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Las películas del director Ken Loach se centran en las desigualdades sociales de la Gran Bretaña. Este año ganó el festival de Cannes con ‘I, Daniel Blake’.

CINE

El hall de Jimmy

El veterano director Ken Loach continúa sus retratos de marginados y oprimidos, esta vez a partir de un personaje histórico que enfrentó a las instituciones irlandesas en los años treinta. **½

Manuel Kalmanovitz G.
9 de julio de 2016

Título original: Jimmy’s Hall

País: Irlanda

Director: Ken Loach

Guion: Paul Laverty

Actores: Barry Ward, Francis Magee, Aileen Henry

Duración: 109 min

Hay hermosos paisajes en esta película, que tiene lugar en la Irlanda de los años treinta. La fotografía muestra todo con calidez y hace que los caminos empedrados muy grises, rodeados de un verde melancólico, se vean como salidos de un sueño campestre. También hay música folclórica, viva y contagiosa, con violines y vientos que dan ganas de llevar el compás con el pie.

Detrás de eso hay una historia biempensante, de heroísmo y solidaridad entre desposeídos, que puede ser lo que más importa para algunos. Y está dirigida por el inglés Ken Loach, un veterano que lleva casi 50 años retratando las vidas agridulces de los marginados y oprimidos.

A quienes no estén tan preocupados por las convicciones ideológicas del director, la película no ofrece tanto: es un ejercicio sencillo, pedestre, sin mucha gracia más allá de los paisajes y la música mencionados.

En el universo de El hall de Jimmy, los buenos son muy buenos y los malos muy malos. Los buenos, además de buenos, dan discursos sobre su bondad como para que a nadie le quede duda de que ser consciente de su condición, que saberse buenos, hace parte del asunto. Así, explican que son solidarios, vivos, alegres, humanos y amistosos.

En cambio los malos no hablan de su comportamiento ni de sus convicciones porque no necesitan hacerlo: son los poderosos de la tierra y del cielo –los sacerdotes y terratenientes– y los poderosos no necesitan explicarse.

Entre estos dos polos, entre los buenos y los malos, se podría haber tejido una red interesante, aunque esta película tiene demasiado claro dónde está el bien y el mal, y quizás por eso no lo hace.

Ninguno de los buenos sufre de la clase de sombras que los harían interesantes: ni mezquindad, ni duda, ni traición. Entre los malos tampoco hay mayores remordimientos ni cuestionamientos; la homogeneidad general de este grupo solo se rompe una vez y se abandona rápidamente.

La figura central de la película es Jimmy Gralton (Barry Ward), un irlandés obligado a exiliarse a Estados Unidos durante una década por chocar con los poderosos y que al comienzo de El hall de Jimmy regresa a su casa materna justo en medio de la Gran Depresión.

El salón que da título a la película fue el motivo por el que debió exiliarse, una especie de casa comunal campestre donde la gente baila, aprende a dibujar o a boxear, donde lee y discute poesía. Al regresar lo encuentra cerrado, pero tras oír a sus vecinos, conocidos y amigos, decide reabrirlo. Acá hay momentos conmovedores, porque el espíritu colectivo que el espacio permite e incentiva se puede sentir y las relaciones de los lugareños allí permite ver cómo la comunidad da sentido y valor a las vidas individuales.

Pero a nivel dramático, la película se siente estática a pesar de lo dispersa, excesivamente simple a pesar de tantos personajes y de sus saltos entre tiempos. El hecho de que su protagonista sea una especie de santo –leal, alegre, cariñoso y solidario– hace que la película se sienta como poco más que un sermón reconfortante para quienes comparten la fe del director.

CARTELERA

**** Excelente  ***½ Muy buena   *** Buena   **½ Aceptable  ** Regular  * Mala

IndieBo ****

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