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Doris Salcedo (1958 ) ha recibido importantes premios como el Guggenheim, el Velázquez y el Hiroshima. | Foto: foto: rg ui gaudencio

ARTE

El año de Doris Salcedo

En 2015 tres de los museos más importantes del mundo como el Guggenheim de Nueva York celebrarán la obra de Doris Salcedo.

7 de febrero de 2015

Haber nacido en Colombia ha marcado a la escultora Doris Salcedo. Ella estaba a escasas dos cuadras del Palacio de Justicia cuando ocurrió la toma en 1985 y –como cuenta en una entrevista con Razón Pública- en ese momento supo que la violencia en el país había perdido todo límite. Este incidente hizo que poco a poco la realidad colombiana se fuera convirtiendo en el eje de su obra y sus piezas comenzaron a reflejar la brutalidad del poder, la fragilidad de la vida humana y la ausencia que conlleva la muerte. El 21 de febrero el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago inaugurará la retrospectiva de la artista con sus más emblemáticas creaciones; a partir del 26 de junio la exposición pasará al Guggenheim de Nueva York y el 6 de mayo de 2016 estará en el Museo Pérez de Miami. Pocos artistas latinoamericanos han gozado de semejante reconocimiento.

Los curadores de la exposición –la directora del Pritzker, Madeleine Grynsztejn, Julie Rodrigues Widholm y Steven L. Bridges- organizaron las obras para que el crecimiento de la artista sea visible. El recorrido comienza con los muebles inservibles de La casa Viuda (1993-1995). “La temática de sus primeras piezas –explica Jaime Cerón, curador de la Fundación Misol y conocedor de su obra– era la relación entre la vida y la muerte.” Pero los testimonios de las víctimas de la violencia la fueron llevando de esa relación natural a investigar los asesinatos y las desapariciones forzadas en Colombia. Ya en su madurez Salcedo deja su interés por el cuerpo que muere y se enfoca en el dolor y en la ausencia que experimentan los familiares del muerto.

La colombiana tarda varios años en terminar cada una de sus obras. El proceso comienza con un arduo trabajo de campo en el que Salcedo habla con las víctimas, escucha su testimonio y conoce su dolor. Ella ha sido testigo de cómo una mujer cuyo marido lleva años desaparecido le sigue poniendo un plato en la mesa a la hora de la comida, y de cómo una niña huérfana, a pesar de tener varios vestidos, siempre escoge ponerse el que le tejió su mamá. Estos testimonios –combinados con lecturas de filosofía y poesía- la llevan a crear esculturas en las que la ausencia es un tema recurrente.

A la artista no le gustan las obras que aluden a la violencia literalmente. Un cuadro, por ejemplo, no tiene por qué mostrar los detalles íntimos de una masacre. “Por eso lo de Salcedo es metafórico, casi abstracto”, dice el periodista cultural Diego Garzón. Sus esculturas apenas sí insinúan el horror que la llevó a crearlas. La tensión entre vida-muerte, presencia-ausencia y duelo-vida se refleja a través de la superposición de objetos, la mezcla de materiales orgánicos e inorgánicos y el uso de cosas llenas de carga humana como sillas, camas, mesas, zapatos, armarios y camisas.

Salcedo no cree –como solían hacer los expresionistas a comienzos del siglo XX– que la pintura y la escultura son medios para que el artista saque a relucir sus más íntimos pensamientos. Por el contrario, le interesa que el espectador intuya la ausencia, ate cabos y busque interpretar la obra.

Cada escultura tiene un nivel de detalle impresionante. En Atrabiliarios (1992-1997) la artista pone varios zapatos viejos en una serie de nichos incrustados en una pared blanca cubiertos por una delgada capa de vejiga de vaca disecada. “El proceso era muy difícil –cuenta Cerón, quien fue su asistente durante más de un año-. Comprábamos muchas vejigas y el 90 por ciento no servían”. Los zapatos usados inmediatamente hacen que el espectador se pregunte por su dueño y la vejiga –según Cerón- puede ser porque el cuerpo se orina del miedo y esta obra hace referencia a casos aislados de desaparición forzada. En varias obras de Salcedo –como ocurre cuando alguien intenta entender la inhumanidad de la violencia- hay algo que parece inútil e ilógico. En el caso de Atrabiliarios la vejiga disecada está literalmente tejida a la pared y en Túnica del huérfano las largas mesas tienen pelo humano cosido a la madera. El esfuerzo que requieren estas tareas es casi sobrehumano.

Este tipo de elementos hacen que los espectadores se pregunten cómo hizo la escultura. ¿Cómo logró meter pedazos de hueso humano y de ropa entre la madera de una cómoda sin que esta se resquebrajara? ¿Cómo pudo coser miles de pétalos de rosas y convertirlos en una enorme manta (A flor de piel 2011-2012)? Mientras Shibboleth (2007) estuvo expuesta en el Salón de Turbinas del Tate Modern de Londres cientos de personas metieron la cabeza dentro de la gigantesca grieta para averiguar cómo se había hecho. Tanto la artista –que no suele conceder entrevistas- como su obra están rodeados por un cierto misticismo.

Varias de las obras de Salcedo –entre ellas Shibboleth  y Las sillas vacías del Palacio de Justicia (2002)- no pueden ser llevadas de un museo a otro. Por eso la retrospectiva contará con un video en el que se explica cada una de ellas: la grieta del Tate hace alusión a las divisiones de la sociedad que casi siempre desembocan en la violencia y las sillas de madera que colgaron de la fachada del Palacio de Justicia hicieron a Colombia recordar lo ocurrido en 1985 cuando el M-19 se tomó ese edificio.

El arte de Salcedo es sin duda político. Pero no porque sus obras sean protestas contra la sociedad o porque estén tratando de impedir la violencia. Su impacto social es mucho más sutil. Para la colombiana el arte les brinda a hombres y mujeres un lugar donde parar y reflexionar sobre lo ocurrido. En ese sentido es un espacio público de construcción de memoria.