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Bruno (Asa Butterfield) se hace amigo de aquel niño de su edad llamado Shmuel (Jack Scanlon) que vive detrás de un cerco de púas

CINE

El niño con el pijama de rayas

Sin caer, en ningún momento, en sensiblerías, este drama conmovedor conduce al espectador hasta un final aplastante. ***

Ricardo Silva Romero
19 de enero de 2009

Título original: The Boy  in the Striped Pajamas.
Año de estreno: 2008.
Actores: Asa Butterfield, David Thewlis, Vera Farmiga, Amber Beattie, Jack Scanlon, David Hayman, Rupert Friend.

¿Qué se puede decir de una película? Qué cuenta y cómo lo cuenta. Es a partir de esas dos descripciones que, si se quiere, puede llegarse a críticas, a reacciones emocionales y a interpretaciones del relato. Es por esa vía que puede llegarse a decir, por ejemplo, que El niño con el piyama de rayas es un largometraje bueno, conmovedor y relevante.

¿Qué historia cuenta? La que narra el libro del mismo título que hasta hoy ha vendido cuatro millones de copias: el relato de cómo Bruno, el hijo de 8 años de un poderoso comandante nazi, confirma poco a poco que sí tenía razones de peso para odiar la casa a la que se ha trasteado su familia: su amistad con Shmuel, el niño judío de su edad que vive a unos metros del jardín trasero, en ese campo arenoso cercado por púas electrificadas, le aclara más tarde que temprano que su padre es un hombre bueno capaz de los peores horrores, que su patria se está reconstruyendo sobre fosas comunes y que los prisioneros esqueléticos, que ve desde su ventana, sí son seres humanos.

¿Cómo se cuenta esa historia escalofriante? Igual que en el libro: desde una mirada confundida, la mirada infantil de Bruno, que sin embargo no falsea ni endulza el holocausto. El trabajo de su elenco extraordinario nos hace entender que la gente suele mirar hacia un lado, ante los peores infiernos, a cambio de que nada ni nadie afecte sus ingresos. La cámara discreta ve lo que el niño alcanza a ver: las actitudes sospechosas de los padres, la ira de los guardias alemanes, la mirada cansada de ese mejor amigo que viste siempre un piyama que en verdad es el uniforme que les dan a todas esas personas condenadas por un crimen que no cometieron. Y así, mientras el público infantil se queda pasmado ante esa dolorosa fábula sobre lo injustas que pueden ser las cosas, el público adulto recuerda lo que no debe olvidar.

¿Puede decirse que el director ha hallado la mejor manera de narrar el relato que tenía entre manos? No ha encontrado la mejor, quizás hubiera podido darles un par de escenas más a ciertos personajes, tal vez hubiera podido ser más respetuoso con los hechos, pero sí, sin duda, se ha topado con una forma efectiva de transmitir esta historia.

Y, entonces, ¿a qué conclusiones puede llevarnos una interpretación de esa forma?, ¿qué cosa ha descubierto este largometraje sobre la vida en el mundo? A diferencia de tantas películas chantajistas, que cuentan el horror desde el inocente punto de vista de un niño para fantasear con la idea de que los villanos son los otros, El niño con el piyama de rayas pone a su protagonista del bando de los victimarios para insinuar que la guerra no viene de la nada, que son las sociedades las que alimentan a ese monstruo de mil cabezas que es un régimen fascista y que todos tenemos que poner a la cara a la hora de responder la pregunta de por qué sucede un holocausto.