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EL DEDO EN LA LLAGA

4 artistas colombianos que no hacen concesiones al gusto del público, exponen en el Colombo Americano

2 de abril de 1984

La obra enfática y mordaz de dos artistas de muy reciente figuración, junto con trabajos igualmente corrosivos de Beatriz González y María de la Paz Jaramillo que han ganado prestigio durante las últimas décadas, integran la exposición "Cuatro contestatarios colombianos" del Centro Colombo-Americano que recoge esta actitud un tanto infrecuente dentro del arte local.
El ataque, sea mediante la distorsión, el humor o la transgresión de convenciones, abarca, más alla del contorno social del país, los procedimientos, las técnicas tradicionales y los métodos de comunicación --generalmente "fríos"-- del artista con el hipotético espectador de sus obras.
Todos chocan, se niegan a operar pasivamente sobre el gusto del público, acentuando sus temas con tratamientos agresivos, dispuestos a impedir una ojeada superficial, como una manera de reiterar que su postura incluye no sólo la investigación de lo que somos, sino la búsqueda de nuestra particular vía para expresarlo.
Tanto la tergiversación de las figuras en la obra de Beatriz González, lo grotesco en las mujerss de María de la Paz Jaramillo y el desorden de los grafismos de raigambre callejera de Lorenzo Jaramillo, como la contenida asimetría de los personajes de Víctor Laignelet, antes que la eclosión de sentimientos o la revelación de crisis alguna en la cultura de Occidente, intentan definir los linderos de nuestra plástica desde esta otra orilla latinoamericana, desde esta necesidad continental de significar lo inédito.
No es gratuita la irrupción y consolidación de artistas opuestos fundamentalmente a las sosegadas fórmulas de la belleza academista a partir de los años 30, en un país espiritualmente detenido en las lecturas de "María", los paisajes sabaneros y los retratos al óleo. Aún a fines de los 50's, obras como las de Grau, Botero, Obregón, Hernández Prada o Wiedemann lesionaron el gusto doméstico --habituado a un arte que sólo se ocupaba del contorno escudado en la postura paternal del costumbrismo-- con una pintura "fea", en contravía de la tradición realista, y sinembargo mucho más próxima a la realidad desbordada, violenta e irracional que respiramos cada día.
Un termómetro
El desmontaje de la dictadura, la iniciacion del Frente Nacional en andas de una paz convulsa, el derrocamiento de Batista, y hechos aparentemente inconexos como el auge del rock'n'roll, o la llegada, con Marta Traba, de un estilo documentado y severo en el ejercicio de la crítica de arte, aportaron en la última mitad de los cincuentas un ensanchamiento hacia formas y contenidos nuevos para la actividad artística, engendrando, al tiempo, actitudes cada vez menos reverentes en torno de los sacrosantos valores nacionales, que desembocarían en las jornadas de crisis durante toda la década del 60.
En la revisión de lo que hemos sido y lo que somos, de nuestros mitos, de nuestro peculiar modo de percibir, en la averiguación de nuestros mecanismos de asimilación, de nuestros propios colores de identidad, un importante grupo de artistas nacionales ha encontrado un terreno virtualmente inagotable para su quehacer. Es así como, en la relación entre la grandilocuencia, y el provincianismo que ésta encubre, Beatriz González ha identificado esa "temperatura" de nuestro modo de vivir, que caracteriza su obra, tomando como punto de partida ora una lámina de circulación masiva, una reproducción aclimatada de obras del arte universal, o la fotografía de periódico sobre algún acontecimiento social.
La aplicación de colores planos, estridentes y arbitrarios, sobre soportes tan diversos como una cama de latón o papel para tipografía, apelando a técnicas igualmente variadas que van desde la pintura con barniz hasta el estampado industrial, ha sido la constante de la artista santandereana, quien elige uno u otro procedimiento para acentuar un aspecto específico del trabajo. La impresión de un diseño basado en una fotografía de Turbay Ayala cantando en una fiesta, sobre una cortina de más de 100 metros, ironiza no sólo acerca de la desmesura de algunas celebraciones privadas de los personajes públicos, sino sobre la trascendentalización periodística de asuntos efímeros, como la misma cretona estampada, que generalmente ocurren "tras las bambalinas".
