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El gusto por la fealdad

Umberto Eco pasa de la 'Historia de la belleza' a la de la fealdad. Un erudito y minucioso recorrido histórico por las imágenes y los textos que reivindican que lo feo es más interesante.

Luis Fernando Afanador
15 de marzo de 2008

Umberto Eco
Historia de la fealdad
Lumen, 2007
454 páginas

No hay duda: todas las épocas han sentido una gran atracción por la fealdad. Una prueba de esa atracción es, para Umberto Eco, la cantidad de sinónimos inventados para referirse a lo feo: horrendo, desagradable, monstruoso, odioso, espantoso, fétido, sucio, repelente, vil, deforme, repugnante, antiestético. Hace tres años, el escritor y profesor italiano había escrito una Historia de la belleza y ahora reaparece con la Historia de la fealdad, un libro que se apoya en profusas imágenes de artistas, citas históricas y literarias y que al parecer disfrutó bastante en su elaboración: "La historia de la fealdad es decididamente más interesante que la historia de la belleza". Desde luego que sí, el lector también lo siente así: esta historia es decididamente mejor que la anterior.

Se dice que los griegos idealizaron la belleza y que incluso llegaron a establecer las proporciones exactas que debía tener una figura. Lo cierto es que los neoclásicos fueron quienes idealizaron a los griegos e hicieron de ellos un estereotipo de blanco mármol. En realidad, las estatuas griegas eran pintadas y podían llegar a ser terroríficas. En su universo existen muchas clases de fealdad y perversión: las zonas subterráneas de los misterios y seres repugnantes que violan las leyes de las formas naturales como las Gorgonas -de cabeza erizada de serpientes y colmillos de jabalí-; la Esfinge -rostro humano en cuerpo de león-; los centauros -cabeza de toro en un cuerpo humano-. Y en su mitología abunda la crueldad: Saturno devora a sus hijos, Medea mata a los suyos para vengarse del marido infiel, Egisto mata a Agamenón para quitarle su esposa, Edipo comete parricidio e incesto…

Aunque los dioses encarnaban un modelo de belleza que ellos buscaban recrear en su arte, el mundo para ellos no era bello en su totalidad. Platón postulaba que la realidad sensible era una torpe imitación de las ideas. En cambio, para los cristianos, el mundo, aun con sus imperfecciones y su maldad, es bello porque es obra divina. "Desde los primeros siglos, los padres de la iglesia hablan constantemente de la belleza de todo ser". Sin embargo, la Edad Media con la figura del Cristo ensangrentado y desfigurado llegará a crear un culto al placer en el sufrimiento que se perfeccionará en los siglos posteriores. Con imágenes terroríficas del Apocalipsis, el infierno y el diablo, contribuye en forma amplia y generosa a la historia de la fealdad. El barroco -y el manierismo- enseñarán a preferir lo expresivo sobre lo bello, a deleitarse más en lo extraño, lo extravagante y lo deforme. El romanticismo, con su teoría de lo sublime, empezará a cambiar el concepto de lo feo. Y las vanguardias artísticas del siglo XX se encargarán de hacer su reivindicación definitiva.

Las nociones de lo feo y lo bello hoy día se entremezclan. El cine, la televisión, las revistas, la publicidad y la moda proponen rostros que habría retratado sin vacilación un pintor renacentista. Los autos y las pantallas planas quieren poseer "las divinas proporciones". Pero estamos rodeados de las imágenes horribles de la violencia y la miseria. Los monstruos triunfan y gustan las películas de sesos machacados y sangre que salpica,

los happennings que exhiben mutilaciones, los tatuajes y las agujas que perforan la carne.

Lo feo siempre nos acompañará: es la constatación de que en este mundo "hay algo irreductible y tristemente maligno". No importa, dice Eco: las sombras contribuyen a que la luz resplandezca mejor.