Home

Cultura

Artículo

EL BESTIARIO EN NUEVA YORK

La obra reciente de Alejandro Obregón en Aberbach, una de las más importantes del mundo.

27 de junio de 1988

Después de 20 años de no exponer en Nueva York, el maestro Alejandro Obregón inauguró, el pasado 18 de mayo, su primera exposición en la prestigiosa galería Aberbach. La muestra, que estará abierta al público hasta el próximo 30 de junio, comprende 30 obras recientes del pintor colombiano. Por considerarlo de interés Dara sus lectores, SEMANA reproduce a continuación el artículo "Obregón, pintor fractal: narcisismo y universalidad", escrito por el crítico de arte Pierre Restany y publicado por la Galería Garcés Velásquez de Bogotá.
Alejandro Obregón continúa su obra imperturbable, desplegando su fluida gestualidad, su magnífica escala de colores, su registro de hoy más conocido y reconocido, a la manera de un vacío lleno, en un infinito que formaría cuerpo con su bestiario, flora, símbolos y mitos, y que a falta de otra cosa, llamamos "espacio".
Sin embargo, si observamos aquel espacio un poco más cerca, nos daremos cuenta de que cada fragmento que lo conforma contiene, en escala, la totalidad de la imagen de este mismo espacio. La fracción corresponde a la imagen del todo: tal es, precisamente, la definición del objeto fractal, que debemos a la genial intuición de Benoit Mandelbrot, la cual está cambiando radicalmente nuestros modos de representación del universo. Las estructuras fractales se caracterizan por su autosimilitud: la propiedad que tiene cada uno de sus elementos de ser una parte del todo.
Los fractales revolucionaron el campo entero de la síntesis de imágenes procesadas por computadoras. En la medida que su principio de homotetismo interno es interpolable hasta lo infinitamente pequeño, revela nuevos detalles más o menos semejantes por ser autosimilares, pero siempre imprevisibles en cuanto aleatorios. Entonces la imagen fractal contiene orgánicamente, en si misma, el conjunto de los parámetros condicionantes que acomodan el ojo del espectador.
De este modo, la obra de Obregón corresponde a una representación fractal del mundo sometida a su ley secreta e ineluctable. El pintor incorpora a su cosmovisión poética del mundo los elementos que estructuran la imagen que los otros -el público- tendrán.
Creo que un ejemplo será suficiente. Lo tomaré del bestiario de Obregón. El pintor de los cóndores y barracudas intenta una primera vez la imagen "fractal" de su bestiario en 1966, con "Los Huesos de mis bestias" .
Se trata en efecto de una verdaden fractura, de una operación de trituración de la imagen anatómica en el vacío galáctico. Repetirá la operacion en varias oportunidades, en particular en 1974 para llegar a la fusión total en la auto-similitud en 1985, con "Ave Toro Pez Cabra", una obra cuyo título sintético se basta a sí mismo.
Estamos lejos del folclor costeño de la colombianidad de Obregón. El pintor fractal no niega los origenes y las referencias esenciales de su arte: la imagen sintética los incorpora y los proyecta en una dimensión superior de la visión, la del lenguaje cósmico y planetario que se apoya sobre los fundamentos estructurales de la percepción y que trasciende la diversidad de los mensajes culturales básicos.
Ya hablamos hasta aquí de imagen, es decir, de objeto fractal. Yo estaría ahora tentado a tomar por cuenta mía una bella idea expresada por Jear Baudrillar en su último libro y hablar como él de un sujeto fractal, que se difracta en un mosaico de egos miniaturizados, todos parecidos los unos con los otros, multiplicándose de un modo embrionario y saturando su ámbito espacial por escisiparidad hasta el infinito. Como el objeto fractal que es parecido rasgo por rasgo a sus componentes, el sujeto fractal no aspira sino a parecerse en cada una de sus fracciones. Este nuevo narciso se parece como un hermano a Obregón quien, en su identificación obsesiva a Blas de Lezo, no ha buscado una variante de su imagen ideal, sino una fórmula de reproducción autosimilar de su yo genético al infinito.
A través del arte y la vida, Alejandro Obregón siempre ha buscado la solución que lo libere de la angustia de parecerse a los demás.
El pensamiento fractal le brinda hoy una certidumbre que él presentía: la solución consiste en sólo parecerse a sí mismo.
Después de haber encarnado espectacularmente la esencia visual de la identidad de su país, Obregón quiere consagrar el tiempo que le queda a vivir en la sintesis expresiva de su propio yo.
El propósito es ambicioso, la puerta estrecha. Pero esta ambición es el privilegio de los grandes, aquellos cuyo soplo del infinito espantó la mirada: no se trata en efecto de cambiar de técnica o de vocabulario, sino de asumir integralmente la conciencia de una visión sintética superior del mundo y de intentar, con los únicos medios disponibles a su alcance, el último acercamiento, el de la universalidad de la pintura.