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“El conflicto empezó hace 500 años”

El escritor peruano Santiago Roncagliolo revive las atrocidades de la guerra contra Sendero Luminoso en 'Abril rojo', su última novela que lanzará en la Feria del Libro. Habló con SEMANA.

15 de abril de 2006

Santiago Roncagliolo nació en Lima y con apenas 31 años presenta una larga trayectoria: guionista de televisión, periodista, traductor, autor de discursos políticos, escritor de libros para niños. Publicó las novelas El príncipe de los caimanes, Pudor y el libro de cuentos Crecer es un oficio triste. También ha incursionado en la dramaturgia: su obra de teatro Tus amigos nunca te harían daño se presentó en varios países. Actualmente reside en España y escribe un musical a partir de Rebelión en la granja de George Orwell.

Abril rojo, obra con la cual acaba de obtener el premio Alfaguara de novela 2006, es un thriller político en el que su protagonista, el fiscal adjunto Felipe Chalcatana, a través sus investigaciones, revive las atrocidades que cometieron Sendero Luminoso y el Ejército peruano en la guerra que sostuvieron a comienzos de la década de los 90. Muestra, además, las secuelas que aún quedan de esa violencia.

SEMANA: ¿Cómo se aproxima a estas historias de violencia que ocurren en Ayacucho, en la sierra peruana, siendo usted de la costa, de Lima y, según sus libros anteriores, interesado en otros temas?

SANTIAGO RONCAGLIOLO: Antes de irme a vivir a España trabajé en derechos humanos. En esa época no se hablaba mucho de lo que había ocurrido en la guerra contra el terrorismo. O mejor, se hablaba de la barbarie terrorista pero no del terrorismo de Estado ni de la guerra en que se terminó convirtiendo. Cuando empecé a trabajar allá empecé a ver los casos que llevábamos, las investigaciones de desaparecidos, las torturas en las cárceles; empecé a ver que las cicatrices de lo que había pasado eran mucho más hondas y mucho más duras de lo que sabíamos.

SEMANA: ¿Fue una sorpresa?

S.R.: Fue una sorpresa progresiva, un proceso de inmersión en el horror: a cada momento aparecían cosas nuevas, brutales, que ni siquiera creía posibles. Entonces empecé a madurar esta historia en forma de thriller; la investigación que lleva Félix Chacaltana, el fiscal, es una inmersión similar a la que yo viví: ir descubriendo no sólo lo que ocurrió en el país, sino hasta dónde es capaz de llegar la brutalidad del ser humano, su lado oscuro y asesino…

SEMANA: Personas torturadas y luego desmembradas e incineradas…

S.R.: Bueno, no ha de ser distinto a lo que ocurre en Colombia. Creo que la creatividad humana para la violencia es tan ilimitada, que supera en todos los casos a la ficción. De hecho, yo me sentí obligado a explicar en una nota al final del libro que buena parte de los episodios son reales: mi imaginación nunca hubiera alcanzado a inventar tanta brutalidad.

SEMANA: En la novela, que sucede en 2000, en un comienzo se maneja la sospecha de que Sendero Luminoso -supuestamente derrotado en los años 90- ha regresado. ¿Es posible un resurgimiento de ese grupo?

S.R.: No creo que Sendero pueda volver porque está políticamente desarticulado y responde a una ideología que no funciona en la época actual. Lo que sí hay es una gran violencia social que estaba ahí antes de Sendero y continúa después de Sendero. Ningún grupo terrorista alcanza lo que ese grupo logró si no hubiera tenido en su terreno el apoyo de la gente.

SEMANA: Más allá de la política, su novela sugiere una explicación cultural a esa violencia.

S.R.: Esto no responde sólo a una desigualdad de ricos y de pobres. En el fondo estamos hablando de un conflicto que empezó hace 500 años con el choque de dos mundos. Después de la independencia no cambiaron mucho las personas que estaban en el control: pasaron de llamarse españolas a llamarse criollos. En las elecciones actuales de Perú se ve muy claro: los votos de Lourdes Flores -que es blanca- están en Lima, en las clases medias y altas; en cambio los votos de Ollanta que es mestizo, están sobre todo en la sierra sur, donde antes estaba Sendero.

