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El viejo cuenta los días para casarse con esa discípula que ha cuidado desde hace ya unos siete años.

Cine

El arco

Un capítulo más en esa historia de amor que desde hace años ha venido contando el maestro surcoreano Kim Ki-duk.

9 de junio de 2007

Titulo original: Hwal.
Año de estreno: 2005.
Dirección: Kim Ki-duk.
Actores: Jeon Sung-hwan, Han Yeo-reum, Seo Ji-seok, Jeon Guk-hwan, Kim Il-tae, Jang Dae-sung, Jo Suk-hyeon, Gong Yu-suk, So Jae-ik, Shin Taek-gi, Kim Myeong-hun, Lee Jong-gil, Kim Ye-gi, Pyo Sang-woo, Gang Eun-gyu.

Lo más probable es que Kim Ki-duk no haga nunca una mala película. El cineasta surcoreano, autor de fábulas cinematográficas como Las estaciones de la vida y El espíritu de la pasión, va siempre paso por paso, con cuidado de no despertar a sus personajes a destiempo, como un maestro que ha elegido al cine para advertirnos de los riesgos de la vida. Cada escena que filma es una alegoría. Y cada historia que cuenta es una manera de decirnos que (así no lo veamos, así no sea este el momento) tendríamos que dar las gracias por haber pisado el mundo. Ver cualquiera de sus producciones es, mejor dicho, ir a la fija. Y El arco, la parábola que acaba de estrenarse en Bogotá (y cuya lección de fondo, una vez más, es que amar es dejar en paz), es otro buen ejemplo de ello: quien acaba de verla llega a la conclusión de que sus problemas no son tan importantes como creía, que no hay metas que alcanzar ni éxitos que reclamar, que en la vida podemos aspirar a poco más que a encontrar alguien que nos quiera.

El arco es otra gran película de Kim Ki-duk. La historia de ese viejo marino que espera, a bordo de un barco destartalado, a que su adorada discípula cumpla la edad para que por fin puedan casarse (que es, en últimas, la hermosa historia de un sacrificio), desconcertará, conmoverá e inquietará a todos los que tengan un poco de paciencia, a todos los que consigan entender que aquella cultura es mucho menos lejana de lo que parece. Estamos, en resumen, ante la obra de un hombre que sabe lo que hace. Y lo mejor es confiar en él como se confía en un piloto que nos lleva al otro lado.