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EL NOBEL Y EL GENERAL

El último libro de Graham Greene incluye un capítulo que narra el papel que jugó García Márquez en una negociación con la guerrilla salvadoreña, para la liberación de dos banqueros ingleses secuestrados.

10 de diciembre de 1984

Una polémica sotto voce, que para algunos pudiera adquirir dimensiones de escándalo, se está gestando actualmente. Sus protagonistas: Gabriel García Márquez, Graham Greene y el extinto general Torrijos. El motivo: la publicación del último libro del escritor inglés, Getting to Know the General ("The Story of an involvement", se lee en el subtítulo). El libro, aun cuando no ha sido traducido al español y aún no se consigue en las librerías colombianas, no ha dejado de circular, casi que clandestinamente, en un estrecho círculo de donde se han filtrado ciertos rumores que pudieran dar pie a un miniescándalo. El meollo estaría en el capítulo, que publicó El Tiempo en su suplemento dominical pasado, en el cual el Nóbel colombiano, para sorpresa del escritor inglés que también intervino en el asunto, apareció como contacto de la guerrilla salvadoreña en un sonado caso de secuestro de dos banqueros en El Salvador.

Sin embargo, para "dolor" de muchos que quisieran armar una tempestad y encontrar implicaciones muy graves en todo el asunto que envuelve a García Márquez, una de las figuras claves que, tras bambalinas, ha puesto su grano de arena en las negociaciones del Presidente Betancur con las guerrillas, la revelación no pasa de ser la confirmación de un episodio que ya el propio García Márquez había contado en "El olor de la guayaba", (ver recuadro).

Pero, a pesar de todo, la historia no ha dejado de producir cierta inquietud, y hay publicaciones que le han dedicado tinta al asunto, como The New York Times que, en su revista de libros del 4 de noviembre, trae un artículo de Alan Riding sobre el tema.

Toda la historia se relaciona con la amistad que entablaron el escritor inglés y el hombre fuerte de Panamá.

De ahí resultaría un buen día la necesidad de que Greene ayudara por solicitud del General, en unas gestiones para la liberación de dos banqueros que habían sido secuestrados por la guerrilla salvadoreña, en los que también tomó parte García Márquez.

Misteriosa invitación
En 1976, por razones cuyo fondo él mismo desconoce, Greene recibió una invitación de Torrijos para visitar Panamá. Aún cuando el mismo Greene afirma que sabía muy poco de ese país y aun menos del General, la idea le resultó inquietante y le hizo evocar fantasías infantiles sobre las incursiones en la región de personajes como Francis Drake y Henry Morgan. Su instinto de aventura lo impulsó a aceptar la invitación.

A su llegada, no le resultó difícil entender la lucha que sostenía Panamá con los Estados Unidos para obtener la devolución del canal, que el coloso del Norte controlaba en forma absoluta. Greene descubrió entonces que Torrijos era distinto de esos dictadores latinoamericanos a quienes previamente había convertido en blanco de su pluma. Torrijos, concluyó, quería desviar a Panamá de su pasado pro-norteamericano y oliagárquico, hacia una democracia más independiente y social.

Pero, según Riding, ni la nostalgia ni la política, pueden explicar la bizarra relación que se desarrolló entre el escritor inglés y el general Panameño. Quizás Greene vió en Torrijos una figura compleja y contradictoria, no lejana a personajes de ficción y por ello comenzó a planear una novela en la que el General sería la figura central. Ese libro nunca se escribió, pero el escritor continuó viajando a Panamá para sostener más conversaciones con Torrijos. Luego, en agosto de 1981, mientras hacía maletas para realizar su quinto viaje, recibió la noticia en su casa de Antibes, Francia, de que el hombre fuerte de Panamá había muerto en un accidente aéreo.

"Nunca había perdido un amigo tan bueno como Omar Torrijos", anota Greene, sobre un hombre que "yo había realmente llegado a querer". El libro de Greene es un tributo a esa amistad. Es un recuento de los cuatro viajes que el escritor realizó a Panamá para visitar al General.

