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EJERCICIOS PARA EQUILIBRISTAS

¿Se siente vigilado? Los personajes de dos obras que pondrá en escena el T.P.B. enfrentarán al publico con esta realidad.

23 de abril de 1984

Los dos ejercicios teatrales que le dan unidad a este título elaborado por el español Luis Mantilla y que el público bogotano podrá ver representado por actores del T.P.B bajo la dirección del peninsular Juan Margallo,a partir del 4 de abril próximo, tienen en común el tratamiento de algunos de los elementos constitutivos del poder, entre los que se enfatiza uno de los de mayor sofisticación y eficacia, con sentido de la modernidad y motor primordial de las relaciones actuales en comunidad: la vigilancia.
En efecto, tanto "El observador" como "El habitáculo" enfrentan al público con esta realidad cotidiana y universal, establecida por quién sabe quién en el curso de los tiempos y que ha degenerado en esa peculiar manera de ser hoy nosotros, según la cual uno de los mandamientos principales en la ley de las relaciones de los hombres en el mundo entero, es aquél que dice: "Vigilaos los unos a los otros". Lo que en lenguaje menos amplio no quiere expresar sino: "vigilad a los demás como a ti mismo o más".
Censura social que empieza en la familia y sigue al individuo como un ojo invisible en todas las actividades de su vida, desde las más respetables hasta las más oscuras e indecorosas.
En las dos pequeñas obras de Mantilla el círculo de observación social ya se ha cerrado, abandonando el núcleo familiar para enriquecerse de la calle y de vigilancias menos intimistas y más públicas y ha vuelto en cierta forma a su punto de partida: la vida doméstica. Con la riqueza que esta inversión supone, por supuesto, pues no hay nada que produzca mayor efecto en relación con la valoración de la privacidad, que el aniquilamiento de la misma en el propio sitio de los acontecimientos, por decirlo de alguna manera. Y esto es lo que sucede con los exóticos ejercicios del español, hoy por hoy dedicado junto a su compatriota director y los otros colaboradores de la obra, a desbaratar los escenarios del Teatro Popular para acomodarlos a las exigencias difíciles de una escenografía surrealista y elemental. Pero vayamos por partes:

EL OBSERVADOR
Que lo vigilen a uno en el trabajo, en la cárcel o en la casa de la novia, vaya y venga, pero que las miradas indiscretas entren en nuestra casa sin permiso, tomen asiento en alguno de la sala o el comedor y no contentas con esto, penetren en la habitación conyugal a la hora de acostarnos (de dormir, mejor dicho) es cosa que riñe de manera absoluta con los mínimos preceptos de la libertad humana. ¿No es acaso, la intimidad uno de los valores más preciados de los arrebatados por el hombre a la naturaleza con tanta dificultad?
Esto no parecen saberlo sin embargo, en la obra los de "La brigada de observación", o saberlo demasiado bien, al menos por lo que puede deducirse del intruso que enviaron a espiar en su propia habitación y cama, a la pobre pareja que hace de protagonista en el intrinculis de este tema asfixiante. Los personajes no son más. El, ella y el observador. Así, sin nombres y apellidos como los amantes casuales. A no ser que las cosas que tienen vida propia en este teatro vanguardista se les considere como sujetos; nos referimos a las puertas que desaparecen, a las ventanas tras de cuyo regazo cruzan peces, a los ruidos en el comedor y dentro de las paredes, al armario que crece, a la cama que soporta, al perchero que gira sobre sí sin la ayuda de nadie, al teléfono que no sirve para llamar y al agua que inunda la estancia toda, pues no son otros los elementos escenográficos de la enloquecida función.
Pero dice tanto sin decirlo, como el buen arte. Insinúa con cierta simpleza surrealista, si hay surrealismo sin complejidad. No en vano mereció crítica favorable en Madrid y Caracas y aguarda "la observadora" actitud del público bogotano, que podría encontrar allí un sutil espejo sobre el cual reflejar muchas de las infidencias a las que se halla sometida su propia existencia.

EL HABITACULO
La línea se mantiene en lo fundamental. El silencioso poder social hace víctima de su voraz apetito a otra pareja de clase media, en cualquier apartamento de una indeterminada ciudad del planeta.
En este caso las veces de vigilante no las hace ya el "observador", sino el casero. Y "la brigada de observación" la representa aquí, en alguna medida, la invisible agencia de arrendamientos.
Siempre acompañada la trama por esa fluidez técnica de recursos surrealistas, que obligan al público a un esfuerzo adicional de atención, pues ya no solo deben seguir a los actores y el desencadenamiento de los acontecimientos previstos por el argumento, sino que además deben atender a los objetos que con sus manifestaciones de voluntad propia, se convierten en elementos imprescindibles dentro del conjunto, sin los cuales el recorrido general del drama quedaría trunco.
Les venden agua por leche, gato por liebre, les organizan el clásico paquete chileno. Ilusionados por las peripecias de una foto que le enseñan en la agencia, pagan el adelanto que les exigen para tomar el inmueble y al ir a posesionarse del mismo, se dan cuenta que los montaron en el bus que no era. Al que suben no sólo le falta la cabrilla, sino las llantas. El apartamento es una desilusión, un baldado de agua fría sobre sus soñadoras cabezas jóvenes.
Luego se desencadena el aplastamiento. "La ley es clara", "Imposible devolverles el dinero", "ya se acostumbrarán", hasta que las almas de los inquilinos se derrumban con el edificio, que se va al suelo de manera similar al castillo de arena en la playa aplastado por la pisada insignificante de un adulto.
Y después el final, como sólo Mantilla sabe compónerlos. Ese hay que verlo. Arrendatario que se respete en esta ciudad no debe dejar de hacerlo, pues eso le evitará la molestia de acudir a abogados, códigos interminables y bolas de cristal prestidigitadoras, para averiguar qué es lo que en realidad le está sucediendo.
"Al parecer el mal es más universal de lo que parece", nos dijo con su infantil sonrisa Mantilla, cuando lo entrevistamos. "No teníamos ni idea que de este lado del Atlántico ocurriese lo mismo", lo complementó el director Margallo, junto a él.
No eran los únicos sorprendidos. Nosotros tampoco sabíamos que las agencias de arriendo españolas inspiraran obras de teatro.