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EL ELEGIDO

Joaquín Cortés, el maestro del nuevo flamenco, se presenta esta semana en Bogotá.

3 de noviembre de 1997

Para entender el remezón que ha causado Joaquín Cortés en el mundo del flamenco y la vigencia que en los últimos años ha cobrado este género, tradicionalmente más asociado con el folclor del sur de España que con la contemporaneidad, hay que remitirse a dos hechos. El primero, que es un gitano cordobés y eso marca carácter porque su danza parece salir directamente de sus ancestros. El segundo es menos subjetivo: su formación artística. Porque desde los 12 años inició su entrenamiento como bailarín clásico en Madrid y a los 15 fue aceptado como miembro estable del Ballet Nacional de España, la más prestigiosa compañía de danza clásica de su país. Allí tuvo un ascenso meteórico, a punto de que en poco tiempo llegó a la categoría de solista, entre otras cosas por el magnetismo de su presencia. Como solista del Ballet Nacional tuvieron lugar sus primeras presentaciones fuera de España, que no pasaron inadvertidas ni para la crítica neoyorquina ni para los exigentes comentaristas rusos que elogiaron su actuación en la Metropolitan Opera House y el Palacio de los Congresos del Kremlin.
Tras su renuncia se lanzó a su carrera independiente, lo cual le permitió materializar varios sueños dorados de cualquier bailarín clásico: actuar al lado de Maya Plitsetskaya, la más legendaria bailarina rusa de la segunda mitad de este siglo, y a quien la crítica considera como la más dotada bailarina de la actualidad, la francesa Sylvie Guillem, étoile del Ballet de la Opera de París y solista principal del Royal Ballet de Londres.
Ya entonces eran evidentes sus dos intereses: bailar flamenco y crear. Lo hizo con dos trabajos: coreografiar Carmen de Bizet para la Arena de Verona y poner en escena Don Quixote para el Teatro Teresa Carreño de Caracas. Su nombre se asocia a la danza flamenca con sus actuaciones en el Festival flamenco de Verona, de Tokio y Lincoln Center de Nueva York. El mundo lo saluda como la estrella contemporánea del nuevo flamenco. Y ocurrió lo obvio, que en 1992 creó su propia compañía. La misma que debuta en Bogotá el próximo viernes 17 y sábado 18 de octubre en el Palacio de los Deportes con Pasión gitana, su más reciente trabajo. La organización corre por cuenta de Rodven y el Teatro Nacional.
Como fenómeno, Cortés no es un hecho aislado. Su danza, por un lado, sigue la tradición más pura del flamenco, además es permeable a la música oriental y recibe bien la influencia del ballet sin caer en estilizaciones; ha logrado, por ejemplo, incorporar jetées y pirouetées típicas del lenguaje clásico con un resultado impecable. Por otro, es la respuesta dancística al fenómeno llamado en España 'los jóvenes flamencos', una dinastía de músicos que, sin proponérselo, modificaron la música flamenca y la acercaron a las nuevas generaciones: conservan su esencia de guitarras y 'cantaores' y permiten la llegada de nuevos instrumentos, como el violín, el contrabajo, la flauta y la caja peruana.
Cortés liberó la danza flamenca de las españolerías que la tenían prácticamente convertida en un producto más de la próspera industria turística andaluza, le regresó su carácter virtual y, claro, puso a su servicio sus condiciones de excelente bailarín. Además le aportó eso que nadie puede explicar, su carisma de gitano.
Cortés trae 11 'bailaoras', la actuación de Cristóbal Reyes como solista invitado y 13 músicos, entre ellos el célebre 'cantaor' Morenito de Illora, representante de los 'jóvenes flamencos'.
Pasión gitana es una sucesión de bulerías, seguidillas, tangos y danzas, todas unidas a la tradición flamenca. Para el público hay dos escenas revelatorias, el flamenco clásico que hará Cristóbal Reyes, una propuesta coreográfica de ambigüedades y sofisticación dancística, y Laya, una farruca, con solo de 'zapateao' que hacia el final baila Cortés.
Una oportunidad de oro para ver a un bailarín a quien no en vano se le compara con celebridades como Nureyev y Baryshnikov.