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EL MURO DE LA INFAMIA

La nueva etapa de la Luis Angel Arango deja dudas en la concepción de su fachada.

14 de agosto de 1989


Desde que se ha tomado conciencia de la importancia de los centros históricos de las pocas ciudades colombianas que aún cuentan con ellos, se puede evaluar con mejores criterios cualquier intervención que en estos se haga. Al mismo tiempo, los arquitectos a quienes corresponde efectuar una intervención, deben ser mucho más cuidadoso en sus propuestas, las que están sujetas a un juicio público dada la importancia que revisten. Más aún, si la intención es revitalizar y fortalecer estas áreas, cualquier iniciativa, pública o privada, lleva consigo la responsabilidad de atender debidamente a la inserción de obras nuevas o diferentes en tejidos que son susceptibles de sufrir alteraciones definitivas.

La Biblioteca "Luis Angel Arango", del Banco de la República, ha sido una de las entidades que más servicios culturales ha ofrecido a la ciudad de Bogotá en los últimos treinta años. Además de prestar sus servicios bibliográficos y documentales, se ha convertido en foco de intensa actividad cultural: exposiciones de artes plásticas, audiciones musicales en vivo y en grabación, conferencias, publicaciones, actividades didácticas, etcétera. Enraizada ya en la conciencia ciudadana, su presencia es uno de los grandes apoyos con que cuentan el saber, las artes y la cultura bogotanas. Su instalación física en el barrio La Candelaria se inició precisamente con una construcción esquinera localizada frente a la iglesia que da su nombre a todo el barrio. Una segunda etapa de esta instalación se extendió a lo largo de la calle 11 hasta la esquina de la carrera 5ª. Actualmente se culmina una tercera etapa, que abarca ya la tolalidad de los predios restantes en esa manzana, en uno de los proyectos, culturales más ambiciosos jamás, emprendidos en Colombia. La sola expectativa de lo que brindará como ampliación de sus servicios, la nueva Biblioteca "Luis Angel Arango" augura un futuro lleno de posibilidades y de aportes.

No cabe la menor duda de que las nuevas instalaciones físicas de la Biblioteca atenderán eficientemente todas las demandas que recaen sobre ella y que técnicamente el conjunto será ejemplar. La inserción urbana del edificio suscita, sin embargo, una serie de inquietudes y deja interrogantes que tomarán mucho tiempo aclarar. La ampliación ocupa la totalidad del espacio disponible en la manzana delimitando con unos grandes paredones cerrados las caras de la manzana alterando la escala del espacio público y apabullando al transeúnte con su imponencia, acentuada por el material de revestimiento piedra caliza agresivamente texturizada. Hay claras intenciones de empatar esos planos en altura con las construcciones existentes y con dos viejas edificaciones felizmente conservadas. Pero las demandas de área parecen haber sido superiores a la capacidad del terreno disponible, lo que originó la aparición de un extraño apéndice en el centro de la manzana, una torre de perfil triangular que emerge como un acento indeseable en la silueta del sector, acentuada aún más su presencia por un recubrimiento en vidrio-espejo definitivamente deslumbrante.

Insertarse con elegancia y discreción en el heterogéneo tejido del centro histórico de Bogotá no es nada fácil. Parece, además, existir un sino trágico marcado por una equívoca interpretación profesional de la idea de monumentalidad y de representatividad institucional, idea que en el pasado era elaborada con gran facilidad por los arquitectos academicistas. En Colombia recientemente se asocia monumentalidad con gigantismo, hermetismo y agresividad. El Centro de Convenciones de Cartagena, del cual parece derivarse este nuevo edificio bogotano, marcó esta tónica y parece haber dado un precedente que será difícil erradicar del trabajo profesional que, al verse comprometido con un encargo de importancia en un tejido histórico, se enreda en las intenciones de monumentalizar aquello que sería mucho mejor elaborar con la finura de un objeto preciso.-