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El museo robado

El robo de arte se ha convertido en un negocio multimillonario. Así funciona el mundo de los ladrones de arte.

29 de agosto de 2004

La escena parece sacada de una película policíaca: dos hombres encapuchados entran a un museo, amenazan a un guardia octogenario que cuida la puerta y se llevan, sin mayor problema, dos de las obras más conocidas del artista noruego Edward Munch: El grito y La Madonna. Los hombres salen por la puerta principal y se montan en un auto negro en lo que los espera un tercer cómplice. Todo queda registrado en el video de seguridad del museo, la policía nunca llega y nadie hace nada. Esta historia no es ficción. Se trata de uno de los robos de arte más espectaculares de los últimos tiempos ocurrido el domingo pasado en el museo Munch de Oslo, en Noruega.

Nadie entiende cómo algo así puede suceder. Cómo pueden dos hombres entrar a un museo y robar dos piezas que pueden llegar a valer más de 120 millones de dólares (El grito podría costar 100 y La Madonna, 20) sin que nadie haga nada. Pero aunque parezca increíble, esto ocurre muy seguido: en los últimos 100 años han sido robados más o menos de la misma forma 121 cuadros de Rembrandt, 115 de Renoir, 180 de Dalí y 250 de Picasso, entre muchos otros. De hecho, cada cinco o seis años se vuelve a repetir uno de estos robos impresionantes. Y lo peor del asunto es que en la mayoría de los casos las obras nunca se recuperan o sufren daños irreparables. Por ejemplo, El grito podría sufrir mucho si no recibe un trato adecuado. El director del Museo de Oslo aseguró que es un cuadro muy delicado y que si se le quitan los marcos o lo doblan un poco quedaría dañado para siempre.

El robo de arte no es una actividad nueva -en la antigüedad los romanos les robaron esculturas a los griegos, los conquistadores saquearon los templos indígenas, los ingleses se dedicaron al pillaje sistemático en Mesopotamia, Egipto y Grecia y los nazis les quitaron cantidades enormes de obras de arte a los judíos- y hoy en día se ha convertido en un negocio multimillonario. Según datos de la Interpol, el mercado negro de obras de arte mueve alrededor de 5.000 millones de dólares al año. Este es el tercer mercado ilegal más grande del mundo después de los de armas y drogas.

¿Dónde están los ladrones?

Los expertos coinciden en que hay dos tipos de ladrones: los oportunistas y los conocedores. Los primeros son por lo general muy buenos ladrones que ven en un museo un lugar perfecto para delinquir. De hecho muchas veces en las paredes de un museo puede haber más dinero que en una sucursal de banco, con la mitad de los guardias de seguridad. Estos ladrones entran al museo, roban obras famosas y luego las ofrecen a coleccionistas. Sin embargo, estos delincuentes no pertenecen al alto círculo del arte y les queda muy difícil vender las piezas. Además, la gran mayoría de coleccionistas saben que estas obras son robadas y se niegan a comprarlas. Por eso es casi imposible comercializarlas. "Estos ladrones creen que se están robando un lingote de oro. Pero el problema es que un lingote es idéntico a otro lingote. En cambio una obra de arte no tiene igual: un Munch, por ejemplo, no tiene nada que se le parezca", le dijo a SEMANA Héctor Feliciano, autor del libro El museo perdido, uno de los estudios más serios que se han hecho sobre el tema.

En la mayoría de los casos estos ladrones no encuentran mercado y se ven obligados a devolver las obras robadas o a pedir un rescate por ellas. Es muy posible que los ladrones que se llevaron El grito y La Madonna pertenezcan a esta categoría, por la torpeza de su actuación puesto que dejaron caer uno de los cuadros al piso.

Sin embargo, según la página del FBI, gran parte de los robos de arte son cometidos por conocedores que van en busca de una obra específica. En estos casos los ladrones actúan para personas que quieren tener entre su colección una obra particular y que saben que nunca podrán mostrársela a nadie. Muchas de estas obras nunca se venden y se quedan en la sala de una casa. Los ladrones que actúan bajo órdenes no sólo saben robar sino que tienen un gusto particular. Ellos estudian el museo por mucho tiempo y por lo general utilizan técnicas muy refinadas. Existen muchos casos: por ejemplo, Stephane Breitwieser robó, entre 1995 y 2001, 250 piezas de museos de Francia, Dinamarca y Austria. Breitwieser vendía muy pocas de las obras que robaba y en su sótano había hecho un pequeño museo personal en el que tenía cuadros de Brueguel y Watteau.

