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EL DOLOR HECHO CLISE

Guayasamín: un pintor enredado en su celebridad.

19 de abril de 1999

El pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999) se cuenta entre los pocos artistas
latinoamericanos que han logrado un reconocimiento internacional. Su obra de mediados de este siglo se
convirtió, gracias a su fuerza expresiva, en un símbolo inquietante de América Latina. Pero después de haber
sido reconocido y exaltado por parte de la crítica y demás sistemas del arte, Guayasamín se dejó seducir por
su propio éxito _un constante peligro para los artistas establecidos_, comenzando a estancarse y
repetirse y convirtiéndose en sinónimo de facilidad y comercialismo. Guayasamín estudió en la Escuela de
Bellas Artes de Quito, donde se hizo manifiesta su inclinación por un tipo de pintura de recio contenido
político y social. Sus primeros trabajos _fogosas representaciones de obreros en huelga, campesinos
dedicados a sus labores y mineros atrapados en derrumbes_ evidencian la intención de plasmar un
testimonio de las injusticias cotidianas de su país. En estas obras, y en otras posteriores de mujeres
atribuladas y niños famélicos, es notoria la influencia del muralismo mexicano y, en particular, de Orozco, con
quien trabajó en un fresco sobre el Apocalipsis en 1942. Pero su salto a la fama ocurrió en 1956 cuando,
gracias al Gran Premio de la Bienal de Barcelona, su trabajo se internacionalizó e ingresó a los museos. Su
paleta se orientó hacia los colores de la tierra, sus pinceles adquirieron un notorio vigor y su temática se
bifurcó en las dos series en las cuales descansa su prestigio: Huaycañan o Camino al llanto, en la que
alude a las inicuas condiciones de la vida del indio, el negro y el mestizo en Latinoamérica, y La edad de la
ira, inspirada en la Europa de posguerra y considerada como un vehemente llamado a la paz. Su pintura se
desarrolló dentro de una figuración geometrizada y fuertemente influenciada por el Guernica de
Picasso, el cual le suministró un abundante repertorio de formas. En la mayoría de sus lienzos cada
elemento se presenta dibujado con una línea gruesa y segura, la cual intercala con enérgicos brochazos
para reafirmar hieráticas expresiones de dolor y de cólera. El artista, sin embargo, abusó tanto de los
rostros adelgazados hasta lo cadavérico, de los cuerpos planos sin más relieve que los huesos transidos,
de los ojos desorbitados y, sobre todo, de las manos crispadas, descarnadas y tendidas hacia el observador
en gesto de horror o de solicitud de conmiseración, que los convirtió en un aburrido clisé, en un recurso llano e
inocuo. Guayasamín, cuyos principales trabajos eran precedidos por incontables bocetos, también realizó
algunas pinturas sobre temas afectivos, así como retratos, naturalezas muertas y paisajes. En su trayectoria
hay momentos en que asoman los rasgos de un gran pintor, pero la mimesis de su propia obra y la evidente
contradicción entre su temática indigenista y el carácter descaradamente comercial de su producción
hicieron cada vez más difícil reconocerlos. n Su obra de mitad de siglo fue un símbolo inquietante de
Latinoamérica El traje del emperador ¡Pero si no lleva nada puesto! dijo una niña. En la galería Santafé de
Bogotá del Planetario Distrital tiene lugar una exposición que se sale del común por su variedad y carácter
innovador. La muestra fue curada por Lucas Ospina, Catalina Ortiz y Juan Carlos Laverde, y se enmarca en
un programa en el cual la organización de exposiciones se entiende como la puesta en escena de ideas,
como la convocatoria a un gran diálogo en el cual cada participante tiene algo inesperado que decir, y no
como la erudita y autoelogiosa actividad en que se ha ido convirtiendo la curaduría de los museos. La
exposición se titula El traje del emperador, como el cuento de Hans-Christian Andersen, en el cual sólo
una niña se atreve a confesar que el emperador está desnudo. Su convocatoria puede entenderse como una
invitación a considerar las relaciones entre la moda y el arte, y como una impugnación a quienes rehúsan ver
la ilimitada libertad en que se mueve la creatividad contemporánea a pesar de que la galería se ha despojado
del ropaje pretensioso de las evaluaciones ilustradas. El resultado es un jolgorio descomplicado y lúdico al
cual se ingresa por una pasarela que involucra al visitante como protagonista del performance. Participan en
la muestra desde pintores hasta joyeros y desde modistos hasta ex alcaldes. Sus trabajos son
incisivos, irreverentes o poéticos, pero ninguno manifiesta la fatua de las obras cuyo propósito es la venta. De
su conjunto emerge una nueva efervescencia que conduce a pensar que finalmente está renaciendo el
entusiasmo en la escena artística del país y que, así como una nueva concepción del arte ha empezado a
imponerse, también un nuevo público, menos interesado en el consumo y los currículos y más inclinado a
intervenir en los derroteros de la imaginación, ha ingresado en los territorios de la plástica.