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| Foto: Camila Reina

"El humor puede desenmascarar, transgredir y enseñar": Matador

Julio César González, Matador, nació en la capital de Risaralda y es uno de los mejores humoristas gráficos del país. Tomó su nombre de la canción de los Fabulosos Cadillacs. SEMANA habló con él.

Freddy Gonzalo Nieto
4 de mayo de 2017

SEMANA: ¿Qué tanto le debe usted a Pereira como universo creativo?

MATADOR: Conté con la fortuna de ejercer lo que quería hacer en la vida en un lugar tan hermoso como el Eje Cafetero. El verde de las montañas como fuente inspiradora de todo. Al frente de mi casa hay un guadal. La provincia tiene detalles maravillosos que ayudan mucho en el proceso creativo. Yo no quisiera irme de Pereira, es como si Adán y Eva quisieran irse del paraíso.

SEMANA: ¿Qué es lo mejor de ese paraíso?

M.: El tiempo. Estamos hechos de tiempo y en las ciudades grandes se desperdicia mucho. El aire es otra cosa que valoro, la contaminación es nula porque no hay industria.

SEMANA: Los pereiranos son rebeldes por naturaleza, ¿de dónde viene eso?

M.: Pereira hace parte de la colonización antioqueña, pero a diferencia de Manizales, a donde fueron los colonos ricos, aquí llegaron los más pobres, y como estamos cerca del Valle, nos juntamos con los caucanos y esa mezcla dio pie a una sociedad muy liberal. Yo crecí viendo travestis en Pereira desde chiquito, pero aquí pocos se escandalizaron con eso. Creo que Pereira sí tiene un libre pensamiento desarrollado. Mi papá, a pesar de no tener estudios, se educó con libros y eso ayudó mucho.

SEMANA: ¿Se le facilita la crítica estando lejos del poder político de Bogotá?

M.: Hay muchos caricaturistas que critican el centro del poder pero están en él, van a sus clubes y fiestas. Aquí nadie me conoce y eso hace parte de la privacidad que ahora se ha perdido. Aquí uno no se encuentra a ningún político. Es semejante a un francotirador, entre más lejos esté de la víctima, mejor sale el disparo y nadie se da cuenta quién fue. Además, los políticos son muy descarados, se lo encuentran a uno y quieren que les firme el mamarracho donde uno les hace la crítica.

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SEMANA: ¿Qué cree que le queda a la gente después de reírse con sus caricaturas?

M.: El humor es un arma contundente porque las caricaturas se quedan en la memoria colectiva de la gente que las consume. Por ejemplo, algunos memes son didácticos y a la vez rayan en lo filosófico. El humor puede desenmascarar, transgredir y enseñar. Así mismo, puede incomodar, y si incomoda es porque se hace bien. Hoy me dicen vainas por redes sociales y eso me parece válido, ya no mandan al sicario ni lo golpean a uno. Al pobre Lucas Caballero alguna vez un pájaro conservador lo vio en un sitio público y le dio un puñetazo.

SEMANA: ¿La caricatura que se hace en Pereira es diferente a la de otras regiones?

M.: Claro, en la costa usan mucho la ‘mondá’ para caricaturizar. El humor del interior es más del chascarrillo refinado. Alberto Salcedo Ramos tiene la teoría de que en la mitad del ‘sándwich’ del humor de la costa y el del interior, está el humor paisa. La cultura paisa tiene una gran tradición oral, que era cuando los antioqueños iban a las fondas a contar cuentos, a contar historias de espantos. Tenemos esa verbalidad, esa capacidad de hablar mierda y de saber vender.

SEMANA: A pesar de las oportunidades de trabajo, usted se quedó en Pereira. ¿Por qué?

M.: Fui una vil copia de Roberto Fontanarrosa. Él creció en Rosario, a tres horas de Buenos Aires y nunca se quiso ir. No sé si eso tenga valor pero es de admirar la gente que se queda e igual triunfa. Fontanarrosa trascendió fronteras con su obra, pero nunca se fue de Rosario porque amaba el fútbol, la ciudad y sus mujeres. Grandes amigos con los que trabajé en Pereira, como Hernán Sansone y Luis Carlos Cifuentes, se fueron a Bogotá por razones laborales. Yo conté con la fortuna de no irme y eso es lo raro de esta situación.

SEMANA: ¿Por qué raro?

M.: En 1999, trabajando en el Diario del Otún, Hernán Sansone me abrió la puerta de la caricatura política. Él era el director de arte del periódico, y cuando le preguntaron por un caricaturista, me dio la oportunidad a mí. Fue mi primer padrino. Cuando yo era niño leía libros de Daniel Samper que me encantaban y nunca imaginé que años después él sería mi maestro y luego mi amigo. La vida es muy querida porque nunca tuve que irme a Bogotá para trabajar con él. Aún hoy envío los mamarrachos a El Tiempo desde aquí.

SEMANA: ¿Cuándo se dio cuenta de que quería ser caricaturista?

M.: A los nueve años sabía que quería ser publicista y caricaturista. Hay una frase muy bonita que dice: “Uno nunca debe traicionar los deseos de cuando era niño”. Mi papá me tiraba pedazos de cuero que le sobraban por debajo de la mesa para que yo los rayara, y vea lo que pasó. Los niños tienen una capacidad que la sociedad les va cortando, los van podando para dejar una planta muy bonita, pero sin la esencia de lo que quería ser.

SEMANA: ¿Cómo le va con la bicicleta en Pereira?

M.: Lo bonito es que cuando salgo me encuentro guayabas y mangos caídos, me siento a comer en la vía y me río por eso. Es que acá la vida es muy feliz porque es muy simple, en las pequeñas cosas simples está la felicidad. Ya parezco un motivador (risas).

SEMANA: ¿Qué es lo mejor de vivir en esa ciudad?

M.: El color verde que lo rodea a uno por todo lado. A cinco minutos de acá tengo la carretera con montañas a lado y lado. La topografía, el clima y las mujeres, yo creo que esas tres cosas. Claro que no puedo dejar afuera al Deportivo Pereira, que aunque no ha ganado nada, sigue siendo el equipo del terruño.