Otro de los casos famosos es el del belga René Alphonse van der Berghe, llamado 'Erik el belga', considerado uno de los más grandes ladrones de arte de la historia. Durante sus 20 años de carrera la policía jamás lo pudo atrapar. Hace poco confesó en una entrevista que para él robar era casi una diversión: "Eso de robar era un lujo, lo hacía por amor al arte y a la persona a la que le vendía. Nunca he aceptado un encargo de alguien que no me gustara". Aunque nadie lo ha podido demostrar se rumora que 'Erik el belga' tiene escondida en algún lugar de Europa una de las colecciones de arte más impresionantes del mundo.

Finalmente están los que roban por una condición sicológica. Sarah Lyall, periodista de The New York Times, los describió como: "Criminales que roban obras fabulosas para ganar prestigio en el mundo del arte, pero que son incapaces de quedarse callados sobre sus triunfos". Estas personas sólo roban para sentirse poderosos, sin embargo son los que más rápido caen.

El mercado negro

Comercializar los grandes íconos de la historia del arte, como las obras de Van Gogh, de Vermeer o de Munch, es imposible. Ningún marchante serio y ninguna galería comprarían jamás obras de este calibre, no sólo porque su precio es muy alto, sino porque se sabe que son obras robadas. Quienes toman estas grandes obras buscan venderlas de inmediato y, como no pueden, las devuelven o las dejan abandonadas en alguna bodega.

En cambio las obras más apetecidas por los compradores son las menos conocidas: piezas que el público general no conoce pero que tienen un gran valor artístico. Traficar estas obras es un proceso largo y muy complicado. En primer lugar los ladrones deben guardarlas por varios años antes de ofrecerlas. Luego deben tratar de 'limpiar' la obra, es decir, alterar su registro y su historia. Incluso llegan a cambiar su nombre original. Muchas de estas permanecen escondidas por mucho tiempo y luego entran al mercado legal (casas de subastas, galerías, coleccionistas privados) con los registros alterados. Este es el caso de muchas de las obras que se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial y que hasta ahora empiezan a comercializarse. Un caso muy conocido es el de las obras que los nazis le robaron a la comunidad judía y que permanecieron casi 50 años escondidas en bodegas de Suiza, Francia y Holanda. Cuando ya están en el mercado los compradores no saben que son robadas.

En ese sentido las antigüedades son mucho más fáciles de comercializar que las obras del siglo XIX y XX. Por lo general las antigüedades no están catalogadas y es muy difícil saber si son o no robadas. Por ejemplo, se sabe que en el mercado actual hay más de 10.000 antigüedades robadas de los museos de Irak y ninguna autoridad tiene forma de reconocerlas. Por lo general son objetos pequeños que no llaman tanto la atención y que no tienen papeles.

Según la Interpol, el 85 por ciento de los robos son encargados por coleccionistas que quieren una obra específica. Estos compradores se encuentran en su mayoría en Estados Unidos y en Asia. Japón, por ejemplo, es uno de los lugares donde el mercado negro es más grande. Allí una obra puede comercializarse legalmente después de dos años de robada, lo que lo hace un lugar perfecto para los ladrones de arte.

A esto se le suma que el precio del arte robado es muy bajo. Según Luis Fernando Pradilla, director de la galería El Museo en Bogotá, "ahora es más complicado vender una obra de arte falsa o robada porque los compradores están alerta. Pero aún hay gente que compra arte sabiendo que no tiene papeles porque el precio es muy bueno". En efecto, una pieza robada puede costar en el mercado negro 10 por ciento de lo que cuesta en el mercado abierto. Algo así como lo que ocurre en el negocio de autopartes robados.

Así pues, será muy difícil que los cuadros de Munch sustraídos el domingo o las miles de obras de arte robadas en los últimos años salgan de las oscuras bodegas donde se encuentran escondidas.

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http://www.fbi.gov/hq/cid/arttheft/
http://www.interpol.int/Public/WorkOfArt/Poster/Default.asp