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EL BENJAMIN

El menor y menos conocido del clan Botero Zea, gana premio internacional de literatura

3 de noviembre de 1986

Con su blue jean y sus tenis, con su camisa a rayas, su cara fresca y su sonrisa clara, a primera vista parece un estudiante rumbo a los entrenamientos en cualquier campo universitario norteamericano. Ese vestido de combate y esa apariencia de muchacho sano, no dejan en él señales particulares que lo revelen como lo que es: no un deportista, sino un intelectual, estudiante de literatura y escritor recién galardonado con premio internacional.
La pinta, pues, no le sale a Juan Carlos Botero Zea con su actividad. Y tampoco su oficio va con la tradición de su familia, más inclinada hacia las artes plásticas que hacia la literatura o que lo diga si no el prestigio de su padre--el pintor Fernando Botero-y la dedicación de su madre --la activista cultural Gloria Zea. De esa proximidad de parte de padre y madre hacia la pintura, ha salido un literato que acaba de ganar el premio de cuento Juan Rulfo que se otorga en París cada año y al que aspiran, también cada año, tres mil escritores hispanoamericanos ganosos de fama y de francos. Pero si es raro que un premio de esos caiga en Colombia, la sorpresa fue doble porque el país, que conoce a Botero y a Gloria Zea, había visto sobresalir a dos pero no a tres Botero Zea: a Fernando, politólogo, economista y ahora viceministro de Gobierno y a Lina, cuya fulgurante carrera la ha colocado en el grupo de las más cotizadas animadoras de televisión. Pero a Juan Carlos, el menor sus 26 años y su dedicación a actividades tan solitarias como la lectura y la escritura, le habían aplazado su figuración hasta cuando un cable internacional llegó de París y contó el cuento de que este joven era el ganador de ese concurso de cuentos.
"El premio es un estímulo para seguir trabajando. No es nada más que eso, pero tampoco nada menos, ya que en este oficio hace falta a veces que algo lo anime a uno a seguir", define lo que sintió cuando recibió la noticia de haber ganado el primer puesto de ese concurso, junto con el argentino Libertella. Al certamen con un jurado internacional de primer orden y una organización a cargo de Radio Francia, el Centro Cultural Mexicano y el Ministerio de la Cultura, Botero se presentó con "el Encuentro", un cuento al que tuvo que "caparle" dos páginas, porque el reglamento permitia un máximo de veinte folios. El trabajo, junto con los finalistas del concurso, será publicado en francés y en español. "Las dos primeras páginas sí describen un ambiente como el colombiano, pero después no. Es como un cuento sin nacionalidad, la historia de una pareja que se va en un safari", adelanta Botero, para quien escribir es un trabajo de sacrificio que escogió después de intentar ciencias políticas y filosofía en Los Andes de Bogotá y en la Universidad de Harvard, en una carrera de estudiante que finalmente ancló en la Javeriana donde está terminando literatura.
Ese --terminar estudios-es uno de sus objetivos inmediatos, que incluye una tesis de grado sobre un tema muy concreto: los vasos comunicantes entre Ernest Hemingway y García Márquez en los cuentos "El viejo y el mar" y "El coronel no tiene quien le escriba". En ambas obras ha advertido en común la pureza del lenguaje, la economía de palabras, la estructura literaria, el ambiente caribe y el sentido estético. Otro de sus objetivos es terminar una novela que comenzó a escribir hace tres años.
"Soy perfeccionista. Por eso me ha demorado quizás más de la cuenta, pero me tengo que sacar de encima esa novela", dice pero no cuenta ni título ni temática. De todas formas el estilo y el tema están lejos de la influencia García Márquez que parece marcar a toda una generación.
"Mi estilo y mi tema están al otro lado de él. Tengo una gran admiración por García Márquez, es inmenso, estoy muy lejos de él. Mi estilo es más introspectivo porque pertenezco a una generación distinta y considero una especie de obligación no dejarse arropar por la sombra de su influencia".

COMO TOREAR CON SOLEDAD
Franco, claro y humilde, Juan Carlos Botero no tiene espacio ni para una pizca de engreimiento. Sabe muy bien su lugar y domina su compromiso: "Lo único que estoy tratando de hacer es escribir lo mejor que puedo". Sabe también, porque lo vive todos los días durante muchas horas, que la soledad del escritor "es como torear en una plaza desocupada", como alguna vez se la describió su papá.
De esa soledad ante la cuartilla en blanco, una pesadilla para quien escribe, Botero saca conclusiones. "Me parece que un escritor si alberga algo de prepotencia, eso se le quita cuando llega y se sienta ante la hoja en blanco. Además se enfrenta también a los seres enormes que ha construido la literatura universal. Basta recordarlos para saber cuál es el pequeño lugar que uno ocupa. Nunca pierdo la conciencia sobre mis limitaciones, pero tampoco el gusto--si así se puede llamar esa lucha--por escribir y me parecerá mucha gracia que cuando salgan mis cuentos y mis novelas alguien las compre. Fíjese que es para agradecer que un lector que no se ha leído a todo Borges, por ejemplo, lo lea a uno".
Para este joven modesto, ganador ya de prestigio en un concurso exento de presiones e influencias ("por eso participé en ese y por eso no participo en otros porque las acusaciones de rosca siempre están apuntando"), escribir es una aventura interna de todo el día, en la cual no hay que esperar que se aparezca la musa, ni caiga la inspiración como con varita mágica. "Hay que trabajar duro, escribir mucho, pero soy consciente que de ese trabajo empecinado no sale necesariamente una buena obra, aunque es verdad que la permite".