decir si se tienen en cuenta los tremendos avatares con que a los colombianos nos toca vivir. Su amplísima difusión y el gran número de personas de todas las condiciones sociales y estratos cronológicos a las que involucra de manera directa, permiten hablar del éxito multitudinario de este sistema de expansión. Ello también nos hace preguntarnos si se debe a alguna de entre varias razones, ninguna de las cuales quizás sea definitiva, pero todas posibles gérmenes de hipótesis con las que explicar el fenómeno.
Una de esas causas pudiera ser el incremento de la población de la capital a partir del arribo a la misma de gentes procedentes de climas cálidos, para quienes la recreación al aire libre ha sido habitual durante muchas generaciones. Asimismo vale la pena que nos preguntemos sobre la incidencia que en todo esto ha tenido el crecimiento del área urbana de Bogotá hacia sectores alejados del microclima lluvioso del centro tradicional, para apoderarse de territorios con climas más secos y asoleados donde este tipo de actividades es permisible en mayor grado.
Otra de las muchas hipótesis que se podrían elaborar con respecto al notable evento ciclovial, es que la población bogotana hubiera tomado una inicial conciencia de la posibilidad de manifestarse socialmente en el espacio abierto y comunitario de la calle a través de las grandes caminatas que se celebraron en varias ocasiones durante la anterior administración.
Y aun cabe que nos preguntemos si lo que aquí se discute se deba en no pequeña medida a la gran difusión de que, mundialmente, ha sido objeto la actividad deportiva enfocada a todos los estamentos de la sociedad, como medio con el cual obtener esa casi absoluta panacea: la salud física. Esta última, sin lugar a dudas, constituye uno de los mitos más ampliamente aceptados por la población de nuestra época, que confía ciegamente en que a cuerpo sano corresponda, de manera exacta, eso otro que se llama la felicidad.
A las anteriores consideraciones habría que añadir las aumentadas vías vehiculares de importancia que han permitido dedicar otras avenidas al uso peatonal, así como el tan comentado calentamiento del clima de Bogotá, del cual, sin embargo, no tenemos noticias exactas.
De todos modos, la abierta aceptación de la ciclovía a partir de su instauración en el comienzo de la actual administración distrital es realmente impresionante. Puede medirse por la participación multitudinaria de la población y el espectáculo que ofrecen las arterias que le dan servicio, y sobre todo porque de una u otra manera estas actividades han tenido un impacto definitivo sobre las costumbres de la ciudad. Hay que recordar que hasta hace relativamente poco tiempo la imagen predominante que se tenía de Bogotá y sus moradores era la de un conjunto encapotado, oscuro, que buscaba protegerse del frío del medio ambiente y por ello se resolvía con actuaciones reservadas, de puertas hacia adentro; ciudad y gentes que no utilizaban el espacio público sino a la manera de corredores a lo largo de los cuales desplazarse entre sitios de trabajo y sitios de habitación. Aunque vale la pena aclarar que si creemos en los testimonios dejados por autores como Cordovez Moure, debió existir una Bogotá bien distinta, que quizás la ciclovía ayude a rescatar.
Ahora, la ciudad se percibe exteriorizada, abierta, actuante de puertas hacia afuera en muchas de sus actividades y mostrando en la manera de vestirse y comportarse de sus habitantes una actitud radicalmente diferente con respecto a la que hasta antier fue urbe paramuna. La nueva es una actitud deportiva, poblada de sudaderas y zapatos tenis, con ropas más ligeras y casuales, de colores brillantes y a veces estridentes. Una ciudad, en suma, cuyo "clima" se ha calentado, como lo evidencian hasta la saciedad esos numerosísimos, interminables grupos de familias y amistades que departen alegre y civilizadamente en la mañana del domingo y que nos hablan de una comunitarización instantánea, en abierta contradicción con los hábitos sociales vigentes en el más inmediato pasado.
En Bogotá, la ciclovía ha generado la presencia implícita de algún mar con su respectiva playa; aunque esta última nunca se ve, se hace sentir en la gente que vemos pasar, no sólo el domingo sino también durante los otros días cuando hombres, mujeres y niños nos muestran la rapidez con que han generado hábitos propios de quienes viven en las costas, en situaciones como las de Río de Janeiro, Miami, o cualquiera de los centros vacacionales del Mediterráneo. Ciertamente Bogotá no esperaba que se llevara a cabo una experiencia tan radical: ha sido una verdadera revolución de las costumbres e indiosincracia y puede decirse que desde el 9 de abril de 1948 no se daba un factor de cambio tan tajante con respecto a los hábitos capitalinos.
Actualmente el método recreacional comunal de la cidovía ha sido instaurado en otras cuatro ciudades colombianas, pero en ellas la imaginada playa aparecerá apenas para reforzar el carácter de urbes de tierra caliente que ya tenían. En el caso de Bogotá, por el contrario, se ha llevado a cabo una ampliación tal del horizonte de sus actuaciones tradicionales que se puede hablar de una marcada contradicción a las viejas maneras. Se han formulado asi actitudes y actividades totalmente nuevas que seguramente han de ser benéficas para la ciudad. Lo cual no quiere decir que todo lo que tiene que ver con la ciclovía sea color de rosa. Existen inconvenientes que no han sido superados aun, como los generados por la deficiente señalización que estimula la peligrosa competencia entre las actividades peatonales y las vehiculares. Es quizás por ello que los cicloviarios han desarrollado una especial agresividad contra el que anda motorizado, de manera que cuando los dos tipos de tráfico se encuentran en niveles comunes, se producen incidentes desagradables. La misma ciclovía en su interior no ha sido convenientemente señalizada ni ha recibido aún el código de comportamiento con el cual evitar la accidentalidad producida por los impactantes encuentros entre los de patines, los de cicla, los de a pie y los con perro.
Uno de los más notables efectos de la ciclovía ha ocurrido con la peatonalización del centro que por ese conducto ha recibido una considerable carga de muy especial vitalidad. Desafortunadamente ella dura un sólo día de la semana. También debe mencionarse en este contexto la aparición de pequeños comercios a lo largo de las arterias peatonalizadas con el consecuente servicio a los usuarios del evento y la incrementada posibilidad económica para considerables sectores de la población.
Antes de la ciclovía, las autopistas urbanas servían apenas para efectuar el veloz desplazamiento de los usuarios del tráfico automotor. El precio de tal beneficio era muy alto si se considera que también funcionaban como insalvables barreras en el tejido urbano y cercenaban sectores de ciudad con respecto a otros. La ciclovía ha transformado lo anterior, por decreto, y ha convertido a esos mismos hechos físicos en parques lineales donde la ciudadanía (la ciudad) se reúne.