Con pintalabios
El I Salón de Artistas Jóvenes efectuado en 1972 por el Museo "La Tertulia" de Cali revela el trabajo de una generación de artistas ocupados ya por una temática enteramente urbana, que en el caso de María de la Paz Jaramillo se particulariza aún más sobre la cuestión de la mujer colombiana y su relación con la sociedad, desde la perspectiva de una autoconciencia satirica. Interesada inicialmente por la obra gráfica, la artista manizalita ha venido abordando desde hace 12 años, con un ánimo permanentemente experimental, las posibilidades de ser con que cuenta la mujer en un país como Colombia, otorgadas siempre en función del hombre.
De la limitada gama ("Ama de casa", "Reina de belleza" o "Amante"), María de la Paz Jaramillo ha pasado a reflejar desde 1980 un examen de la pareja, en dibujos y pinturas, diferenciado del paso anterior por el tono melodramático y sórdidamente colorido de sus atmósferas, ahora extendidas a su mundo de parejas de baile.
Los personajes femeninos, y el conjunto total de estas figuras creadas por María de la Paz Jaramillo, no obstante sus actitudes sospechosamente "delicadas", lucen deliberadamente burdos, como delineados no con pinceles sino con pintalabios, dispuestos a no agradar a primera vista. "Claro que hay a quienes les parece bello, a quienes les choca y a quienes les parece una porquería --ha explicado la artista-- pero otros consideran que es una salida diferente del arte, y ese es mi objetivo, que la gente se cree alguna duda ante el trabajo, o algún estado de ánimo".
Distorsión
La obra de Lorenzo Jaramillo, (colombiano nacido en Hamburgo en 1955) como la de las artistas mencionadas, se propone menos presentar una distorsión subjetivizada de la calidad nacional que recoger algunos de los valores más radicales de nuestra contra-estética popular. Máscaras zoomorfas, rasgos exaltados, colores opacados por el hollín del subdesarrollo y personajes estrafalarios, mitad humanos, mitad bestias, se sitúan en el espacio urbano como en un panorama de graffitti, rodeados por la prisa, el caos y el desconcierto. Que muchas de las imágenes de Jaramillo hayan sido asimiladas de los dibujos callejeros, del lenguaje crudo y primordial de los muros, los carritos de helados, los vidrios empolvados de un bus, denotan su interés por investigar y contraponer estas manifestaciones auténticamente contestatarias del espíritu citadino a un arte clasificado e inocuo.
Segunda mirada
Las fechas del barranquillero Victor Laignelet coinciden con las de Jaramillo. Nace en 1955 y expone individualmente por primera vez en 1980. Tomando el camino más opuesto al de Jaramillo, éste estruja calculadamente la figura manteniendo todas las apariencias de "lo normal", fundamentado en un figurativismo de reminiscencia fotográfica, efectista, y que remite a la pintura clásica por su composición y acabado. Los temas, aparentemente fortuitos, sirven a Laigenelet para exigirnos una segunda mirada, un reexamen a la doble personalidad de lo visible en la cual se esconde el humor, lo que tiene de ridículo el afán de tomarnos en serio a nosotros mismos, la angustia por querer vernos "tal como somos".
Sin mencionar la actitud contestataría, pero con una visión aproximada a esta cuestión, Marta Traba captó desde tiempo atrás con lucidez el carácter de lo que venia cocinándose en estas tres últimas generaciones de artistas colombianos. "A la visión irónica-divertida de Fernando Botero --escribió en 1983-- ha sucedido la visión irónica --crítica de Beatriz González y, ahora, un mayor espectro de puntos de vista melancólicos, desesperanzados o fustigantes. Nunca se reunieron en el panorama plástico nacional tantos solitarios mancomunados por la curiosidad, el fervor y la cólera suscitados por un país a la deriva, encendido por una virtual insurrección permanente y esperando, con una inconcebible paciencia, la conmoción que lo exima de ser el último, anacrónico ejemplo de alianza de poder político y económico en manos de familias dinásticas para poder entrar en la historia del Siglo XX".--
Francisco Celis Albán