Para ser un dictador --se tomó el poder en 1968 y continuó dominando a Panamá hasta su muerte-- Torrijos, según Greene, exhalaba una sorprendente vulnerabilidad. Era tímido, prefería la compañía de mujeres, sufría de insomnio y frecuentemente bebía en exceso para poder conciliar el sueño. Odiaba otorgar ruedas de prensa, así como hablar en público. Era sentimental y compasivo con los pobres, toleraba a sus críticos casi paternalísticamente. Pero, por encima de todo, Torrijos era una persona privada que se reservaba y que reservaba su sentido del humor sólo al pequeño grupo de personas en las que confiaba. Dos de ellas eran novelistas: Gabriel García Márquez y Graham Greene. Cuando se conocieron, Greene quedó impactado por su carisma. " usted y yo no tenemos algo en común", le dijo el General al escritor: "Ambos somos autodestructivos". Cuando Greene una vez le pregunto a Torrijos qué era aquello en lo que más soñaba, la respuesta fue casi predecible: "la muerte". Para Greene, Torrijos desplegaba la ansiedad de un hombre impetuoso a quien fuerzan a ser prudente, el sentido de urgencia de un hombre incapaz de prevenir el desgaste prematuro del tiempo. Una conciencia sobre la presencia de la muerte está presente en muchas de sus conversaciones con Greene, de manera que cuando la muerte finalmente llegó, escribió Greene, "no fue tanto un shock lo que sentí, sino más bien una tristeza largamente esperada sobre lo que durante tantos años me había parecido el final inevitable". Pero antes de eso, ellos habían pasado horas interminables juntos, aunque algunas de estas entrevistas están escasamente registradas en el libro porque, como lo admite Greene, estuvieron acompañados de grandes dosis de scotch por parte de Torrijos y de ponches de ron por parte de Greene. Se encontraban en los varios escondites del General y, a pesar de la necesidad de un intérprete, los lazos de afecto crecieron. Tal vez el alcohol --a pesar de que Greene podía hacer que Torrijos tomara hasta desplomarse-- y un aprecio común por las mujeres, se encontraron dentro de esos lazos. Pero también estaban unidos por una forma de crudo idealismo. "Los intelectuales son como el cristal fino que puede ser roto por un sonido", exclamó Torrijos alguna vez, y expresó su satisfacción cuando Greene le negara "ser un intelectual". El escritor, a su turno, fue atraído por un hombre que era más instinto que ideología, un hombre que se escapaba de la burocracia cotidiana del gobierno, para caer en las agitadas aguas del complot y la intriga.

"No soy mensajero.
Soy el mensaje"
Algunos de los pasajes más vívidos del libro son los pincelazos de varias figuras centroamericanas que aparecen brevemente en el libro como estrellas de Hollywood en fugaces presentaciones.
Para apelar a argumentos humanitarios en pos del secuestrado embajador sudafricano en San Salvador, Greene cuenta que se entrevistó con el líder guerrillero salvadoreño Cayetano Carpio. "Era un hombre viejo y pequeño con anteojos, diminutas manos y diminutos pies. Si había algo de crueldad en su mirada, esto era entendible --poseía una larga historia de prisión y de tortura--". Pero cuando se volvieron a encontrar tres años después, afirma Greene "ya no pude descubrir ese ingrediente de crueldad en su mirada".

En el último viaje de Greene a Panamá en 1983, algunos de los seguidores de Torrijos estaban ansiosos de utilizar al escritor como un símbolo de que las ideas políticas del General aún estaban vivas. A Greene no le importó: "jamás he dudado en ser usado para las causas en las que creo", anota. De manera que se embarcó en un avión del gobierno panameño que lo condujo primero a Nicaragua, donde se entrevistó con importantes líderes sandinistas, y luego a Cuba, donde saludó a Fidel Castro con las siguientes palabras: "Yo no soy un mensajero. Yo soy el mensaje".

