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En ‘El jardín de las delicias’, una de las creaciones más enigmáticas del pintor flamenco, aparecen los vicios humanos representados, casi siempre, por criaturas fantásticas que atraviesan el paraíso y el infierno.

ANIVERSARIO

El Bosco, el gran creador

El pintor de sueños y pesadillas cumple 500 años de muerto. Su aniversario reaviva el valor de una obra crítica y visionaria.

12 de marzo de 2016

Una pintura mítica como El jardín de las delicias (1500-1505) , del artista holandés El Bosco, Hieronymus Bosch (1450-1516), contiene el movimiento de la vida y la muerte en tantas escenas que no basta con mirarla una sola vez. El tríptico, ubicado en una de las salas del primer piso del Museo del Prado (Madrid), refleja el desahogo consciente, imaginado, frágil, satírico, onírico, mágico y real de un hombre misterioso que se convirtió en el referente de la cultura de su época.

En la primera escena aparecen Adán y Eva en un paraíso particular, donde se sabe que algo va a pasar con la presencia de alimañas que reflejan la idea del pecado. En la segunda escena se insinúa la maldad y la lujuria. Por último, está un retrato del infierno, la muerte y el sufrimiento.

El Bosco se inspiró en la cultura popular para reflejar el acontecer de una sociedad obsesionada con la salvación después de la muerte. Refranes, costumbres y leyendas desencadenaron en el artista –de cuya vida se sabe poco– toda una serie de temas que plasmó con desenfado en sus cuadros durante la Edad Media.

El carro de heno (creado entre 1515-1516), por ejemplo, es una obra de carácter moralizante que se refiere a la avaricia y se apropia de un proverbio flamenco de la ciudad del artista, nacido y muerto en Bolduque –hoy perteneciente a los Países Bajos– que dice: “El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede”.

Según Darío Velandia, profesor de arte medieval de la Universidad de los Andes, esta obra “recoge esa idea de pecado en la que se representa la vanidad de la humanidad y la noción de que todos vamos hacia el mismo lugar, que es la muerte o el infierno. Ni importa lo que hagamos”.

El Bosco otorgó a los objetos cotidianos otros sentidos que convirtieron sus creaciones en escenas delirantes, cargadas de simbolismos. Sus obras recalcan un sentido del humor burlesco y a veces cruel, que nace debido a una crisis espiritual.

En esa época no solamente se imponía la ley del más fuerte y la esperanza de vida era muy baja, sino que además se habían perdido los principios del primer cristianismo, que tenía por regla general compartir los bienes con la comunidad.

A raíz de esta problemática nacieron movimientos heréticos que intentaron romper con esa Iglesia llena de lujos excesivos, que terminarían, pocos años después de la muerte del artista, por producir una cambio histórico con la reforma protestante del siglo XVI. El Bosco se sitúa en ese periodo, en donde se comienza a romper el mundo cristiano con Martín Lutero, y sus obras beben de esa crítica a la corrupción del clero.

Por eso sus pinturas, la mayoría religiosas, planteaban esa idea apocalíptica de un mundo que se hunde en el fango de los pecados, que no tiene posibilidad de salvación y que está hipnotizado por todo tipo de vicios. Una temática vista con ojos moralizantes. Su actitud crítica frente a la sociedad “está impregnada de ideas desquiciadas que se salen de los parámetros de lo que significaba la pintura de finales de siglo XV y comienzo del XVI”, asegura el historiador Jaime Borja.

Más allá de sus planteamientos, sus obras son productos fascinantes de una imaginación desbordada, que pone a rodar figuras engendradas en los sueños. Allí aparecen seres que representan los vicios del hombre, como un trovador con cabeza de cerdo, un monstruo con pico acabado en clarín y un gigante convertido en mesa.

El Bosco sacó de las fachadas de las iglesias las drolerías: esas representaciones figurativas que utilizaban monstruos y seres grotescos para escenificar los pecados. Este recurso le permitió mezclar figuras a su antojo a lo largo de su obra. Esa novedad y originalidad lo convirtió en inspiración para artistas muy posteriores como Dalí, que tiene presente su imaginario en sus creaciones.

Aunque no se sabe muy bien de dónde vienen esas imágenes, Velandia apunta que están relacionadas con una tradición medieval y específicamente con los bestiarios, un conjunto de criaturas conocidas en esta época en volúmenes ilustrados e historias cargadas de lecciones morales.

Además de mezclar todas las innovaciones de la época, en sus detalles El Bosco se apropió de cuestiones como la perspectiva científica, la manera de representar a las figuras humanas y la gran naturalidad para crear ciertos paisajes. Fue un erudito que se puede catalogar como moderno por esa relación tan particular que tiene con su tradición y esa idea de continuar e innovar.

Todavía es un misterio por qué la pintura de El Bosco llamó la atención del rey Felipe II, que adquirió las mejores obras del holandés y llenó el monasterio de El Escorial con 26 de sus pinturas, hasta el punto de que la leyenda dice que murió frente a El jardín de las delicias. Y lo es, sobre todo, porque su arte era de provincia, y el artista mismo era un fervoroso crítico y disidente de la Iglesia de la época, y en sus pinturas la idea del diablo y el infierno eran recurrentes.

Según le dijo a SEMANA el vicepresidente de la Asociación Profesional de Guías de Turismo de Madrid (Apit), Gerardo Rappazzo, “los cuadros del pintor medieval gustaban a sus contemporáneos y eran solicitados por reyes, como Felipe el Hermoso, duque de Borgoña, que le encargó ‘El juicio final’, o su hermana Margarita de Austria, que adquirió ‘Las tentaciones de San Antonio’”.

Los cuadros reunidos por Felipe II forman uno de los conjuntos esenciales de las colecciones del Museo del Prado de Madrid, que comprenden obras tanto de la escuela italiana, como de la flamenca, sobre todo de Van der Weyden, Joachim Patinir y El Bosco. De este último además hay pinturas de gran importancia como La extracción de la piedra de la locura (realizada entre 1540 y 1550) –una sátira que refleja una operación quirúrgica para extirpar la necedad del hombre– o La mesa de los pecados capitales –que ilustra la idea de que Dios lo ve todo, incluso, aquellos comportamientos que se le escapan a los ojos humanos-.

Este año se celebra el quinto centenario de su muerte con dos grandes exhibiciones: “Hieronymus Bosch. Visiones de un genio”, del Museo Noordbrabants de Bolduque (Holanda), del 13 de febrero al 8 de mayo, que incluye una veintena de obras en las que destacan nueve pinturas nunca antes vistas en ese país.

La segunda es la mayor retrospectiva dedicada al artista, “El Bosco. La exposición del centenario”, que se inaugurará el 31 de mayo hasta el 11 de septiembre, en el Museo del Prado.

“Sabía que poseía grandes dotes para la pintura, pero también que le habrían considerado [...] un pintor que figuraría detrás de Durero, Miguel Ángel, Rafael y otros, y por ello emprendió un camino nuevo, de manera que los demás fuesen tras él y no él tras ninguno…”. Así lo describió el sacerdote José de Sigüenza, uno de los primeros críticos de arte que defendió a El Bosco, un pintor misterioso cuyos secretos siguen sin develar cinco siglos después de su muerte.