El atlas de las nubes

Directores: Tom Twyker, Andy Wachowski, Lana Wachowski

Guión: Tom Twyker, Andy Wachowski, Lana Wachowski, basados en la novela de David Mitchell

Actores: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving, Doona Bae

Duración: 172 minutos

El atlas de las nubes es una película ambiciosa y caricaturesca, con máscaras y bigotes postizos, pelucas y acentos. Fue dirigida a seis manos por los dos creadores de The Matrix y por el de Corre Lola, corre, cuenta cinco historias que suceden en distintos momentos (desde 1849 hasta el futuro lejano, pasando por el presente) y muestra una serie de personajes que se la pasan reencontrándose en distintas épocas, como los burgueses de las películas de Buñuel o los miembros de cualquier gremio restringido nacional.

Su idea central no está muy alejada de lo que los Wachowski mostraron en The Matrix: la realidad es una ilusión y atrás del orden aparente hay una lógica a la que no podemos acceder. Con la diferencia de que acá no hay una conspiración para mantener a la gente en su ignorancia. Es simplemente la forma como todo está organizado.

Vemos las historias a cuentagotas y sin orden aparente. Pasamos de 2346 a 1849, de ahí a 1974, a 1936, luego al futuro de 2144 y al presente de 2012. Al comienzo da un poco de vértigo; es como ver televisión con alguien que bailotea con el control remoto entre cinco canales que, coincidencialmente, presentan películas con los mismos actores. Pero a medida que avanza la trama las cosas se estabilizan un poco y es posible ver que las cinco historias tienen algo en común (además de los actores): todas muestran relaciones entre fuertes y débiles, opresores y oprimidos, en momentos de crisis. 

En la de 1849 vemos a amos y esclavos; la de 1936 muestra a un músico anciano que tiraniza a su asistente; en la de 2012 un editor mayor termina recluido en un ancianato por un capricho de su hermano; la de 1974 sigue a una periodista que trata de sacar a la luz las maquinaciones de una empresa de energía nuclear; la de 2014 muestra un clon rebelde en Corea, y en la última, situada en 2346, en un mundo postapocalíptico, un pueblo que sufre a merced de una tribu sanguinaria.

“Los débiles son carne que los fuertes comen”, dicen un par de veces, aunque no estamos ante un tratado pesimista ni una celebración de la ley del más fuerte. Al contrario, lo que muestra la película es que la debilidad de los oprimidos no resulta irremediable porque es producto de circunstancias históricas que cambian constantemente; pueden perder la batalla y terminar ganando la guerra.

“Del vientre a la tumba estamos ligados a otros”, dice uno de los personajes. “Pasado y presente. Y con cada crimen y cada acto de amabilidad creamos nuestro futuro”. Es una idea interesante que la película no logra mostrar por la forma en que está contada. Como vemos todas las historias avanzando por turnos, es imposible ver cómo los crímenes o amabilidades de una época resuenan en la siguiente. No hay una evolución sino una reiteración de las mismas dinámicas en distintos contextos. 

Atemperando las luchas de débiles y poderosos, cada época tiene una historia de amor que trasciende barreras de género y edad; un recordatorio de que, después de todo, sí hay algunas salidas en ese universo de encuentros repetidos.