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EL BESO FRANCES

Una comedia romántica con todos los elementos a su favor para asegurar un buen momento.

28 de agosto de 1995



DIRECTOR: LAWRENCE KASDAN
PROTAGONISTAS: MEG RYAN, KEVIN KLINE, TIMOTHY HUTTON Y JEAN
RENO.

SI CUATRO MATRImonios y un entierro fue considerada la mejor comedia de 1994, no cabe duda de que la de este año es El beso francés (French Kiss).
Dirigida por Lawrence Kasdan, el mismo de Silverado, Te amaré hasta matarte y Wyatt Earp, la película tiene para comenzar dos curiosidades tras las cámaras. La primera, el ingreso de un director que había hecho del western, el thriller y el melodrama su razón de vida, en un género que consideraba difícil: la comedia. La segunda, el debut como productora, a través de la compañía Prufrock Pictures, de Meg Ryan.
Esta última, una de las actrices más populares y cotizadas del momento, es la protagonista de una historia romántica y disparatada que comienza cuando la obsesionada Kate (Meg Ryan), decide viajar a París en busca de su novio (Timothy Hutton), quien en un viaje de negocios a la Ciudad Luz se ha enamorado de una hermosa francesa. El tercero en discordia es Luc (Kevin Kline), un ladronzuelo que coincide con Kate en el vuelo hacia París, de vuelta a su tierra.
Siguiendo un corte similar al de Sintonía de amor, de la cual también fue protagonista Ryan junto a Tom Hanks, y Sólo tú, con Marisa Tomei y Robert Downey Jr., El beso francés recrea las locuras que el ser humano es capaz de realizar en busca de la felicidad matrimonial. Y si en Sintonía de amor la trama gira en torno del mito de la media naranja, y en Sólo tú al de obedecer los designios del destino, en El beso francés el hilo de la trama suelta su madeja para confirmar otro no menos conocido dilema romántico: las mujeres dicen no cuando quieren decir sí.
En medio de esta romántica historia, en la que sus protagonistas no son los idiotas típicos de muchas comedias sino personas comunes y corrientes embarcadas en una aventura cómica, como la puede llegar a ser cualquier drama amoroso, se filtra también el encuentro, aunque este sí un tanto caricaturesco, de dos culturas disímiles.
Consumada comediante desde que protagonizó la famosa escena del restaurante en Harry y Sally, Meg Ryan hace gala de su experiencia en el oficio de jugar con el drama para divertir. Pero su trabajo podría pasar inadvertido si no fuera por la fuerza interpretativa de su compañero de reparto, Kevin Kline, otro destacado comediante, quien realiza uno de los mejores papeles de su carrera, pues desde su facha de dejado francés hasta su temperamento de romántico inconfeso, su actuación lo hace irreconocible.
Filmada casi en su totalidad en escenarios naturales, la película tiene además la gracia de mostrar París en su justa medida para insinuarle al espectador, sin las pretensiones turísticas de la Italia de Sólo tú, que la magia de esa ciudad es real.
Con un buen escenario, buenos actores y un muy buen argumento, no puede esperarse algo diferente a que el público pase un gran momento, más aún cuando la cartelera no ofrece mayores alternativas humorísticas.


MAREA ROJA
Otro suspenso más creado alrededor de los límites entre el deber militar y la ética particular.

DIRECTOR: TONY SCOTT
PROTAGONISTAS: GENE HACKMAN Y DENZEL WASHINGTON

LAS TENSIONES políticas y militares generadas por la Guerra Fría dieron rienda suelta a multitud de películas que aprovecharon el tema para especular desde los más diversos ángulos, las posibilidades de que estallara una tercera guerra mundial. Uno de los últimos testimonios de la época fue La caza del octubre rojo, adaptación de la novela de Tom Clancy, antes de que la caída del muro de Berlín desviara la atención de Estados Unidos hacia la lucha contra las drogas.
Para sorpresa de muchos, el ya agotado tema ha vuelto a surgir en la película Marea roja, de Tony Scott. Con base en un bien llevado suspenso de tipo militar y sicológico, la cinta narra las aventuras del submarino Alabama, en su misión de prevenir, con armas nucleares, el posible ataque nuclear de un grupo de rebeldes rusos que ha tomado bajo su control una base de misiles en la costa occidental de Rusia. El dilema moral desencadena la trama cuando los dos comandantes de la nave (Denzel Washington y Gene Hackman) deben decidir el lanzamiento de los cohetes atómicos.
Aunque la tensión está firmemente desarrollada y los efectos especiales a bordo del submarino son asombrosos, el tema no deja de estar un poco desfasado de época y en última instancia, inverosímil en la actualidad, forzado a los problemas actuales rusos que están lejos de amenazar la integridad estadounidense. Sin embargo, tal vez de todo el argumento se rescata una frase, pronunciada por el capitán de la nave (Hackman) en uno de los momentos más tensos del filme, y que resume la razón de ser de la fuerza militar, en el eterno dilema ético a la hora de tomar decisiones: "Nosotros estamos para defender la democracia, no para practicarla".