Home

Cultura

Artículo

La pinta de roquero ayudó bastante a reforzar el mito de Andrés Caicedo. Pero debajo de su pinta se escondía un alma frágil e insegura, que ha salido a relucir de manera sobrecogedora en 'Mi cuerpo es una celda'

LITERATURA

El lugar que merece

Mientras América Latina comienza a descubrir a Andrés Caicedo, 'Mi cuerpo es una celda', autobiografía basada en cartas y textos personales, muestra que es mucho más que un autor para adolescentes.

29 de noviembre de 2008

Andrés Caicedo, uno de los secretos literarios mejor guardados que tenía Colombia, comienza a hacerse famoso en el resto de América Latina. Caicedo, de quien en Colombia se habla desde hace más de 30 años a raíz de su suicidio, su novela Que viva la música y algunos de sus cuentos más recordados, era un ser casi desconocido en el resto del continente, y si acaso su nombre se conocía en circuitos muy cerrados, de culto.

¿A qué se debe el cambio? Uno de los grandes responsables es el escritor chileno Alberto Fuguet, quien acaba de publicar con Editorial Norma Mi cuerpo es una celda, una autobiografía que él armó con base en cartas a amigos, textos personales y sobre cine de Caicedo, varios de ellos inéditos. Fufuet lo lanzó en la pasada Feria del Libro que se celebró en Santiago. "En Chile Caicedo no existía y al libro le ha ido increíble. Después del lanzamiento estuve sentado dos horas firmando ejemplares". Y agrega que en Chile y Argentina les parece un escritor extremadamente contemporáneo. "No se creen que haya escrito en los años 70". Diversas columnas y noticias en diarios argentinos de circulación masiva, como Clarín y La Nación, con motivo de la edición en ese país de Que viva la música o del lanzamiento de Mi cuerpo es una celda, refrendan la afirmación de Fuguet: "Andrés Caicedo, el James Dean de la literatura latinoamericana". "Muerte y resurrección: El escritor colombiano Andrés Caicedo se suicidó en 1977, a los 25 años. Mito 'punk' e hijo de una ciudad enferma, comienza a editarse en la Argentina" o "¿El año caicediano?" son apenas algunos ejemplos.

Según Fuguet, Andrés Caicedo empieza, por fin, a tomar su lugar en el mundo, y señala que muy pronto será traducido al alemán. "Es necesario sacarlo del culto, del terreno adolescente y darle su verdadera dimensión".

Fuguet, autor de novelas como Mala Onda, Tinta Roja, Las películas de mi vida y la novela gráfica Cortos, aparece en los créditos de Mi cuerpo es una celda como si hubiera sido el director y el responsable del montaje de una película. Porque en realidad eso fue lo que hizo. Armarles a los lectores la verdadera película de Andrés Caicedo. Mostrar que el personaje cargado con la aureola mítica de haber sido un roquero mechudo y salsómano que azota baldosa en la Sucursal del Cielo en realidad era un ser atormentado, confundido, de una fragilidad extrema y que no se suicidó por un gesto generacional (aquello de que "no vale la pena vivir más de 25 años"), sino porque la vida le quedaba muy grande. Algo de eso se había comenzado a insinuar en algunos de los textos y las cartas de Caicedo antes publicados, (sobre todo en El cuento de mi vida), pero Fuguet lo hizo más que evidente al acceder a un material que hasta hace poco tiempo la familia Caicedo Estela no había considerado pertinente que se hiciera público.

La lectura de estas páginas, armadas por Fuguet con la precisión de un cirujano, revela gran parte de los temas que tanto lo atormentaron. Para hacerlo se valió de cartas, textos sobre su vida cotidiana, e incluso críticas sobre películas. Pero no son la simple selección y la transcripción de textos en un orden más o menos cronológico. Fuguet tomó fragmentos de escritos, fusionó cartas escritas el mismo día a varias personas para sacar lo más relevante de cada una de ellas y, además, incluyó algunas reseñas críticas sobre películas que había visto. "No se trataba de hacer un libro de cartas", advierte Fuguet. "Me di cuenta de que cuando Andrés escribía sobre cine, hablaba de las películas y, a través de ellas, sobre todo hablaba de sí mismo. Esos textos de cine son parte clave de su vida. No se puede entender a Caicedo sin el cine, sin su interés por el cine".

Y tal vez uno de los detalles más llamativos de esta creación a cuatro manos entre dos personajes que jamás se conocieron es que Caicedo y Fuguet tienen en común el gusto no sólo por la literatura, sino también por el cine. Y fue gracias al cine que Fuguet se enteró de la existencia de Andrés Caicedo. "Armar este libro fue labor de detective", recuerda. Todo comenzó en 2000, cuando Fuguet miraba libros en una librería de Lima y se encontró con Ojo al cine, la antología de textos cinematográficos de Andrés Caicedo que recopilaron en 1997 Luis Ospina y Sandro Romero Rey, los curadores de la obra de Caicedo (ver recuadro).

Fuguet encaró su misión con toda la seriedad. "Yo quería averiguar quién era este escritor misterioso. Quería resolver el caso y resolverlo bien. Quería saber quién era ese autor que hubiera querido haber leído antes, ese cinéfilo latinoamericano globalizado. Además, colombiano. Si hubiera sido un autor ecuatoriano o peruano, de pronto el personaje no me habría llamado tanto la atención. Pero me pareció irresistible descubrir que en el país de Gabriel García Márquez había existido un escritor que se había adelantado a McOndo".

No sobra recordar que Fuguet se dio a conocer en el continente a raíz de la antología de cuentos McOndo, en la que él y otros autores querían decirle al mundo que el realismo mágico era cosa del pasado y que ya era hora de oír las voces de un continente de ciudades abiertas a las influencias del planeta entero.

Para Fuguet, Caicedo fue una víctima de su época. Por un lado, hace 30 años era muy difícil mostrarse a la sociedad como alguien débil y frágil, y más en sociedades machistas como las de América Latina. Por el otro, él percibe que, más que escribir, Caicedo quería hacer cine. "Tal vez habría escrito menos novelas y cuentos", aventura Fuguet, y habría sido ante todo ensayista y director de cine. Con las facilidades tecnológicas de comienzos del siglo XXI lo ve como un blogger compulsivo y, como escribe en el ya citado making of, "Internet Movie Database habría sido un lugar ideal donde volcar su trivia, los chats lo habrían conectado con otros 'freaks', las cámaras digitales lo habrían ayudado a filmar sus cintas de terror y una colección de videos o DVD lo hubría dejado dormir tranquilo: ahí, en un estante, en orden alfabético, habría podido guardar todas esas imágenes que ya no le cabían en la cabeza".

América Latina comienza a descubrir a Caicedo. Y, gracias a Fuguet, una voz internacional y ajena a cualquier relación de tipo afectivo o generacional con Caicedo, Colombia por fin podrá salir del síndrome bipolar de verlo ya sea como el genio drogo, bacano y adolescente o como el invento de unos adoradores. Basta leer Mi cuerpo es una celda para corroborar lo que dice Fuguet: lo más importante de Andrés Caicedo no son sus novelas y sus cuentos, sino Andrés Caicedo mismo.