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En su nuevo disco, Jorge Drexler vuelve a utilizar el dobro, una especie de guitarra de sonido metálico muy común en el medio oeste de Estados Unidos.

MÚSICA

Drexler Bogotanizado

El uruguayo Jorge Drexler, ganador del premio Oscar y uno de los mejores cantautores de la escena actual, incluye un universo de alusiones colombianas en su nuevo disco.

Juan Carlos Garay
5 de abril de 2014

En noviembre del año pasado, corrió el rumor de que Jorge Drexler se encontraba en Bogotá. Digo que corrió el rumor porque en la agenda cultural no había conciertos suyos programados. Encontrárselo era como ver un fantasma. Entonces solo cabían dos opciones: o estaba tomando unas vacaciones clandestinas, o estaba grabando. 

Un amigo lo vio una noche en Matik-Matik, que es el sitio de moda para escuchar música vanguardista. Estaba en un rincón, disfrutando de un ron de maracuyá y de un concierto de música llanera a cargo del Guafa Trío. Esa misma semana, una amiga se lo encontró en una verbena más privada, absorto en el sonido de la marimba de chonta del Pacífico. Jorge Drexler nos estaba espiando la música. ¡Qué bueno que haya intuido que podía sacar algo de esta escena!

Uno supone que esas cosas que escuchaba cada noche las iba sopesando para el disco que (efectivamente) grababa de día en los Estudios Ávila, en el norte de Bogotá. El resultado acaba de salir publicado. Se llama Bailar en la cueva y es, entre otras cosas, el disco más bailable que ha sacado este cantautor en dos décadas de carrera. Ya lo ha dicho en varias entrevistas: el reto fue hacer el disco desde los pies, pensando en la gente a la que le gusta el movimiento. Justamente la primera canción nos habla de esa idea “eternamente nueva” de salir a rumbear.

Se asesoró muy bien: llegó a nuestro país atraído por el sonido del Frente Cumbiero, esa agrupación sabrosa y psicodélica que dirige Mario Galeano. El propio Galeano terminó involucrado de cabeza en la producción del disco, aunque con modestia dice que él fue solamente “un facilitador de la experiencia colombiana”. Pero hay decisiones instrumentales que solo pudieron venir de él: un tambor alegre, una caja vallenata, una marímbula, aparecen ahí agregándole un color único a estas canciones.

No es que Drexler esté haciendo música colombiana. De hecho, su idea de escribir para los pies se traduce sobre todo en ritmos de candombe uruguayo que él lleva en la sangre. Lo que pasa es que son canciones universales, como en esencia lo es el baile, y pueden vestirse de muchas maneras. La luna de Rasquí, por ejemplo, termina como una sutil parranda con guacharaca y acordeón.

Y como curiosidad en un disco de cantautor, los instrumentos terminan quitándole espacio al mensaje. Así lo recuerda Galeano: “Él llegó a Colombia con una cantidad de letras, es decir, las canciones ya venían completas desde lo literario. Y en el proceso fue tomando decisiones de sacar estrofas. Se cortó una buena parte de la letra para dejar espacio a los arreglos”.

¿Qué quedó entonces a nivel lírico? Concisión genial, con varios de los temas a los que nos tiene acostumbrados. Su relación con la astrofísica (que conoce muy bien, pero que aborda con humor), ha producido el concepto de ‘Universos paralelos’ para explicar la indecisión amorosa, o la imagen de una rumba electrónica en donde “un puñado de canciones giran a tu alrededor como electrones”.

Y uno quiere creer, orgulloso, que este disco no pudo hacerse en otro lugar que no fuera Bogotá. El mismo Jorge Drexler ha tenido palabras muy generosas cuando habla de esas cuatro semanas que pasó, casi clandestino, entre los nuestros: “Quería traer de Colombia ese ambiente que percibí, esa apertura generosa y ese optimismo que vi en la música colombiana contemporánea, que mezcla sin prejuicios tecnología nueva con raíz, que conoce su raíz, que conoce su momento”.