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EL CISNE DE BERGAMO

El mundo celebra por estos días los 200 años del nacimiento de Gaetano Donizetti, sin duda uno de los prodigios del 'bel canto' italiano.

22 de diciembre de 1997

El bel canto italiano cubrió el primer tercio del siglo XIX y tuvo tres luminarias: Rossini, el cisne de Pesaro, padre de la ópera romántica; Bellini, el cisne de Catania, uno de los músicos más inspirados de la historia, y Gaetano Donizetti, el cisne de Bérgamo. Rossini era rapidísimo trabajando, tanto que dejó 39 óperas, una cifra considerable, pero no tanto si se piensa, primero, que escribía una ópera en apenas un par de semanas y, segundo, que a los 37 años inexplicablemente dejó de componer para dedicarse a la culinaria. Bellini no era tan eficiente y sus óperas caben en los dedos de la mano porque murió prematuramente a los 34 años. Donizetti, que nació en Bérgamo hace dos siglos el 29 de noviembre de 1797, era inspirado como Bellini y muchísimo más rápido que Rossini: unos pocos días le bastaban para escribir una ópera completa; cuando supo que Rossini requirió un par de semanas para su Barbero de Sevilla no tuvo reparo en decir "¡Ya pensaba que Rossini era un holgazán!". Donizetti era tan rápido que dejó 71 óperas y una a mitad de camino. Setenta y una contra 13 de Wagner, 28 de Verdi y 12 de Puccini no es propiamente un asunto para pasar por alto. Sobre su legendaria rapidez queda el testimonio de su Sinfonía de 1816: fatta in un'ora e un cuarto (hecha en hora y cuarto). Poco después vino su primera ópera. Escribió hasta febrero de 1846, un año antes de su muerte, lo que significa que produjo estos 71 títulos _algunos de más de tres horas de duración_ en el increíblemente breve lapso de 28 años. Donizetti no fue propiamente un revolucionario, simplemente sabía explotar su talento desmesurado, tenía una preparación francamente sólida, dominaba las formas musicales de su tiempo y conocía bien la voz humana, en particular la de la soprano. En realidad muchas de sus óperas tienen un valor relativamente discreto. Sin embargo, cuando se eleva, escala cumbres asombrosas porque fue el primer compositor capaz de imprimir en su música para la escena el sello de su carácter apasionado, evidente en los momentos dramáticamente álgidos de sus obras. Pero sobre todo tenía instinto para saber qué música debía cantar un personaje en una situación específica, sin que ésta se desligase de la melodía, pero seduciendo al oyente. Por ello no es gratuito que algunas de sus arias se hayan liberado de la escena para entrar al dominio de la música popular, como Furtiva lágrima, de Elixir de amor, que tiene una dosis justa de ingenio, sentimentalismo, elegancia y buen gusto musical a pesar de que se encuentra en medio de una situación cómica. También dominaba Rossini el arte de escribir 'sobre medidas'. Resulta casi imposible desligar su obra de los nombres de la divas para quienes fueron escritas: la Malibrán y la Pasta las más célebres de ellas. De hecho, ya en vida y después con el paso de los años, paulatinamente su estilo comenzó a falsearse y su música se convirtió apenas en un vehículo para hacer toda suerte de malabares vocales, desatendiendo la intensidad de la situación dramática. Hasta mediados de la década del 50, cuando María Callas en sus interpretaciones les regresó de nuevo la categoría e intensidad que estas ópera exigen. Donizetti no fue ajeno a la moda de su tiempo, que sentía una debilidad particular por las llamadas escenas de la locura, donde las prima donnas interpretaban arias que por sus acrobacias debían convencer al público de su deplorable enajenación metal, aunque en realidad estaban en estado de absoluta concentración. Toda una paradoja como el hecho de que haya escrito la más célebre escena de la locura de la historia de la ópera y haya terminado sus días en un sanatorio para enfermos mentales. Porque como Lucía de Lammermoor, la heroína de la más famosa de sus óperas, perdió la razón en febrero de 1846