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Aaron Cross hace parte de una agencia secreta liderada por el malvado Eric Byer.

CINE

El legado Bourne

El relanzamiento de la franquicia Bourne es muy similar a la saga anterior. Aunque en esta ocasión el protagonista es menos interesante.

Ricardo Silva Romero
8 de septiembre de 2012

Título original: The Bourne Legacy
Año: 2012
Director: Tony Gilroy
Guionistas: Tony Gilroy y Dan Gilroy
Actores: Jeremy Renner, Stacy Keach, Edward Norton, Rachel Weisz

Conviene haber visto recientemente la anterior entrega de la saga Bourne, protagonizada por Matt Damon, porque El legado Bourne, más que una continuación, es un pequeño alargamiento que luego se desvía. Si fuera parte de un árbol sería una rama que se independiza de la anterior, aunque sigue siendo muy parecida. En común tienen el tronco, que es una combinación de Terminator con James Bond con una buena dosis de turismo aventurero por el pintoresco tercer mundo.

En esta película la combinación no se encarna en el rostro de buen muchacho de Matt Damon, sino el de Jeremy Renner que le da otros matices: Damon era gentil y elegante, por lo que las explosiones de violencia resultaban inesperadas y desconcertantes; en cambio, Renner es más descuidado y tosco, y la violencia, en la que inevitablemente incurre, resulta casi natural. Además la redondez de sus facciones le dan algo de gnomo, que también es interesante.

Como en la saga Bourne, el enemigo es una agencia estatal super secreta que ha decidido acabar con unos agentes que ha entrenado y modificado genéticamente para hacerlos más fuertes e inteligentes.

Cuando unas audiencias del congreso están a punto de revelar el programa (es decir, el final de El ultimátum de Bourne), su líder (Edward Norton) decide borrar cualquier rastro, lo que incluye a Aaron Cross (Renner), que está en Alaska en una misión que lo hace sumergirse en riachuelos de aguas heladas, pero que no se elabora más allá.

Otra parte del programa que debe desaparecer es el del centro que diseña las píldoras que vuelven más fuertes e inteligentes a los agentes. Después de una matanza en uno de los laboratorios, solo queda la doctora Marta Shearing (Rachel Weisz). Entonces Shearing y Cross son los únicos eslabones sueltos del programa; terminan huyendo juntos, tratando de evitar a la maquinaria todopoderosa que se pone en marcha para acabarlos.

Una de las partes más interesantes de la película es la forma en que esta agencia secreta busca a sus fugitivos por grabaciones satelitales y cámaras de vigilancia de calles, aeropuertos, puestos de revistas. Un recordatorio de que la estructura que se ha instalado para que la gente se sienta más segura es un arma de doble filo.

Pero no hay profundidad. Las persecuciones constantes están muy bien hechas, son emocionantes y vertiginosas, pero se extrañan las dudas existenciales del Bourne de Damon. El otro Bourne era un tipo que no sabía quién era, portador de unos poderes inexplicables que se manifestaban espontáneamente. Todo ese lado desapareció, reemplazado por un matón bien entrenado que huye de la maquinaria que lo creó.

Es fácil prever que las futuras ediciones de la franquicia repetirán lo que mostró la trilogía de Damon (pérdida de la amada, venganza, desenmascaramiento de los burócratas asesinos). Porque, como le sucedía al personaje original, estas películas existen en un presente sin pasado ni futuro, aprovechándose de la amnesia que se apodera de nosotros cuando entramos a un multiplex.