Pero el mensaje político --aunque no la inspiración-- de su libro es diferente. Greene omite el análisis detallado requerido para sostener su causa, pero ésta permanece válida: la muerte de Torrijos removió una fuerza vital para su moderación con respecto al escenario centroamericano. A su muerte, se encontraba un tanto desilusionado tanto con los sandinistas como con Fidel Castro, pero mantuvo sus líneas abiertas hacia la izquierda, tanto como hacia los Estados Unidos. Y su muerte, concluye Greene, "no fue solamente el final de su sueño de socialismo moderado, sino además el final de una paz razonable en América Central".

Publicado poco después de que Greene cumpliera sus 80 años, Getting to Know the General, confirma que los sueños y esperanzas del escritor no han muerto. Según Riding, desde un punto de vista literario, el libro no figura entre los más memorables y Greene mismo ha reconocido que le fue difícil escribirlo. Pero desde un punto de vista humano "es compulsivamente compasivo".
LA CLAVE DE UN CONTACTO
En "El olor de la guayaba" en el capítulo once, titulado "Política", Plinio Apuleyo Mendoza, después de una pregunta sobre la actividad de García Márquez en defensa de los derechos humanos, lo interroga de la manera siguiente:

PLINIO MENDOZA: ¿Cuál ha sido de todas las gestiones emprendidas la que más satisfacción te causó?
GABRIEL GARCIA MARQUEZ: La gestión que me causó una satisfacción más inmediata y emocionante, y ade- más justa, fue antes de la victoria sandinista, cuando Tomás Borge, que hoy es ministro del Interior de Nicaragua, me pidió pensar en algún argumento original para que su esposa y su hija de siete años pudieran salir de la embajada de Colombia en Managua, donde se habían asilado. El dictador Somoza les negaba el salvoconducto porque eran nadie menos que la familia del último fundador sobreviviente del Frente Sandinista. Tomás Borge y yo examinamos la situación durante varias horas, hasta que encontramos un punto útil: la niña había tenido alguna vez un problema de insuficiencia renal. Consultamos con un médico lo que eso podía significar en las circunstancias en que la niña se encontraba, y su respuesta nos dió el argumento que buscábamos. Menos de 48 horas después, la madre y la niña estaban en México, gracias a un salvo conducto que les habían dado por motivos humanitarios y no políticos.

El más descorazonador de los casos, en cambio, fue mi contribución para liberar a dos banqueros ingleses que fueron secuestrados por los guerrilleros de El Salvador en 1979. Se llamaban lan Mássie y Michael Chaterton. Los dos hombres iban a ser ejecutados 48 horas más tarde, por falta de un acuerdo entre las partes, cuando el general Omar Torrijos me llamó por teléfono --a solicitud de la familia de los secuestradores-- para pedirme que hiciera algo para salvarlos. Transmití el mensaje de los guerrilleros a través de numerosos intermediarios, y llegó a tiempo. Yo me comprometía a lograr que las negociaciones del rescate se reanudaran de inmediato, y ellos aceptaron. Le pedí entonces a Graham Greene, quien vivía en Antibes, que hiciera el contacto con la parte inglesa. La negociación entre los guerrilleros y el banco duró cuatro meses, y ni Graham Greene ni yo tuvimos ninguna participación en ella, pues así lo habíamos establecido. Pero cada vez que había un tropiezo, alguna de las dos partes se ponía en contacto conmigo para que se reanudaran las conversaciones. Los banqueros fueron liberados, pero ni Graham Greene ni yo recibimos nunca ninguna señal de gratitud. Esto no me importaba, por supuesto, pero me sorprendió. Al cabo de muchas reflexiones, sólo se me ha ocurrido una explicación: Graham Greene y yo habíamos hecho las cosas tan bien, que los ingleses debieron pensar que éramos cómplices de los guerrilleros.