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EL BAUL DE LOS RECUERDOS

Lo mejor del cuentista antioqueño Efe Gómez rescatado por su propia hija.

17 de agosto de 1987

Un libro, la edición revisada y cuidadosa de un escritor paisa hecha por su propia hija, viene a revaluar aquella devoción antioqueña por el costumbrismo entendido como idealización del pasado, de los tiempos del pie descalzo y las costumbres recién estrenadas de las que suele extraerse toda contradicción. Curiosamente, el autor más asociado allí al costumbrismo, don Tomás Carrasquilla, es por esencia el cronista burlón, la mirada crítica sobre la sociedad hipócrita sobre la cual comenzaba a construirse la pujanza.
Las ediciones de la Universidad Nacional que abarcan ya una temática con calidad y amplitud considerables, sacaron al mercado una pequeña antología de lo mejor de Efe Gómez, el famoso cuentista antioqueño de "Guayabo negro", con un prólogo crítico, documentado y afectuoso de la última de las hijas del autor, psicoanalista ma non troppo, Clarita Gómez.
Queda demostrado en la introducción y a lo largo de los cuentos escogidos, el personaje fascinante que fue Efe Gómez; un hombre de formación clásica y europea, en medio de una comunicad regida por intereses económicos, pragmática y restrictiva para todo hombre o toda mujer que no estuviera dispuesto a amasar capital o hijos con un ideal de pujanza material sin matices. De allí que una dimensión trágica del antioqueño salido de la media general, renueva ese paisaje costumbrista con caracteres más fuertes y contradictorios, con materia prima para una cuentística que en hispanoamérica apenas nacía en esos comienzos de este siglo.
Don Efe, cuenta Clarita, es el primero en exponer en sus cuentos la oposición entre cultura y vida, que resulta un freno a la energía vital de los hombres y por eso los encauza en rutinas conformistas. Se configura pues una especie de existencialista criollo con el cual la vida grita permanentemente que a medida que se agranda la conciencia el dolor también se crece y que el triunfo, tan entrañable para los antioqueños de su época, conlleva alguna clase de vileza. Descubre un doble origen de la genética paisa se gún el cual los descendientes de los primeros conquistadores forman el pueblo mientras la aristocracia procede de la mediocre burguesía que realizó la segunda conquista, caracterizada por la imprevisión, el orgullo y la arrogancia.
La epopeya de la colonización antioqueña queda también en cuestión en los textos de don Efe Gómez, que dice con gran sinceridad que "el hacha del antioqueño y el caso de Atila serán en la historia los símbolos definitivos de la desolación, con la sola diferencia de que Atila asolaba para saquear y los antioqueños para sembrar maíz. Y saquear ha continuado siendo un magnifico negocio, en tanto que sembrar maíz no ha dado nunca los gastos". Este humor a posteriori para desenterrar aquellas motivaciones un poco ridículas por las cuales se han dado los grandes pasos en la historia, también lo acompaña en el lenguaje. El prólogo cita un buen ejemplo:
"Entró el mister. Corrió un banco junto al sancocho, tomó como cuchara un remellón hecho con una totuma encabada en un palo redondo. Y comenzó. Dos remellonados de caldo, y mano a la presa... Iba cayendo al suelo una lluvia de huesos: fémures, esternones, costillares... todos mondos, limpios. Después comenzó a tragar yucas. Se metía a la boca una tajada de yuca de media libra -por ejemplo- la apretaba con la lengua contra el paladar, la yuca cogía para adentro y el pabilo salía por las narices... Van desapareciendo en el interior de ese mister, papas, hartones, huevos de arracacha, repollos... Hace a un lado la cuyabra vacía y le echa mano a una totuma grande, en donde los maiceros le han vaciado tres kilos de conserva de frutas con cuatro; quesitos migados: se la manda. Después se agarró a un litro de café tinto y... ¡tran!, adentro con él. Encendió la pipa, se tendió sobre un troje de maíz y se quedó quietecito. Ya ven: tanta bulla con los místeres y son hasta muy fáciles de manejar. Con tal de que todo sea para ellos, no dan ni lidia".
Este fragmento de " Mi gente" tiene el sabor del buen cuadro de costumbres, ese que hizo bien España en su picaresca y que en Antioquia hicieron Efe y Carrasquilla, contertulios por lo demás. Al lado de ese elemento está el del crimen como sin salida humana, como encrucijada social, que el escritor sabe recrear bien. Los celos son, según descubre Clarita Gómez, el gran motivo, que como en la tragedia, crece siempre en el territorio inevitable del inconsciente.
Sortea la antología ciertas carencias de Efe Gómez, como el carácter inacabado de algunas de sus obras, por su marcada preferencia a vivir sobre escribir. Dos vivencias inseparables en la historia de Antioquia, las tuvo en su propio pellejo: la de minero -por lo cual la Escuela de Minas rindió especial homenaje en sus 100 años a ese colega intuitivo- y el aguardiente como uno de los carburantes bajo cuyos efectos los sensibles tratan de aliviar la presión social que los oprime.
Logra pues la Universidad Nacional y la antologista, rescatar en su verdadero perfil a uno de los mejores conocedores del espíritu antioqueño en sus grandezas y miserias, a la vez que un compacto libro de cuentos cuya universalidad es reconocible.