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EL GRAN ESCEPTICO

En su último libro "Ese maldito yo", E.M. Cioran juega con los anhelos humaos.

14 de marzo de 1988


Algunos apenas toleran uno o dos de sus aforismos demoledores; otros, con mal disimulada repulsa dejan el libro de lado para pasar, en cuanto más pronto mejor, a otra cosa. Para tantos, oir su nombre es como recibir una bofetada metafísica en pleno rostro. Lo cierto es que E.M. Cioran es quizás el último de los escritores malditos de este siglo.

Si cada libro suyo resulta tan provocador, en su furor iconoclasta, el título mismo pregona ésta, su pasión "Breviario de podredumbre" (1949) "Silogismos de la amargura" (1952) "La tentación de existir" (1956), "El Aciago demiurgo" (1969), "Del inconveniente de haber nacido" (1973) son algunos de los libros en donde pensábamos había agotado la fuente de su filosofía obstinada. Sin embargo en 1987 la Editorial Gallimard, de París, publicó un nuevo libro del filósofo rumano. Un libro raro, como todos los suyos; un libro inconveniente, como todos los suyos; un libro que Tusquets presenta en español con el título "Ese maldito yo".

Como algunos de los que le preceden, éste es también un texto de exasperaciones, de un hondo pesimismo si se quiere; lúcido, impulsivo, indefendible como las causas por las que él aboga; un texto que sacude con cada uno de sus aforismos--es un libro de aforismos--, con la violencia perpetua de su profunda ironía. Cioran --una vez más--con el arte del pensamiento insólito, y cortante, da vuelta al buen sentido, pone de cabeza las verdades convenidas y convenientes y con el uso de la paradoja nos muestra el rostro que rie de nosotros cuando afirmamos nuestras grandes verdades y defendemos lo que consideramos son nuestras más valiosas certezas: "nuestra misión --escribe en este libro--es realizar la mentira que encarnamos, lograr no ser más que una ilusión agotada".

Como Milan Kundera, como Gombrowich, Cioran pertenece a esa casta de pensadores que han huido de su patria eslava para encontrar en el exilio territorial la figura y la suma de todos sus exilios. Pero a diferencia de Kundera, Cioran no impugna un sistema político, impugna la esfera toda de la existencia de cualquier sistema, y él mismo se confiesa víctima de varias fascinaciones: el poder maléfico de las ideologías, las religiones y las utopías.

Si para este libro ha elegido también la forma del aforismo--como tantas veces lo hizo Nietzsche--, es porque ha comprendido que la fuerza de una idea sólo logra su más plena eficacia en cuanto más sintetice y sobrepase su razón de ser. Así, sus aforismos vienen a ser como candentes rayos de luz que inesperadamente penetran en un recinto oscuro e iluminan con su brillo intenso y desgarrador un lugar de la existencia. Las búsquedas del filósofo rumano no se asemejan jamás a las de quien sale al encuentro de la verdad, más bien ignora su presunción para mejor dicernir lo verdadero, sin máscaras y sin mentiras, y lo hace casi siempre en beneficio de sus radicales vacilaciones. Quizás por eso Cioran se define a sí mismo, en este libro, como "escéptico de servicio de un mundo agonizante". Entonces dejemos que hable el Escéptico:

·"¡La cantidad de vacío que he acumulado, conservando al mismo tiempo mi estatuto de individuo!" "¡El milagro de no haber reventado bajo el peso de tanta inexistencia!".

·"Sólo se puede consolar a alguien abundando en el sentido de su aflicción, y eso hasta el momento en que el afligido se harta de serlo".

·"La música es una ilusión que compensa todas las demás".

·"Se acomoda uno más o menos bien a cualquier fiasco, excepto a la muerte, el fiasco mismo".

Enrique Pulecio