SEMANA: También se plantea un sincretismo religioso en la raíz de esa atracción hacia la muerte.

S.R.: La religión católica tiene la celebración de la Semana Santa que es una celebración de la muerte y el regreso de la vida -la muerte y la resurrección- y esto se superpone con el mito del Incarri, el regreso del Inca que fue desmembrado y derrotado, pero que unirá sus partes dispersas y volverá. Los dos son una celebración de la muerte como generadora de vida. Esa idea, que es muy fuerte en Ayacucho, yo la recojo en mi novela: el momento en que la muerte se convierte en un ritual y en la única forma de vida.

SEMANA: ¿Eso está vigente, ese podría ser un generador de violencia?

S.R.: Yo creo que es un elemento más; sí, hay un enfrentamiento, pero tampoco es que la gente vaya por ahí pensando que va a volver el Inca. Ahora, el mito representa un deseo real, como suele ocurrir con los mitos. Encarna ciertas aspiraciones y representaciones del mundo.

SEMANA: 'Abril rojo' comienza como una novela policíaca que indaga en los problemas sociales al estilo de las de Paco Ignacio Taibo II, pero luego da un giro brusco y se parece más a una película de acción.

S.R.: Yo siempre he disfrutado una literatura que lo haga a uno olvidar que alguien te la está contando. Pertenezco a una generación que creció con el cine, con el elemento audiovisual como principal narrador de historias. El cine es mi referente principal, en este caso, el thriller y, en particular, películas como Seven o El silencio de los inocentes que combino con autores como Bolaño, MacEwan y Coetzee, narradores de la violencia y del horror

SEMANA: En 'Pudor', su novela anterior, había una influencia de 'La tormenta de hielo', de Ang Lee. ¿Cuál es la película detrás de 'Abril rojo'?

S.R.: No es una película sino una historieta de Allan Moore que se llama From hell.

SEMANA: En su apego a la ley que se vuelve ridículo en un entorno corrupto, el fiscal Chacaltana se parece al teniente Gamboa de 'La ciudad y los perros'.

S.R.: Podría ser. Pero Sostiene Pereira y La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, de Antonio Tabucchi, me impactaron mucho más cuando las leí en los 90. Ambas hablaban del hecho de convivir bajo la violencia y el poder y de cómo esto afecta la vida de las personas corrientes. Aunque dichas obras están ambientadas en la dictadura de Portugal, yo sentía que estaban hablando de Perú.

SEMANA: El que combate a los terroristas con sus mismos métodos, ¿necesariamente se degrada?

S.R.: Eso crea un círculo vicioso que es difícil de controlar. Es lo que ocurre en Israel y Palestina, en Irak. Si tú quieres detener el fuego, tienes que cometer una injusticia: dejar que los asesinos queden sueltos. Si no quieres cometer esa injusticia, tienes que matarlos. Esa es la encrucijada de la paz y a mí me interesaba mostrar en esta novela cómo la paz está hecha de las cicatrices de guerra.

SEMANA: ¿'Abril rojo' significa que su generación está descubriendo la política?

S.R.: Es verdad que en los 90 la literatura latinoamericana dejó de hablar de política. Y hasta dejó de hablar de América Latina: Rodrigo Fresán ambienta sus novelas en Inglaterra, y Jorge Volpi, en la Segunda Guerra; Alberto Fuguet, en Estados Unidos. Ellos hacían una literatura del optimismo. Como se había caído la izquierda, se decidió que ya no había nada más que interrogarnos o discutir porque los problemas políticos ya estaban resueltos. Yo pertenezco a una generación de doble desencanto que vio caer a la ideología de izquierda y tampoco ha visto que con la derecha las cosas mejoren gran cosa. Entonces, si no se han resuelto los problemas, ¿por qué no nos dejan interrogarnos sobre los asuntos que no tenemos resueltos? ¿Por qué no hablar de temas sociales si esos temas nos saltan a la cara? El tema político no está enterrado.