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EL MAESTRO DE LA MUSICA

Al cumplir 90 años, Luis Macíarecogelos frutos de haber sido el gran transformador de la pedagogía musical en el país.

25 de noviembre de 1996

A los 90 años el profesor Luis Macía puede sentirse satisfecho del deber cumplido. No sólo ostenta el título de haber sido el primer colombiano que llegó al arte lírico de una manera profesional, seria y trascendente, si-no el de ser uno de los mayores transformadores de la pedagogía musical en el país. Su llegada al Conservatorio de la Universidad Nacional abrió para siempre las puertas de la enseñanza del canto con una rigurosidad hasta entonces desconocida, y las semillas de su magisterio rindieron sus frutos en el arte de alumnos de la talla de Carmiña Gallo, Marina Tafur, Marta Senn y Alejandro Ramírez, artistas líricos de reconocida trayectoria internacional en los grandes escenarios y salas de concierto de Europa y Estados Unidos.El niño genioA los dos años Luis Macía ya era considerado un niño prodigio. "A la edad de 23 meses puedo garantizarle que será un genio o un loco. Canta el Himno Nacional y otras canciones, entona la escala musical ascendente y descendente", le escribió en 1908 su padre a la abuela materna del pequeño. Y no se equivocaría. Había nacido con una limitación visual considerable, casi no veía a través del ojo izquierdo y el derecho presentaba una miopía bastante aguda. Pero esta limitación, que lo acompañaría durante toda su vida hasta volverlo totalmente ciego, fue asumida por el maestro como un reto. Desde temprana edad Macía intuyó bien que el tiempo y su visión no serían buenos aliados. Por ello se dio a la lectura y al estudio de una forma asombrosa, al punto que a los ocho años ya había devorado El Quijote.Al lado de la literatura la afición por el canto empezó a moldearse con el apoyo de su padre. La primera victrola llegó a sus manos a los cinco años, con discos de 78 revoluciones que ofrecían romanzas, sinfonías, canciones de Carusso, Titta Ruffo, la Tetracini.Viviendo en Manizales, pronto el gusto por la música y el canto dejaron de ser un simple pasatiempo con las primeras lecciones de solfeo. Diez años más tarde ingresó al Conservatorio de la Universidad Nacional en Bogotá, primero a la clase del español Vicente Cajal. Después, y hasta 1929, a la del chileno Pietro Navia. El nombramiento de su padre como cónsul de Colombia en Amberes fue la oportunidad para que el joven tenor solicitase su ingreso al Real Conservatorio de Bruselas en Bélgica. La estadía allí se prolongó cinco años y la coronó en 1933 cuando obtuvo el primer premio en canto.Para ese momento tomó la determinación de consagrar su vida al arte y a la belleza a través del canto lírico. Hasta la fecha su única opción de vida.El magisterio del maestroCon el diploma de grado en la mano, el profesor Macía prefirió detenerse un par de años más en Bruselas para trabajar su perfeccionamiento vocal y aprender pedagogía. De nuevo en Bogotá tomó dos determinaciones: primero, su ingreso al Conservatorio de la Universidad Nacional; segundo, su matrimonio con Lucía Gutiérrez Portocarrero, una bogotana que como él, también había resuelto consagrarse a la música a través del piano. En realidad fue una sola decisión, pues ella entonces adelantó su especialización musical en el arte del acompañamiento. Fueron a partir de entonces un todo indisoluble en el aula del Conservatorio y en el hogar.Sin embargo el arte de Luis Macía no se circunscribió al limitado estrado del aula del Conservatorio. La mente amplia y el criterio generoso le permitieron extender su magisterio hasta la sala de conciertos y el micrófono de la radio. Durante muchos años fue inconcebible la vida musical sin su presencia en el escenario del Teatro Colón con el respaldo de la Sinfónica de Colombia. Lo propio ocurría con sus frecuentes incursiones al género camerístico del lied alemán, la melodie francesa y la canción española. Tirios y troyanos coincidieron durante esta época en alabar el refinamiento de sus interpretaciones, la finura de su impostación, el sentido justo de la proporción y las cualidades naturales de su bella voz de tenor lírico.No fue, ni ha sido, un artista para encasillar. Con idéntico entusiasmo se aproximó a la música popular de la época, que entonces eran las canciones de Agustín Lara y María Grever. El profesor Macía conocía este repertorio por emisiones de radio que en la década del 40 se recibían por onda corta desde México y se memorizaban en seguida para interpretarlas en vivo, con acompañamiento de orquesta, desde los estudios de la radio en Medellín. De ello quedó el testimonio objetivo y admirable de un disco, recopilación de Hernán Restrepo Duque.De la forma como Luis Macía se aproximó a ese repertorio queda el testimonio de su presentación en el Waldorf Astoria de Nueva York. Confundida entre el público se encontraba María Grever, quien al final de la audición se le acercó, conmovida y con lágrimas, para manifestarle que la interpretación que había hecho de su canción Alma mía era la más conmovedora que había escuchado en toda su vida.Durante estos años los problemas visuales fueron aumentando: el descubrimiento de una catarata congénita en el ojo izquierdo. Un desprendimiento de retina, sufrido en Bruselas, se repitió en Colombia. En 1964 se sometió a una intervención ocular con resultados milagrosos: vio como no había visto jamás. Quince días más tarde vino un derrame y quedó ciego. Desde entonces Lucía Gutiérrez fue no solo la autorizada acompañante de su cátedra de canto, esposa y madre de sus hijos, Cecilia, Teresa, José, Inés y Elena, sino también sus ojos hasta 1972 cuando ella falleció.El caso del profesor Macía va más allá de las anécdotas. Se trata de una de las experiencias vitales más enriquecedoras y respetables de la historia de la cultura nacional. Su legado no es otra cosa que el producto de una de las conversiones espirituales más profundas que colombiano alguno haya consolidado a través del aprendizaje tranquilo del dolor: "Pienso que la resignación no es una virtud, sino la entereza para aceptar la realidad tal cual", opina el maestro con la sabiduría de quien ha sabido transformar las palabras en hechos. En un medio tan susceptible como el de la música todos, sin excepción, coinciden en el respeto solemne por aquel profesor que demostró que era posible convertir a Colombia en un semillero lírico de proyección internacional. Por eso, a los 90 años, el maestro Luis Macía ciertamente debe sentirse satisfecho.